
Sátira de Isabel II
Parte 1 y 2 – Introducción y la praxis política católica
Parte 3 – ¿Por qué y cómo hemos llegado hasta aquí?
4. Pero, ¿hubo un pensamiento contrarrevolucionario católico?
5. El pensamiento conservador y a la vez revolucionario
Adentrarse en los vericuetos de la historia del siglo XIX, sea en cuestiones políticas, bélicas o del pensamiento, para los que no somos expertos, es un reto temerario. Sin embargo, para el neófito asaltan sorpresas que uno no puede ignorar. Mientras que en el bando contrarrevolucionario, representado por el carlismo en armas, y cuya doctrina se centraba en la «teología del púlpito»[38], el nuevo régimen político parecía asentarse en profundos pensadores católicos o al menos permitía que éstos germinaran. Ciertamente la monarquía isabelina tuvo sus vaivenes políticos (al igual que la fernandina), pero acabó siendo considerada esencialmente como conservadora. Por aquella época destacaron dos portentos del pensamiento político español: Donoso Cortés y Jaime Balmes.
Siempre nos han sorprendido que figuras que nunca fueron carlistas como Balmes, Donoso, Menéndez y Pelayo, u otros, fueran citadas y asumidas sin el menor complejo por pensadores carlistas; cosa que no suele suceder al revés. Ello demostraría varias cosas, por un lado que el carlismo o el tradicionalismo político no es una «ideología» y por tanto no tiene que encerrarse en cánones pre-establecidos y, por otro, que había un sensus communis que permitía rescatar de cualquier autor aquello que se considerara verdadero, independientemente de su posicionamiento político o táctico. Antes de profundizar en este hecho, advertimos que tampoco hay que considerar que hubiera compartimentos estancos entre los pensadores tradicionalistas y los conservadores[39]. Historiadores como Josep María Mundet han intentado demostrar, a modo de botón de muestra, que entre Vicente Pou y Jaime Balmes hubo influencias[40]. Ejemplo de ello es la coincidencia de juicios sobre los peligros del moderantismo, que Balmes expresaba así: «Se ha confirmado una vez más y más una verdad, por cierto ya bien conocida, y es que la única diferencia entre los progresistas y cierta facción de los moderados, consiste en que aquéllos dicen “Hágase pronto y por cualquier medio”, y éstos dicen “Hágase lo mismo con lentitud y por medios suaves”»[41].
Siempre nos han sorprendido que figuras que nunca fueron carlistas como Balmes, Donoso, Menéndez y Pelayo, u otros, fueran citadas y asumidas sin el menor complejo por pensadores carlistas; cosa que no suele suceder al revés.
La lógica de la historia política, especialmente la del pensamiento, hubiera llevado a que tras el conflicto armado de la Primera Guerra Carlista, el pensamiento de los «conservadores» pro-isabelinos hubiera arrastrado al viejo pensamiento carlista, en parte por las coincidencias en cuestiones de defensa religiosa y en parte por la «inmediata» solución dinástica (que parecía pasar por el matrimonio entre Isabel y el hijo del pretendiente carlista). Sin embargo, ni el carlismo dejó de conservar su corpus doctrinal, ni los pensadores como Balmes o Donoso fueron evolucionando hacia posturas conservadoras, entendiendo estas como una aproximación al catolicismo liberal. Donoso o Balmes, fueron incluso denominados como los «tradicionalistas isabelinos».
Por motivos diferentes, Balmes y Donoso se convirtieron en personajes excepcionales que no parecían encajar en su tiempo, pero lo comprendieron mejor que nadie. En Balmes pesó la influencia escolástica q u e aún no se había extinguido en Cataluña y se había preservado, en cierta medida, en la Universidad de Cervera[42]. Donoso simplemente brillaba con luz propia. De él dijo Carl Schmitt que sus discursos de 1848 «llegaron a fascinar al continente europeo»[43]. Incluso lo consideró mucho más importante que Joseph de Maistre, porque su adhesión a la monarquía no era por romanticismo, sino que la veía como un instrumento adecuado para frenar la revolución, junto con la Iglesia y el Ejército. Si de Maistre miraba hacia el pasado, Donoso lo hacía hacia el futuro con propuestas atrevidas como la disolución de todos los partidos en uno, para frenar la revolución socialista de 1848 en Europa[44].
Si de Maistre miraba hacia el pasado, Donoso lo hacía hacia el futuro con propuestas atrevidas como la disolución de todos los partidos en uno, para frenar la revolución socialista de 1848 en Europa
Balmes nunca conspiró contra el «poder instituido» que aceptaba de facto, pero no como principio. Por eso, ello no le impedía criticar sus graves defectos y peligros, y –si no se remediaba– su definitivo final en un proceso revolucionario. Mientras que el carlismo en armas había luchado por la restauración de una Monarquía tradicional, la Monarquía constitucional no había logrado auto-constituirse o asentarse y dependía esencialmente del ejército. En palabras de Balmes: «El militarismo es fruto de la incapacidad de las instituciones liberales e consolidar un poder civil efectivo»[45] (qué proféticas serían estas palabras si se aplicaran al siglo XX). Políticos pensadores de menor calibre, como Juan Bravo Murillo, liberales del Partido moderado, iniciaron con mayor o menor éxito la andadura hacia lo que podríamos denominar la vía «conservadurista» del moderantismo liberal.
Sus intentos por que la Constitución de 1845 fuera más conservadora de lo que fue, o su entusiasmo ante el Concordato de 1851, en el que la Monarquía reconocía la unidad católica de España, le acercan teóricamente al tradicionalismo, pero no podemos dejarnos llevar por las apariencias. Bravo Murillo siguió siendo liberal (cosa que no ocurrió con Donoso o Balmes que nunca lo fueron). A pesar de su «conservadurismo práctico», el fundamento doctrinal de Bravo Murillo lo encontramos en su opúsculo titulado De la soberanía[46], donde defiende la «soberanía popular» (idea profundamente anticatólica tal y como era formulada), aunque entiende que por sus efectos negativos en el orden práctico no era realizable, pues necesariamente llevaba a la revolución y el desorden[47]. El conservadurismo de Bravo Murillo, como el de otros tantos de aquella época, se podría definir como el de un «hereje con sentido común».
El conservadurismo de Bravo Murillo, como el de otros tantos de aquella época, se podría definir como el de un «hereje con sentido común».
Mientras que los acontecimientos dieciochescos discurrían entre flujos y reflujos de liberalismo radical, contrarrevoluciones carlistas y moderantismos constitucionales, hay un hecho que no nos puede pasar desapercibido. Lo que en una primera instancia podía ser una simple corriente conservadora en el campo social y teológico, se acabó convirtiendo en el germen que décadas más tarde fructificará en el catalanismo político. Lo que hemos denominado «tradicionalismo filosófico» (no confundir con el tradicionalismo político español), que había arraigado con fuerza en Francia y ante el que España parecía inmune, acabó adentrándose sobre todo por Cataluña y Mallorca. Allí destacó un grupo perfectamente definido de apologistas católicos en torno a Joaquín Roca y Cornet y la revista barcelonesa La Religión.
Así penetraba en los ambientes católicos catalanes la influencia de Bonald[48]. Con Roca y Cornet trabajan Manuel de Cabanyes y los mallorquines Tomás Aguiló, y, sobre todo, José María Quadrado. Siendo discípulo de Balmes[49], los efectos de su obra acabarán contradiciendo al maestro, no como otros que posteriormente veremos. Quadrado puede considerarse uno de los introductores del romanticismo en Cataluña. Tradujo a Lamartine, Víctor Hugo y Byron. José María Alsina, en su obra anteriormente referida presta especial atención a la evolución del pensamiento católico político a través del romanticismo. Más adelante retomaremos esta cuestión tan fundamental para entender el presente.
Javier Barraycoa
(Continuará)
NOTAS:
[38] Desde la Escuela tomista de Barcelona, siempre se ha defendido que pervivió en Cataluña un tomismo gracias a las órdenes mendicantes y de predicadores. Este tomismo no se traslució en las cátedras pero sí en la homilética de la cual se alimentaba el pueblo.
[39] La utilización del término «tradicionalistas» y «conservadores» es muy laxo y no lo utilizamos en un sentido categorizador y definido. Simplemente nos referimos a autores que se posicionaban en el bando carlista o aceptaban, con sus propias pegas, la monarquía isabelina.
[40] Cfr. Josep María MUNDET I GIFRE, «Viçenc Pou, ¿Un antecedent de Balmes? La política religiosa dels moderats vista per un carlí (1845)», Anales de la Fundación Francisco Elías de Tejada (Madrid), núm. 9 (2003), págs. 137-169.
[41] Jaime BALMES, El Pensamiento de la Nación, 2 de abril de 1845.
[42] Cfr. Francisco CANALS VIDAL, La tradición catalana en el siglo XVIII: ante el absolutismo y la Ilustración, Madrid, Fundación Francisco Elías de Tejada y Erasmo Pèrcopo, 1995.
[43] Carl SCHMITT, Interpretación europea de Donoso Cortés, Madrid, Rialp, 1952, pág. 122.
[44] Para un estudio de las reflexiones de Carl Schmitt sobre España, cfr. Dalmacio NEGRO PAVÓN (ed.), Estudios sobre Carl Schmitt, Madrid, Fundación Cánovas del Castillo, 1995.
[45] Jaime BALMES, Obras completas, Madrid, BAC, 1950, tomo VI, pág. 33.
[46] Juan BRAVO MURILLO, Opúsculos, tomo II, Madrid, Librerías de San Martín, 1864.
[47] No estaría de más realizar un estudio por el que centenares de políticos y pensadores conservadores, no consiguen armonizar sus creencias con sus afirmaciones o actuaciones. Bravo Murillo aceptaba el herético dogma de la soberanía del pueblo, pero se alegraba con la proclamación de la unidad católica de España. Casos semejantes los encontraríamos sin parar.
[48] De este grupo José Ferrer y Subirana, antiguo condiscípulo de Balmes, traduce y prologa a Bonald.
[49] Con él colaboró en El Pensamiento de la Nación.
El conservadurismo político, conserva la revolución liberal. Menos palabrería y más acción práctica hubieran tenido que emplear Balmes y Donoso; jamás ninguno de los dos se comprometió con los voluntarios carlistas que luchaban contra las injusticias desamortizadoras.
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