Catolicismo político tradicional en la España contemporánea (7): La Restauración como estrategia del conservadurismo contra el tradicionalismo

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Parte 1 y 2 – Introducción y la praxis política católica

Parte 3 – ¿Por qué y cómo hemos llegado hasta aquí?

4. Pero, ¿hubo un pensamiento contrarrevolucionario católico?

5. El pensamiento conservador y a la vez revolucionario

6. El agotamiento de la monarquía isabelina y el lugar de los pensadores católicos

 

 

7. La Restauración: la estrategia del conservadurismo contra el tradicionalismo

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Cánovas

El «pacto» entre conservadores y tradicionalistas estaba condenado a la ruptura tras la Restauración. Ésta no fue una contrarrevolución sino una revolución conservadora dirigida por Cánovas del Castillo. La nueva Constitución, la de 1876, escondía algunas trampas que los sectores más intransigentes no estaban dispuestos a aceptar. Entre ellas claramente el título II que amparaba la libertad de cultos y, de facto, anulaba el Concordato de 1851[55]. Exteriormente el nuevo régimen se presentaba como un Régimen conciliador y pacificador. Una especie del género que George Steiner definió como «un largo verano liberal […] un largo periodo de reacción y calma». El capítulo II de la Constitución había levantado las iras de los tradicionalistas, al igual que el proyecto canovista de la Unión Liberal. Pero Cánovas se había ganado a los eclesiásticos y buena parte de obispos con la concesión de grandes prebendas para la Iglesia en materia de educación y temas sociales. Pero tarde o temprano el conflicto estaba garantizado. No podía faltar mucho tiempo sin que se plantearan estrategias para debilitar a los viejos aliados: «Según Cánovas el drama del carlismo es que no se podía adaptar a la restauración. El carlismo se convertiría en un residuo sentimental, guardado en el corazón de algunos nostálgicos»[56]. Esta última afirmación la pone Galdós en boca de Cánovas y posteriormente la recogió Valle Inclán. Para los conservadores el carlismo había sido muy útil en los momentos de la revolución levantisca, pero ahora debía disolverse en el sistema liberal-conservador

Emerge así el denominado «posibilismo» que representa la Unión Católica de Alejandro Pidal y Mon. Éste era discípulo de fray Zeferino González, principal representante de la llamada neoescolástica (Zeferino González fue falsamente tomado por Pidal como discípulo de Donoso y Balmes: así justificaba una continuidad tradicionalista que en realidad no existía). La Unión Católica siempre fue interpretada por el carlismo y el integrismo como una estrategia de debilitación de los sectores católicos más intransigentes, para que se adhirieran al proyecto (herético) de la Restauración. El conocido discurso de Pidal ¿Qué esperáis?, empezaba por una llamada a las «honradas masas carlistas». Fue comentado de manera muy crítica por la prensa carlista e integrista del momento que lo consideró como una incitación, por parte de Pidal, para que los carlistas traicionasen la causa de Don Carlos.

Exteriormente el nuevo régimen se presentaba como un Régimen conciliador y pacificador. Una especie del género que George Steiner definió como «un largo verano liberal […] un largo periodo de reacción y calma».

Pidal

Pidal y Mon

La situación del catolicismo en Francia representaba una gran oportunidad para las ambiciones de Pidal para llevar a cabo su proyecto. En marzo de 1880, el obispo de Angers, Freppel, dirigió un mensaje a los legitimistas franceses, con el título Reunir a los dispersos, exhortándoles a unirse en contra de las leyes antirreligiosas adoptadas por el gobierno de Gambetta. Lo que en un principio, la Unión Católica, podía haberse transformado en un equivalente del Partido Católico en Francia, acabó integrándose el partido canovista. Así el partido liberal-conservador se transformó en un partido acatólico, lleno de militantes católicos. Se cumple por tanto esta afirmación: «La Unión católica no era en realidad, pese a sus apariencias religiosas, más que una asociación exclusivamente política»[57]. Quizá fue por ello que nunca llegó a contar con el respaldo total del episcopado, lo cual precipitó su caída en cuanto que movimiento. El proyecto pidalista fracasó en su intento de arrastrar el carlismo al régimen de la Restauración y se limitó a recuperar a aquellos conservadores que la revolución republicana había echado en manos del carlismo.

Pidal, como tantos otros, había florecido con un halo de tradicionalismo filocarlista. Se perfilaba así como una nueva promesa del tradicionalismo-conservadurista. El 8 y 9 de marzo de 1876, con motivo de la contestación al Discurso de la Corona, intervino en contra de Cánovas al que acusaba de «hacer estéril la restauración de la Monarquía española, poniendo esa restauración al servicio de la revolución». El 17 de julio de 1876 tomaba parte activa en el debate sobre la supresión de los fueros vascongados. Según él era una «ley de represalia» contra los carlistas, por lo que votó en contra. El mismo año 1876 participa en el debate constitucional. Su planteamiento inicial era que la Constitución de 1845 seguía vigente, pues no pudo ser abolida por el Manifiesto de Sandhurst[58]. Ello implicaba un posicionamiento claro en la defensa de la unidad católica de España frente a la pretensión del futuro Alfonso XII de reinar en una España fiel a la tradición católica, pero liberal y «abierta» a la vez (especialmente en el reconocimiento de otros cultos). Sin embargo, su talante «contrarrevolucionario» y opositor al canovismo, pronto cambió en cuanto le ofrecieron un cargo ministerial. Su contemporáneo Conrado Solsona Baselga lo tilda de conservador, alfonsino y neocatólico y afirma que «fue ministro al poco tiempo de haber maldecido a todos los gobiernos y a todos los gobernantes». El pidalismo, representado por la imponente figura de su fundador y sus luengas barbas, se resumió en la siguiente divisa política: «Querer lo que se debe, hacer lo que se puede». El malminorismo nacía políticamente, o al menos su eslogan.

«Según Cánovas el drama del carlismo es que no se podía adaptar a la restauración. El carlismo se convertiría en un residuo sentimental, guardado en el corazón de algunos nostálgicos»

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Menéndez y Pelayo

El intelectual de mayor peso que a la postre acabó colaborando con Pidal fue Menéndez y Pelayo. González Cuevas afirma que: «Lo que Taine y Fustel de Coulanges supuso para el nacionalismo integral maurrasiano lo fue Menéndez Pelayo para el conjunto de la derecha española. Formado en el tradicionalismo balmesiano, Menéndez Pelayo interpretó la historia de España como la actualización y autodespliegue del espíritu católico a lo largo de tiempo»[59]. Uno de los reproches que puede realizarse al insigne polígrafo es su distorsión de la interpretación de determinados acontecimientos históricos y de la historia del pensamiento para ajustarlos a su posicionamiento en la Unión Católica de Pidal en la que militó.

Como bien señaló en su día Francisco Canals: «[Menéndez y Pelayo] impulsado por una intención polémica contra el tradicionalismo integrista que se había expresado en 1888 en el manifiesto de Burgos, y deseoso en el fondo de defender su posición política que, con la bandera de la Unión Católica, venía a ser en la práctica liberal-conservadora, Menéndez y Pelayo proyecta, sobre los años anteriores a la primera guerra carlista, unos esquemas inadecuados, que le llevan a atribuir a los sectores sociales en que se apoyó la resistencia “realista” y antiliberal que se concretó en la causa de Carlos V […] el haberse nutrido en las fuentes del tradicionalismo francés. Desde esta desenfocada perspectiva, la intransigencia contrarrevolucionaria que habría sido la causa de la guerra civil y que, para Menéndez y Pelayo, habría sido también responsable del fracaso de las soluciones conciliadoras propuestas después por Quadrado y Balmes, sería atribuible no tanto al “cerrilismo” castizo de la “escolástica póstuma”, sino muy concretamente a la contaminación de los que llama “partidarios del antiguo régimen” por deletéreos elementos recibidos de los escritores franceses apologistas de la Restauración»[60].

El pidalismo se resumió en la siguiente divisa política: «Querer lo que se debe, hacer lo que se puede». El malminorismo nacía políticamente, o al menos su eslogan.

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Ramón Nocedal

La importancia de este juicio la remata Canals afirmando que «la corriente “tradicionalista” [en referencia a la herética francesa] […] se incorpora al pensamiento español casi exclusivamente a través de hombres, publicaciones y escuelas pertenecientes a la “sociedad nueva”, a la España liberal; y muy principalmente, y con clara primacía en lo cronológico y en la amplitud de la influencia y difusión, por hombres, publicaciones y grupos culturales pertenecientes a la burguesía liberal de la generación romántica de la Cataluña isabelina». Posteriormente hilaremos estas reflexiones con el papel del catolicismo liberal en la aparición del catalanismo.

Un aspecto complejo de estas tensiones entre tradicionalistas y moderados es entender, para los neófitos, la aparición del integrismo nocedalista. Ríos de tinta han corrido al respecto, así que simplemente mencionaremos una breve tesis. El pidalismo que intentaba arrastrar a las masas carlistas hacia el régimen de la Restauración, dejaba al carlismo en un «centro» que por lógica debía provocar un «extremo». Las relaciones entre todos los sectores católicos que estamos tratando, nunca dejan de sorprender por sus constantes relaciones de amor-odio, especialmente entre carlistas e integristas (incluso catalanistas).

Lo que no consiguió la Unión Católica de Pidal (convertirse en un Partido Católico), lo intentó Nocedal con la fundación del Partido Católico Nacional (más conocido como el Partido integrista).

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Vázquez de Mella

El propio integrismo, que era capaz de conceptualizarse como un movimiento no político, dejaba en manos del carlismo, al menos en teoría, ese campo de acción: «La prensa católica intransigente insiste reiteradas veces en los vínculos estrechos que existen entre carlismo e integrismo y pone de relieve el carácter “circunstancial” de esta vinculación puesto que el partido carlista es el único partido que defiende un programa íntegramente católico: “Por nuestra parte añadiremos que en España el Integrismo no es bandera de un “partido per se”; hay un “partido per accidens” que forma parte de los hombres de buena voluntad que desean salvar España por medio de un gobierno íntegramente católico. Nadie ha aceptado el programa completamente católico sino esta comunión; debía, pues, el Integrismo amparar a esta comunión que siendo fuerte, respetable, aguerrida y organizada, ofrece, y es la única que puede cumplirlo, realizar y actualizar el programa católico en el orden político (Dogma y Razón, 1887)”»[61].

Tras la escisión integrista de 1888, la prensa católica iba a vivir sus momentos más tensos y a la vez dinámicos. El programa del Integrismo propuesto por Ramón Nocedal y concretado en el célebre Manifestación de Burgos de junio de 1889, proponía: absoluto imperio de la fe católica «íntegra»; condena del liberalismo como «pecado»; negación de los «horrendos delirios que con el nombre de libertad de conciencia, de culto, de pensamiento y de imprenta, abrieron las puertas a todas las herejías y a todos los absurdos extranjeros»; descentralización regional y un cierto indiferentismo en materia de forma de gobierno. Lo que no consiguió la Unión Católica de Pidal (convertirse en un Partido Católico), lo intentó Nocedal con la fundación del Partido Católico Nacional (más conocido como el Partido integrista). El Manifiesto de Morentín acusaba a Carlos VII de liberal y se iniciaba así una aventura que a la postre resultaría absurda. El modelo del Partido Integrista era el del Ecuador de García Moreno, consagrado al Sagrado Corazón, y esperando que eso resolviera todos los males. Con lo cual el programa político destacaba por su ausencia.

La proclamación de la realeza de Cristo propició que la cuestión legítimo-dinástica pasara a ser absolutamente secundaria. De ahí que cuando Alfonso XIII consagró España al Sagrado Corazón (1919), el integrismo se adhirió al «régimen» olvidándose de su espíritu combativo de antaño.

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Enrique Gil Robles

La proclamación de la realeza de Cristo propició que la cuestión legítimo-dinástica pasara a ser absolutamente secundaria. De ahí que cuando Alfonso XIII consagró España al Sagrado Corazón (1919), el integrismo se adhirió al «régimen» olvidándose de su espíritu combativo de antaño. En el Cerro de los Ángeles rezaba a los pies de la imagen del Sagrado Corazón «Reino en España», como si con la restauración conservadora se hubiera cumplido las promesas del Sagrado Corazón. Mientras tanto el carlismo sólo reconocía un significativo «Reinaré en España», asumiendo que esa realidad aún no se había cumplido. Sólo la eminente persecución religiosa que anunciaba la II República propició la vuelta de los restos del integrismo al carlismo. Otro sector del integrismo fue evolucionando a lo que luego sería el catolicismo liberal representado por los Propagandistas. Estos se caracterizarían por defender las tesis que casi un siglo antes había defendido Cuadrado: el sistema político es neutro y en cualquiera de ellos el catolicismo puede desarrollarse[62].

Mucho antes, el Partido integrista tuvo que lidiar entre la Unión Católica y la «armada intelectual» que suponía y entre el carlismo que aún mantenía su primacía sobre las «masas tradicionalistas». Ello no obstó para que el integrismo tuviera su momento de auge y fuerza y alcanzara su máximo esplendor con El Siglo Futuro, la Revista Popular, los Nocedal y Sardá y Salvany. Por su parte el tradicionalismo se vería reforzado intelectualmente con la aparición de Enrique Gil Robles y, especialmente, Juan Vázquez de Mella y Fanjul. Un analista de aquella época podría haberse atrevido a pronosticar varios escenarios: la integración del tradicionalismo en bloque en el sistema de la Restauración, la ruptura de este régimen, etc. Sin embargo un hecho cambió la lógica de toda la política española. La pérdida de Cuba y Filipinas.

Cánovas se había ganado a los eclesiásticos y buena parte de obispos con la concesión de grandes prebendas para la Iglesia en materia de educación y temas sociales.

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Ortí y Lara

La derrota sumió a las fuerzas católicas en una sensación de perplejidad. En un principio, para los carlistas, supuso la reafirmación de sus profundas convicciones antiliberales y de los augurios que avisaban sus parlamentarios que sin una descentralización se acabaría perdiendo Cuba. Gil Robles sentenció que la pérdida era la lógica consecuencia de la «revolución burguesa» que había convertido a España en una mesocracia «irreligiosa» o «hipócritamente pietista». Más metapolítico, Ortí y Lara se limitó a afirmar que todo ello era el último fruto del «concepto de libre examen» que ya había arrancado con Lutero. Curiosamente, Menéndez Pelayo se sumió en un profundo silencio, como si nada hubiera pasado.

La crisis del 98, en la que no podemos entrar a analizar ahora, nos proporciona un personaje curioso: el general Camilo García Polavieja. En un primer momento, recibió el apoyo de los integristas y otros sectores católicos, especialmente los catalanistas. Ello nos permitirá en el siguiente epígrafe esbozar las relaciones entre el «posibilismo» y el catalanismo. Pero antes, cabe preguntarse por qué el general Polavieja no llegó a ser, desde luego, el Boulanger español[63]. La respuesta, puede ser imparcial y contestada, pero nos atrevemos a decir que lo que denominaríamos «nacionalismo integral» no había arraigado aún en España (independientemente de los centenares de manifestaciones patrióticas que conllevó la Guerra de Cuba). Las primeras manifestaciones del nacionalismo moderno es preciso buscarlas, en España, no en el conservadurismo tradicional, ni en el carlismo, ni en el integrismo, sino en los nacionalismos periféricos catalán y vasco. Posteriormente, en todo caso, emergerá un nacionalismo –bien regeneracionista, bien pesimista– que hemos venido en llamar «espíritu del 98».

Javier Barraycoa

(Continuará)

NOTAS:

[55] Para muchos la Restauración era fruto de un consenso entre el tradicionalismo y el moderantismo: «Hay algo que doctrinal e históricamente pertenece al Tradicionalismo», Jesús PABÓN, Cambó (1876-1918), Barcelona, Alpha, 1952, pág. 128.

[56] Cristóbal ROBLES, Insurrección o legalidad. Los católicos y la Restauración, Madrid, CSIC, 1988, pág. 49.

[57] Cristóbal ROBLES, op. cit., pág. 309.

[58] Fue firmado por el futuro Alfonso XII el 1 de diciembre de 1874, mientras realizaba sus estudios en la academia militar de Sandhurst (Inglaterra). El manifiesto se redactó formalmente con el pretexto de sus diecisiete años, que significaban la mayoría de edad. El documento fue pensado y escrito por Cánovas del Castillo con el fin de preparar la restauración. En el manifiesto se daba a conocer el nuevo sistema político que se quería implantar: una monarquía constitucional, es decir un nuevo régimen monárquico de tipo conservador y católico pero que garantizaba el funcionamiento del sistema político liberal. El manifiesto acababa proclamando las esencias fundamentales que han de regir su reinado: «…ni dejaré de ser buen español ni, como todos mis antepasados, buen católico, ni, como hombre del siglo, verdaderamente liberal».

[59] Pedro Carlos GONZÁLEZ CUEVAS, op. cit., pág. 117.

[60] Francisco CANALS, «Prólogo» a José María Alsina, op. cit.

[61] Solange HIBBS-LISSORGUES, «La prensa católica catalana de 1868 a 1900 (II)», Anales de Literatura Española (Alicante), núm. 9 (1993), pág. 89.

[62] Por eso no es de extrañar que los propagandistas fueran monárquicos liberales, republicanos, franquistas o demócratas, según fueran pasando los años.

[63] Ante la crisis de la pérdida de Alsacia y Lorena en la guerra franco-prusiana, y un descrédito de la clase política, el General Boulanger aglutinó en torno a sí un gran movimiento político. Siendo liberal de izquierdas, consiguió agrupar monárquicos, bonapartistas y el conservadurismo sociológico. Al contrario que el General Primo de Rivera no se atrevió a dar un golpe de estado que le hubiera aupado a la Jefatura del Estado. Finalmente el movimiento se disolvió por falta de concreción política.

3 comentarios en “Catolicismo político tradicional en la España contemporánea (7): La Restauración como estrategia del conservadurismo contra el tradicionalismo

  1. La Traición de Morentin, más que liberal fue antisocial al renunciar a recuperar, para el pueblo más humilde y desprotegido los bienes comunales desamortizados. Vázquez de Mella tiene una teoría política muy aprovechable, pero su conducta personal deja mucho que desear; no podemos olvidar que a sus mítines acudía la «reina» de la usurpacion.

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