Fallece Gustavo Bueno: la izquierda pierde su último referente del sentido común

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Ha fallecido recientemente Gustavo Bueno, filósofo, de formación clásica, ateo, pero inteligente y –lo más importante- honesto intelectualmente. Todo ello le convirtió en un intelectual molesto tanto para las derechas como para las izquierdas. A modo de ejemplo, y para ver lo fino que se hilaba antaño, en 1975, en la Universidad de Barcelona, unos estudiantes maoístas le echaron un bote de pintura por defender a la URSS frente al comunismo chino. Pero ese Gustavo Bueno, fue madurando y abandonó las tesis soviéticas sin querer dejar de ser de izquierdas. No obstante era un “izquierdista” demasiado especial para pasar desapercibido y se fue ganado poco a poco las iras de los intelectuales de izquierdas.

Otra forma curiosa de clasificarse era de “tomista no creyente”. Siempre fue un defensor –y reconoció el enorme valor- de la profundísima y riquísima tradición escolástica española.

El personaje fue tan peculiar debido a su solidísima formación clásica de la que no quería renegar aunque fuera incompatible con sus posiciones políticas. Por ejemplo se le consideró un propulsor del “ateísmo católico”, esto es, la voluntad de ser ateo pero reconociendo el valor del entorno cultural del catolicismo y agradeciendo la impronta recibida por él. También le consideraban un marxista heterodoxo pues se daba cuenta de la pobreza intelectual de los marxistas españoles y les acusaba de sus flaquezas intelectuales. Otra forma curiosa de clasificarse era de “tomista no creyente”. Siempre fue un defensor –y reconoció el enorme valor- de la profundísima y riquísima tradición escolástica española.

Como los “intelectuales” de izquierdas no entendían nada de nada respecto a estos posicionamientos, le empezaron a acusar de conservador e incluso de nacionalista español. Poco a poco, dejo de ser un referente incluso en el mundo universitario y sólo lo han reconocido como el potente pensador que fue, aquellos que –independientemente del posicionamiento político- buscan la verdad. La obra de Gustavo Bueno es inmensa y difícil de resumir en un breve artículo, pero intentaremos destacar aquello que motive a leer sus enjundiosos libros. A nuestro entender son muy interesantes sobre todo las últimas, donde más se percibe ese sentido común aplastante, la profundidad intelectual y –cosa rara para los tiempos que corren, la búsqueda de la verdad.

Defendía que el catolicismo era la religión más racional de todas, y que el dogma de la Encarnación, Dios hecho carne, permitía la aparición del materialismo, frente a las otras religiones gnósticas y alejadas de la realidad.

En 1997 aparecía El mito de la cultura: ensayo de una teoría materialista de la cultura y poco después, en el año 2000, España frente a Europa. En ellos se nota claramente un abandono del marxismo como herramienta de interpretación histórica y empezó a ganarse las acusaciones de “derechista” o “nacionalista español”. Dos años después aparecía Telebasura y democracia (2002), una crítica feroz a la cultura de masas y la debilidad de una democracia fundamentada en ella. En esta fase de su vida, ya no se cortaba y afirmaba cosas que escandalizaban a los defensores de la corrección política. Por ejemplo, no tenía miedo en afirmar que la inteligencia había muerto en España. Denunciaba que España era una democracia débil y demagógica. Denunció sin piedad la devastación institucional de la enseñanza pública, y por tanto la inevitable decadencia intelectual.

izquierdaPero el libro que más daño hizo entre las filas de la izquierda fue El mito de la izquierda: las izquierdas y la derecha (2003). Era un ataque frontal a todos aquellos que hoy se dicen de izquierdas. Pasaba por donde pasara, declarara lo que declara o escribiera lo que escribiera, siempre levantaba ampollas. Por ejemplo, en 2007, los independentistas andaluces le acusaron de islamófobo por criticar que se mencionara a Blas Infante, en el nuevo Estatuto de Autonomía de Andalucía, como padre de la patria andaluza. Tras los atentados de las Torres Gemelas, afirmó que: «Hay que destruir las raíces del Islam con el arma del racionalismo». Defendía que el catolicismo era la religión más racional de todas, y que el dogma de la Encarnación, Dios hecho carne, permitía la aparición del materialismo, frente a las otras religiones gnósticas y alejadas de la realidad.

Uno de sus últimos libros se titula El fundamentalismo democrático. La democracia española a examen (2010). En él critica la tendencia del fundamentalismo democrático a fiarlo todo a entidades metafísicas: Voluntad, Pueblo, Democracia o Libertad. Todo ello no puede ser más que un precedente del suicidio político. Por eso, veía en los nacionalistas, y en la clase política en general un peligro mortal para España. Algunas de sus frases lo dicen todo: “Para los nacionalistas, se trata de liquidar España, y para el resto no es que la nieguen, sino que la olvidan. La derecha y la izquierda se avergüenzan de España” o “Lo que llamamos ‘nacionalismos’ son nacionalismos fraccionarios. Catalanes y vascos nunca constituyeron una nación política. Aparecen en el siglo XIX como partidarios de una nación de carácter místico y segregatorio, sin aportar conceptos nuevos. Son un camelo. Se fundan en la mentira histórica. Brotan de unas élites económicas, de los hidalgos locales o de la burguesía, que se mueven por resentimiento ante la lucha de clases que determina la inmigración de trabajadores procedentes de España”. Como se nos acaba el espacio, sólo podemos invitar al lector a iniciarse en la lectura del que fue llamado el “Sócrates riojano”.

Javier Barraycoa

Publicado en Reino de Valencia nº 101, septiembre/octubre 2016

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