Parte 1 – Tecnocracia y hombre-masa
Parte 2 – El desarraigo y la desaparición del “homo faber”
3.- El “alma” del hombre-masa
La inmediatez como único estado existencial soportable; la producción -o trabajo- ajena a un sentido moral y social, limitándose a lo meramente instrumental; el desarraigo o debilitamiento in extremis de las relaciones sociales incluso sanguíneas; la ausencia de una cosmogonía y grandes metarrelatos -sustituidos por la verborrea propiciada por las redes sociales-, son algunas de las características del hombre-masa.
La inmediatez, forma propia de relacionarse el animal no racional con el mundo, se convierte a su vez en una tensión paradójica: si bien el desarraigo parece llevar al aislamiento de los sujetos; la inmediatez tiende a atraerlos para configurar masas en el sentido más estricto de la palabra. Ello es constatado por Mafessoli, al describir que: “Contrariamente a la afirmación tantas veces repetida de un presunto individualismo generalizado, nos enfrentamos con una extraña pulsión animal, que nos empuja a ponernos en contacto con el otro, a pegarse al otro, a imitarlo en todo y para todo”[1].
La sociedad de masas es una vana pretensión de reavivar un cuerpo social muerto desde la aparente vitalidad de lo primitivo o arcaizante.
Para Mafessoli la posmodernidad es un retorno exacerbado del arcaísmo, entendido este como un estado sin trascendencia ni finalidad. En la sociedad neotribal o de masas se entra (ingresso) sin progresar (progresso). En ella se produce una constante marcha sin fin, un ámbito de existencia sin teleología. El aparente dinamismo de la sociedad de masas no es como el crecimiento teleológico de un ser vivo, sino como el anárquico movimiento de un desplome de piedras por una ladera.
La sociedad de masas es una vana pretensión de reavivar un cuerpo social muerto desde la aparente vitalidad de lo primitivo o arcaizante. En definitva se acaba llamando progreso a la mera regresión o infantilismo. Por ello, continúa Mafessoli: “Todo esto subraya el aspecto pagano, lúdico y desordenado de la existencia … algo que se funda en el contagio y la inflación del sentimiento”[2]. La imposición de la inmanencia, igualmente de forma paradójica, mata la vida interior del hombre masa.
El aparente dinamismo de la sociedad de masas no es como el crecimiento teleológico de un ser vivo, sino como el anárquico movimiento de un desplome de piedras por una ladera.
Como una gran premonición, Philip Lersch en su obra El hombre en la actualidad[3], resalta las características del hombre-masa. Por un lado, se constata la pérdida de interioridad: “el hombre no puede acoger el mundo en el santuario de su intimidad ni de vivirlo desde lo más profundo de la interioridad”. Por otro lado, este hombre denota “la pérdida de la unidad psíquica”, ya que la especialización y la virtualización de la realidad dejan al hombre seccionado en la posibilidad de desarrollar todas sus potencialidades.
Así, señala Lersch: “Antes, cada artesano elaboraba íntegramente una realización, en todas sus partes, como un todo”. En el fondo estamos constatando la caída de un conjunto de significados o “imaginarios” que proporciona una cultura sobre los individuos que la componen. De ahí que el hombre masa deba buscar significaciones articuladas de forma diferente a la de los hombres que viven en una sociedad tradicional.
estamos constatando la caída de un conjunto de significados o “imaginarios” que proporciona una cultura sobre los individuos que la componen.
Se hace inevitable una digresión entorno a esta red de significados que se comparten culturalmente. Esta trama de una cultura sólo se accede a ella o se comunica en la medida que se configuran imaginarios colectivos. El término “imaginario” debe ser tenido en cuenta no como una falsificación de la realidad, sino como la condición de posibilidad de conocerla a través de imágenes mentales. Y así lo hace constar Santo Tomás: “(…) conocer lo que está en una materia individual y no tal como está en dicha materia, es abstraer la forma de la materia individual representada en las imágenes. De este modo, es necesario afirmar que nuestro entendimiento conoce las realidades materiales abstrayendo de las imágenes. Y por medio de las realidades materiales así entendidas, llegamos al conocimiento de las inmateriales”[4].
Nos recuerda esta relación a Paul Ricoeur al afirmar que: “La palabra alemana que designa `concepciones´ y también `ideas´ es Vorstellungsen, representaciones. Las Vorstellungsen son las maneras en las que nos concebimos a nosotros mismos y no las maneras en las que hacemos obramos y somos”[5]. El constructo de una ideología como “imaginario” que permita el control social y la suplantación de la realidad irremediablemente acabará alterando el lenguaje y su función.
Javier Barraycoa
NOTAS
[1] Michel Maffesoli, Iconologías. Nuestras idolatrías posmodernas, Península, Barcelona 2009, p.188.
[2] Ibid., p.190 y p. 193.
[3] Traducida por Gredos en 1979.
[4] Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 85, a. 1, Respondo.
[5] Paul Ricoeur, Ideología y utopía, Gedisa, Barcelona 2001. p. 11.
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