
Caricatura del sexenio liberal
Parte 1 y 2 – Introducción y la praxis política católica
Parte 3 – ¿Por qué y cómo hemos llegado hasta aquí?
4. Pero, ¿hubo un pensamiento contrarrevolucionario católico?
5. El pensamiento conservador y a la vez revolucionario
6. El agotamiento de la monarquía isabelina y el lugar de los pensadores católicos

Cándido Nocedal
La Revolución septembrina, 1868, supuso el fin del sueño –demasiado largo para las profecías de Balmes– de la Monarquía constitucional isabelina. Unos años antes la intelligentzia católica, tanto tradicionalista como conservadora, aunaba esfuerzos en varios frentes como el diario El Pensamiento Español, fundado en 1860 por Navarro Villoslada; en el Parlamento con figuras como Cándido Nocedal y Antonio Aparisi y Guijarro o profesores universitarios como Ortí y Lara. Todos ellos fueron conocidos con el genérico e inapropiado nombre de «neocatólicos»[50].
En la medida en que el proceso revolucionario se aproximaba a su eclosión septembrina, el carlismo debía sufrir su propia catarsis. La muerte temprana del Conde de Montemolín (Carlos VI), las veleidades liberales de su hermano (Juan III), parecían alejar definitivamente a la dinastía legitimista de la historia de España. Sólo el carácter proverbial de la Princesa de Beira, viuda de Carlos V y su Carta a los españoles (en 1864), llevaban a la abdicación de Don Juan y abrían las puertas de la sucesión a su hijo el futuro Carlos VII. El carlismo prolongaba así sus reivindicaciones legitimistas. Y contra todo pronóstico eclosionaba de nuevo el tradicionalismo contrarrevolucionario.
La muerte temprana del Conde de Montemolín (Carlos VI), las veleidades liberales de su hermano (Juan III), parecían alejar definitivamente a la dinastía legitimista de la historia de España.

Navarro Villoslada
El triunfo de la «Gloriosa», avisado, anunciado y profetizado por tantos pensadores como Balmes y Donoso, llevó a que los «neocatólicos» antes mencionados acabaran recalando en las filas carlistas. Esta «conversión» de hombres como Aparisi y Guijarro, puede resultar incomprensible para muchos analistas. La «lógica» histórica (que casi nunca se cumple) hubiera consistido en que los «neocatólicos» hubieran derivado en un movimiento conservador, incluso republicano, fundamentado en el espíritu nacional. Parecía que la corriente histórica debía llevar al pragmatismo de los católicos para hacerse fuertes dentro de un sistema que era «inevitable». Lo ilógico era reabrir la cuestión de la legitimidad dinástica, tras la experiencia de la Primera Guerra Carlista.
Sin embargo el «sexenio liberal» nutrió las filas de los partidarios de Don Carlos y esta vez con una potente intelligentzia a la par que una creciente red de influyentes publicaciones[51]. Igualmente, «una de las notas distintivas, dentro de la complejidad neocarlista, radica en la existencia de unos nutridos grupos urbanos, frente a la tan “cacareada” teoría del ruralismo carlista»[52]. Este paso fue posible, en la medida en que el romanticismo no había arraigado en estos pensadores. En palabras de González Cuevas el tradicionalismo no derivó en conservadurismo, sino que el «conservad urismo» derivó en «tradicionalismo», en la medida que España no tuvo un Renan, un Hippolyte Taine o un Fustel de Coulanges.
La reacción «nacional» frente a la revolución que se dio en Francia, nada tiene que ver con la reacción contrarrevolucionaria y monárquica que se produce en España.

Aparisi y Guijarro
Renan, liberal y racionalista, había escrito una vida de Jesús que había provocado rechazo en toda España. Hasta Pío IX le llamó el «blasfemo europeo». A parte de estas veleidades, Renan se consagró por su innovadora idea de Nación en su discurso ¿Qué es una Nación? (1882). Su idea, ya moderna, de «nación» abandona características identitarias como raza, lengua o religión y se centra en la mística de una creencia, en compartir el haber vivido una historia común, tiempos felices y trágicos. Sostenía que «el olvido, también el error histórico, son factores esenciales para la creación de una nación, y es por eso que el progreso de los estudios históricos es a menudo un peligro para la nacionalidad»[53]. Es lugar común la influencia que tuvo Renan posteriormente sobre Maurras y la Acción Francesa. La reacción «nacional» frente a la revolución que se dio en Francia, nada tiene que ver con la reacción contrarrevolucionaria y monárquica que se produce en España. Se produce la paradoja de que el positivismo se ha considerado que derivó en pensamiento contrarrevolucionario en Francia, pero no en España.
Los moderados más conservadores, como Bravo Murillo, permanecieron fíeles a la reina y fundaron en 1872, con el apoyo de importantes miembros de la aristocracia tradicional y de la alta burguesía de negocios, La Defensa de la Sociedad. Esta revista quiso ser el aglutinante antirrevolucionario que abarcara desde el carlismo al moderantismo conservador frente al proyecto revolucionario encarnado en la democracia liberal radical y la I Internacional. El lema de la publicación era un significativo «Religión, Familia, Trabajo, Patria y Propiedad»; decimos significativo, por el orden de los conceptos, y porque denotaba la influencia de Bonald respecto a las tesis de la propiedad agraria como sustrato de la renovación social[54]. Con la perspectiva de un siglo es fácil no atender a estos matices, pero en la sociedad del momento este tipo de eslóganes (con sus detectables matices) suponían un auténtico abismo entre sensibilidades y convicciones católicas.
Javier Barraycoa
(Continuará)
NOTAS:
[50] La terminología usada por multitud de historiadores al referirse a «neocatólicos», «tradicionalistas», «carlistas», es profundamente equívoca y uno se puede encontrar incluso que a Balmes lo clasifican de carlista. Entre los conservadores que se pasaron al carlismo en la fase de agotamiento de la monarquía isabelina se ha utilizado la adecuada expresión «liberales cansados», cfr. José Luis MILLÁN-CHIVITE, op. cit. pág. 195.
[51] En esta época la Comunión Católico-Monárquica tuvo un enorme crecimiento con la llegada de intelectuales, abogados, periodistas e intelectuales en general. Oyarzún, en su Historia del Carlismo, habla de una «enorme masa de opinión».
[52] José Luis MILLAN-CHIVITE, op. cit., pág. 197.
[53] Cit. en Joan BESTARD, Parentesco y modernidad, Barcelona, Paidós, 1998, pág. 29.
[54] Entre sus colaboradores, hubo carlistas, como Aparisi y Nocedal; moderados, como Barzanallana y Pidal; conservadores liberales, como Cánovas del Castillo o el Marqués de Molins; y también fue significativa la presencia del clero: Zeferino González, Antolín Monescillo, Francisco Javier Caminero o el Padre Coloma.
Cuando más presencia y posibilidades tenía el Carlismo en el parlamento, Carlos VII se embarcó el la III Guerra Carlista, para después en la traición de Morentin renunciar a recuperar los bienes desamortizados; causando con ello grave perjuicio a sus voluntarios más humildes.
Me gustaMe gusta
Pingback: Catolicismo político tradicional en la España contemporánea (7): La Restauración como estrategia del conservadurismo contra el tradicionalismo | Anotaciones de Javier Barraycoa
Pingback: Catolicismo político tradicional en la España contemporánea (8 y 9): La Unión Católica y el catalanismo | Anotaciones de Javier Barraycoa
Pingback: Catolicismo político tradicional en la España contemporánea (final): conservadurismo, franquismo y tradicionalismo | Anotaciones de Javier Barraycoa
Pingback: Catolicismo político tradicional en la España contemporánea (6): El agotamiento de la monarquía isabelina y el lugar de los pensadores católicos | Ricardo de Perea Ricardodeperea