Publicado bajo el título de «Catolicismo político tradicional, liberalismo, socialismo y radicalismo en la España contemporánea», en el cuaderno «La Res Publica Christiana como problema político».
1.- Introducción
El presente escrito creemos que se puede resumir con la siguiente pregunta de Vicente Cárcel Ortí, que se plantea en una de sus obras: «Por qué no arraigó en España –como en otras partes de características similares– la democracia cristiana»[1]. Contestar esta cuestión nos retrotrae al inicio del título: «El catolicismo político tradicional» y sus avatares. En la medida que se intente reflexionar sobre el tema se irán abriendo una serie de hilos discursivos que no nos quedará más remedio –por exigencias de tiempo y espacio– que dejar apuntados. Otra cuestión que quedará esbozada al final del texto, pero de suma importancia, es conseguir explicar por qué se produjo una secularización casi inmediata en el proceso de transición democrática. Con otras palabras, ¿qué sucedió en un Estado confesionalmente católico para que se produjera aquella debacle tras dejar de serlo?
La cuestión que trataremos no es baladí pues afecta a la actual praxis de la política católica y a la comprensión del peculiar triunfo en España de las tesis católico-liberales, condenadas reiteradamente por el magisterio pontifico, que contrasta con la debilidad de la democracia cristiana (en cuanto que organización política) en comparación con otros países. También, otra incógnita a resolver, es por qué no arraigó en España un Partido Católico o un Zentrum. Los católicos españoles sufrieron durante más de un siglo las divisiones entre posturas enconadas que iban desde el integrismo al conservadurismo, pasando por el carlismo. Paradójicamente en la decimonónica España católica, tan profundamente contrarrevolucionaria, el liberalismo se asentaba gracias a sus apariencias moderantistas y conservadoras.
El catolicismo liberal en España, que nunca tuvo un arraigo popular como el tradicionalismo, sólo pudo cuajar en primera instancia en España tras tortuosos recorridos ideológicos y psíquicos
El catolicismo liberal en España, que nunca tuvo un arraigo popular como el tradicionalismo, sólo pudo cuajar en primera instancia en España tras tortuosos recorridos ideológicos y psíquicos [como el resentimiento[2]], influencias extranjerizantes como el romanticismo o el tradicionalismo filosófico francés. En este proceso cobrarán especial importancia los intentos explicativos del origen del nacionalismo, especialmente el catalán, que influirá en el bizcaitarra, pues será en aquél donde emergerán los primeros conceptos de «nacionalidad integral». Con otras palabras, deberemos revisar la influencia de Maurras en España. Que sólo en Cataluña o Vascongadas arraigara la democracia cristiana en forma de partido político no es casual. El catolicismo liberal en el resto de España siguió otros cauces, aunque tarde o temprano se entrecruzaran las corrientes católico-liberales.
Una de las tesis que propondremos es que el nacionalismo o patriotismo moderno español, en sentido jacobino, no deriva –como parecería lógico– de una evolución del tradicionalismo hacia el conservadurismo. Por el contrario, la pista original la encontramos en el catalanismo, contaminado ya de catolicismo liberal, que pondrá las bases para que arraigue en la España castiza un concepto de «nación» que separaba definitivamente la conceptualización de la Patria de su sentido tradicional para derivar en una forma conservadora o facistizante. La Patria y la Religión quedaban divorciadas de la forma de gobierno tradicional en España: la monarquía.
la pista original la encontramos en el catalanismo, contaminado ya de catolicismo liberal, que pondrá las bases para que arraigue en la España castiza un concepto de «nación» que separaba definitivamente la conceptualización de la Patria de su sentido tradicional para derivar en una forma conservadora o facistizante
A pesar del carácter revolucionario del siglo XIX, esta ruptura intelectual, jurídica y afectiva tardó muchísimo en producirse. La clave de la mitigación del proceso revolucionario en España se podía explicar por un fenómeno singular: la persistencia de tradicionalismo contrarrevolucionario, a pesar de las constantes derrotas en los campos de batalla y su innegable persistencia como formación política en la época de paz. Como señala el profesor José María Alsina: «El carlismo tuvo arraigo popular gracias a su legitimismo dinástico, de tal modo que sin este hecho difícilmente hubiera aparecido en la historia española un movimiento semejante, aunque su principal y más profundamente motivación religiosa […]. Podríamos encontrar semejanzas con otros movimientos antirrevolucionarios como la Vandée, los tiroleses o los cristeros de México. Pero estos casos, después de haber fracasado su levantamiento militar desaparecieron como grupos políticos»[3]. Los cortafuegos contra el liberalismo estaban en la misma sociedad tradicional. Una vez derrotados los ejércitos legitimistas, la sociedad mantenía su misma esencia y apenas alcanzaba la influencia de las elites liberales al pueblo llano. Incluso en el ámbito religioso esta nefasta influencia sólo se pudo realizar a través de la política de elección de obispos.
La persistencia del tradicionalismo político (de forma más tenaz que en otros países de Europa) llevó consigo que ni la democracia cristiana pudiera arraigar con fuerza, ni que los católicos que querían ser fieles íntegramente a su credo pudieran sentirse cómodos en un conservadurismo decimonónico o en un nacionalismo español moderno. De ahí que constantemente se escuchen lamentos en aquellos católicos con vocación política que han malentendido que la democracia cristiana era la «evolución lógica» del magisterio social pontificio que arranca con León XIII[4]. O bien que se haya caído en un masivo «derrotismo» de los católicos, camuflado de «posibilismo».
2. La cuestión de la continuidad «vital» de la praxis de la política católica
Una previa, para adentrarnos en este complejo problema, es dilucidar en qué medida se puede plantear la legitimidad de ciertas posturas prácticas del catolicismo social y político actual, simplemente por el agotamiento de determinadas vías, bien por fracasos prácticos, bien por extinción «natural», bien por incapacidad de adaptación a nuevas dinámicas sociales. Con otras palabras, ante la desaparición de la posibilidad inmediata de una restauración de un Estado católico y la fulgurante secularización de la sociedad ¿Qué debemos hacer los católicos llamados por vocación a la política y a la restauración del Reino de Cristo? Se abre ante nosotros una dicotomía, o bien, como muchos han hecho, hay que aceptar «lo que hay», porque «no hay más» (hablamos en términos meramente de utilitarismo político: falta de organizaciones, medios, posibilidades de éxito, etc.); o bien emprender una emulación de Gedeón y casi desear que cada vez seamos menos, para que así Dios demuestre que la victoria es suya. Aunque el cuerpo y el alma nos pide esto último, ello no resuelve el problema de la «praxis» cotidiana del católico en la comunidad política. Ello se debe a la profunda ruptura de una tradición de Res publica christiana, que aunque se mantuvo en lo político durante siglos de Cristiandad, hasta la llegada de la Revolución francesa, ahora esta fractura se ha producido en lo social y en el alma de millones de católicos.
Cuando la tradición política católica finisecular se ha quebrado, estamos ante una dificultad conceptual: ¿se puede resucitar algo que ha muerto o entroncarse «artificialmente» con una tradición fenecida?, o bien estamos encaminados a hacer germinar de nuevo semillas que recorran un camino que las sociedades cristianas tardaron siglos en recorrer (y por tanto aceptar que es imposible la restauración inmediata de una Res publica christiana). Con otras palabras, hemos de ser conscientes del peligro que significaría no entroncar con una vía auténtica que nos hile con la tradición política católica. Uno de los hilos que prometimos dejar sin atar sería este: ¿cómo diferenciar el vivir tradicional del vivir en el tradicionalismo?[5]. En otros términos, podemos correr el gravísimo peligro de confundir la tradición (o tradicionalismo) con ideología. Hacemos hincapié en esta cuestión, pues la experiencia nos dice que no deja de haber un goteo constante de católicos que frustrados ante las tesis del conservadurismo político, se acercan a beber de las fuentes del tradicionalismo, aunque ello no suele acabar cuajando en una militancia o compromiso. Ello nos debería hacer reflexionar profundamente.
Es inevitable realizarse dos preguntas, una vez expuesto todo lo anterior: ¿se ha roto definitivamente, o momentáneamente, la posibilidad de una praxis católica conforme a los principios que señala el Magisterio eclesial?
La frustración de los buenos católicos ante el catolicismo liberal es fácilmente explicable, lo grave es tener que reconocer que no hay actualmente una clara vía para la praxis política católica tradicional capaz de acoger a los desencantados; aún más, capaz de sanarlos de las «heridas» del liberalismo. La pregunta que nos planteamos –a modo de mera hipótesis de trabajo– es si, por un lado se ha roto esa tradición y, por otro, si es recuperable sin caer en la tentación de «ideologizar» la tradición. Como afirma José Luis Millán-Chivite: «La “Tradición”, con mayúscula, reúne un contenido sociológico e ideológico muy complejo»[6]. El tradicionalismo político, por ahora el único defensor de una Res publica christiana, debe realizar una autorreflexión profunda y seria antes de lanzarse, como Gedeón, a la conquista de los madianitas.
Por tanto, empezaremos con una advertencia de MacIntyre, al afirmar que una «tradición» no sólo puede entrar en un período de la decadencia, sino desaparecer como consecuencia de una crisis. Esta crisis se resumiría en que «cuando [la tradición] está afectada por conflictos estériles y se limita a repetir viejas fórmulas, se halla en una “crisis epistemológica”»[7]. Esta advertencia de MacIntyre muchos de nosotros la hemos experimentado[8]. Pedro Carlos González Cuevas, desde una perspectiva muy particular, propone que para que se produzca una revivificación de la «tradición» (en la que se sospecha que la entiende en cuanto que mera ideología) se deben cumplir tres condiciones: 1) resolver los problemas pendientes; 2) que se explique cómo se plantearon estos problemas y por qué no se habían resuelto hasta entonces; y 3) que se consiga establecer un puente entre la antigua síntesis que había realizado la postura «tradicional» y la nueva reformulación sintética[9]. Sin participar plenamente de esta tesis, la utilizaremos en parte para construir un hilo argumental en nuestro escrito, intentando que nos lleve a la comprensión y propuestas de la acción política bajos los parámetros del catolicismo tradicional.
El tajo del cordón umbilical de la «experiencia» tradicionalista no debe confundirse con la separación voluntaria y contra natura que propuso el catolicismo liberal entre lo público y lo privado.
Es inevitable realizarse dos preguntas, una vez expuesto todo lo anterior: ¿se ha roto definitivamente, o momentáneamente, la posibilidad de una praxis católica conforme a los principios que señala el Magisterio eclesial? En caso afirmativo, ¿cómo se recompone este lazo sin caer en los peligros ideologizantes? Hace unos pocos años José Antonio Ullate, nos deleitaba con unas reflexiones sobre la necesidad de una «experiencia» vital –familiar y social– del carlismo que culmine la mera aceptación intelectual o voluntarista del mismo. La pérdida de esta experiencia se manifestó en muchas familias tradicionalistas tras la funesta penetración del marxismo y del liberalismo en las filas del carlismo popular, a la par que la inoculación lenta pero eficaz del progresismo en los colegios o las parroquias a las que llevaban a sus hijos. La ruptura «vital», paradójicamente ha llevado a que muchos nuevos carlistas o tradicionalistas no provengan de viejas sagas carlistas.
El tajo del cordón umbilical de la «experiencia» tradicionalista no debe confundirse con la separación voluntaria y contra natura que propuso el catolicismo liberal entre lo público y lo privado. Hoy por desgracia vivimos esta separación, pero no porque la deseemos, sino porque está impuesta de facto. Para muchos tradicionalistas, vivir así es contra natura, pues aceptamos que el «medio» político no es neutral, sino por naturaleza secularizante y laicista, sino abiertamente anti-católico. Por el contrario, muchos católicos bienintencionados han caído en el error liberal de pensar que el «medio» político es neutral. Este hecho ya fue anunciado como principio por los primeros católicos liberales. Así, señala nuevamente Alsina: «Quadrado afirmaba utópicamente la neutralidad ideológica de las instituciones políticas desligándolas de los principios que las habían inspirado. De este modo aceptar el gobierno representativo no exigía adoptar los principios liberales»[10]. Ser católico podía realizarse «plenamente» en la «neutralidad» del sistema político que tocara vivir. Y esta es la tesis que rechazamos plenamente.
Por el contrario, muchos católicos bienintencionados han caído en el error liberal de pensar que el «medio» político es neutral.
Respecto al peligro de «ideologización» de la tradición, podemos tomar como referente una reflexión de Mannheim. El sociólogo alemán entiende el «tradicionalismo» como una mera ideología pues según él, por definición, supone una «discontinuidad» entre el presente y el pasado. Con sus propias palabras, el «tradicionalismo» es «la expresión de una tradición feudal que se ha vuelto consciente»[11]. El contexto de la obra de Mannheim ya nos indica que no deja margen de maniobra: todo «tradicionalismo» sería una «ideología» pues presupondría de por sí una discontinuidad temporal[12]. Simplemente, ante determinadas circunstancias, propone el alemán, normalmente reactivas, se «toma consciencia» (consciencia utópica, añadiríamos) de que hubo un pasado que debe ser considerado como una referencia necesaria. Esta necesidad se derivaría de una crisis identitaria en el presente y como un refuerzo psíquico para soportarlo. Pero este «tradicionalismo» no podría concebirse como una alternativa política actualizadora de los principios políticos que rigieron el pasado.
El mencionado González Cuevas, toma en este sentido ideologizante el tradicionalismo, englobándolo para colmo en el «a-científico» concepto de «extrema derecha»[13]. Para el autor hay tres categorías de ésta: 1) la «teología política», tomada como hecho religioso legitimador de una praxis política; 2) la «radical» que asume los supuestos seculares de la modernidad e intenta legitimarse en un concepto moderno de «nación»; 3) la «revolucionaria», en cuanto que movimiento de masas populista con incluso ciertos rasgos socialistizantes y en contrapunto, profundamente antiliberal y antimarxista. Curiosamente ninguna de las tres ha cuajado en España como alternativa política real (no así en otros países, en que se van consolidando la segunda y la tercera, con sus evidentes adaptaciones parciales a los cánones de la corrección política). Como es evidente, nos centraremos en esa mal llamada «teología política» (que el propio autor reconoce que ha sido la dominante a lo largo del XIX y buena parte del XX) y nos lanzaremos a un revisionismo histórico para tratar de comprender por qué hemos llegado hasta donde hemos llegado. La intención de fondo es comprender las estrategias del catolicismo liberal que le han llevado hasta su aparente triunfo final (que coincide con su propia muerte)[14]. Y si nos lo permite el tiempo y el ingenio, lanzar algunas propuestas para la praxis política englobada en el catolicismo tradicional.
(Continuará)
Javier Barraycoa
NOTAS
[1] Vicente CÁRCEL ORTÍ, Historia de la Iglesia en la España contemporánea, Madrid, Palabra, 2002, pág. 437.
[2] Utilizamos la palabra resentimiento en el sentido técnico expresado por Max Scheler en su obra El resentimiento en la moral.
[3] José María ALSINA ROCA, El tradicionalismo filosófico en España. Su génesis en la generación romántica catalana, Barcelona, PPU, 1985, pág. 214.
[4] Ejemplo de ello es la siguiente afirmación de mi amigo Josep Miró i Ardèvol, miembro de Consejo Pontificio para los Laicos: «En España nunca ha conseguido existir un verdadero partido demócrata-cristiano. Ha existido la idea de transponer directamente el catolicismo a la política, lo cual es un error en el sentido de que la Iglesia puede y debe producir un criterio en un orden político, pero no puede ni debe aplicarlo directamente y menos todavía puede aceptar que exista un sujeto político que pretenda representarla de manera literal. Y esto ha sido la tentación de un cierto catolicismo en España durante mucho tiempo». Josep MIRÓ, Andreoti y la Democracia Cristiana, http://www.forumlibertas.com.
[5] Es evidente que este planteamiento nos lleva a distinguir entre dos (o más) sentidos de tradicionalismo: por un lado el sincero, el que se esfuerza en entroncarse con el sentir de generaciones anteriores y el de una mera pose frente al conservadurismo y casi como exclusión de otras posibilidades. No cabría descartar tradicionalistas por esteticismo o simplemente por anomia psicológica (como reacción a una presente social incapaz de ser asumido).
[6] José Luis MILLÁN-CHIVITE, «Evolución del concepto de tradición como política en la España del XIX», Anales de la Universidad de Cádiz (Cádiz), núm. 2 (1985), pág. 192.
[7] Alasdair MACINTYRE, Justicia y racionalidad, Barcelona, Eiunsa, 1994, pág. 349.
[8] Pedimos de antemano disculpas por estas digresiones personales. En la dilatada militancia del tradicionalismo uno se ha hartado de escuchar hasta la saciedad las mismas afirmaciones repetidas casi de forma mecánica. Ello no significa que, como señalaba nuestro maestro Francisco Canals, las cosas verdaderas se han de repetir constantemente. Por el contrario, nos referimos a la incapacidad que hemos demostrado muchas veces de plantear cuestiones que salgan de los «cánones» de discusión, no atreviéndonos a abordar temas fuera de ese canon. En este caso estaríamos ante un tradicionalismo muerto.
[9] Cfr. Pedro Carlos GONZÁLEZ CUEVAS, «Las tradiciones ideológicas de la extrema derecha española», Hispania (Madrid), núm. 207 (2001).
[10] José María ALSINA, op. cit., pág. 214.
[11] Karl MANNHEIM, Ideología y utopía, Ciudad de Méjico, FCE, 1987, pág. 107. Evidentemente no hay parangón entre el concepto de tradición que usa Mannheim con el que estamos habituados. Por ejemplo distingue un «tradicionalismo natural» relacionado con normas «vegetativas» y con modos de vida ligados a elementos mágicos de la conciencia.
[12] Lo único que podría evitar esa «discontinuidad» temporal, como ya señalamos al principio sería un movimiento de fidelidad legitimista que, por definición, se mantendría en el tiempo hasta que no se rompiera esa línea dinástica y legítima. En el caso de España, no entraremos en debate, lo consiguió el carlismo durante más de un siglo. Si esta continuidad legitimista se hubiera perdido, el carlismo pasaría a ser tradicionalismo.
[13] Cfr. Pedro Carlos GONZÁLEZ CUEVAS, op. cit., pág. 101.
[14] Como la finalidad del catolicismo liberal es deshacer el principio católico tradicional y verdadero, una vez cumplida su misión, deja de tener sentido y desaparece. Una forma de verlo es que cuando más fuerte era el tradicionalismo, la democracia cristiana mantenía un discurso casi netamente católico, excepto en el tema de separación Iglesia y Estado. Hoy en día, casi extinguido el tradicionalismo, la democracia cristiana no defiende una sola tesis plenamente católica.
La jerarquía eclesiástica y el papado, desde el siglo XIX, han traicionado los movimientos que han defendido la Iglesia Católica. Carlos VII en el manifiesto de Morentin se suma a esta traición, renunciando a que el pueblo recupere los bienes desamortizados.
Recemos por la conversión del Papa y sus ministros!.
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Voy a ir poco a poco escribiendo algo sobre temas tan profundos porque me siento obligado a ello porque quiero aprender.En principio usted don Javier ,dice que en España no arraigo la democracia cristiana, sino el catolicismo liberal.
Seguiré.Solo he comenzado.
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Me he leído este primer artículo de don Barraycoa, pero tendría que buscar el significado de demasiadas palabras y sólo voy a comentar con anécdotas.
Cuando al cantaautor argentino, Facundo Cabral se le murió su esposa y su hija en un accidente de avión, Santa Teresa de Calcuta, que era amiga de él, le llamó por teléfono y le dijo que fuera a Calcuta, a cuidar leprosos, como estaba haciendo ella y él se fue a Calcuta a dar el amor que no podría ya dar a su esposa y a su hija y sí a los leprosos.No sé el final de esta relación pero sí recuerdo que Facundo Cabral dijo que era un cristiano ecuménico y no dijo que católico como ella.
El periodista, escritor y cineasta que más dio a conocer el trabajo de La Madre Teresa, era anglicano y le decía a ella que no podría ser católico por la vida que llevaron los Papas casados y con hijos y otros no casados y con hijos y por la Inquisición Católica, pero con el paso de los años se desdijo y se bautizó junto a su esposa en una basílica no recuerdo si de Alemania o de Gran Bretaña.El ejemplo diario infatigable de La Madre Teresa convirtió al anglicano al catolicismo, no así a Facundo Cabral.Yo ya no me considero católico porque no estoy interesado en saber si hay otra vida o no hay, pero tengo tendencia al cristiano.
Hace poco me enteré que el gran César Vidal, como el gran Javier Barraycoa, no pertenecía a ningún tipo de » grupo religioso «, yo había creído que era un pastor protestante y no, él cuenta que hace años, no sé cuándo sucedió, leyendo el Nuevo Testamento, se encontró con Jesucristo y es un cristiano pero sin pertenecer a ningún grupo.Yo hasta el año pasado ponía la equis para la Iglesia Católica a pesar de que sabía que los curas y obispos vascongados, no sé jugaban la vida intentando ser neutrales, sino en su gran mayoría se posicionaron a favor de la ETA, con el asunto catalán ya he decidido que el resto de mi vida, no volveré a poner la equis a favor de La Iglesia Católica, yo llevo toda la vida ayudando y no necesito saber si hay otra vida o no pero rehuyo a los que hablan mal de Jesucristo o de Santa Teresa de Calcuta o les defiendo si no es un fanático de extrañas creencias y puede sacar beneficio de los dos.
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