Parte 1 – Tecnocracia y hombre-masa
2 – El desarraigo y la desaparición del «homo faber»
Marcel de Corte[1], anunciaba que la ruptura del hombre con el cosmos llevaría consecuentemente a la ruptura de las relaciones sociales, esto es, del hombre con sus semejantes. Tecnocracia e individualismo serían fenómenos simultáneos que derivarían en una situación de desarraigo en varias dimensiones. Por un lado, desarraigo para con la sociedad; por otro para con la realidad y, como culminación lógica, en un desarraigo religioso.
Como imagen de este hombre-masa tenemos la descripción de Alfredo Di Pietro: “el hombre de la ciudad contemporánea es un desarraigado, ya que se han cortado los vínculos que lo unen con el nutricio contacto con la tierra. Son precisamente la piedra y el cemento los impedimentos sempiternos”. En ningún momento Di Pietro está realizando una defensa de una vacua ecología, sino que está denunciando una ruptura en lo más esencial del ser humano: la naturaleza en su más profundo sentido filosófico.
la ecología es una ideología tecnocrática para impedir, precisamente, la restauración del arraigo del hombre con la naturaleza, el cosmos y por, ende, entre otros hombres
No podemos dejar de insistir en que la ecología es una ideología tecnocrática para impedir, precisamente, la restauración del arraigo del hombre con la naturaleza, el cosmos y por, ende, entre otros hombres. El gran filósofo Rafael Gambra –ocultado por el establishment intelectual- sentenciaba en su magistral obra El silencio de Dios que por el desarraigo: “pierde el hombre el bien más profundo, aquello que constituye propiamente su existencia de hombre: el lazo misterioso y cordial con las cosas del mundo por el que éstas se hacen valiosas para él y otorgan arraigo y sentido a su vida. El empobrecimiento de la personalidad, la trivialización de los deseos y la masificación humana son sus consecuencias visibles”.
Este “lazo misterioso”, esa relación es sustituida por la “ideología”. Pero no la “ideología” como la entendía Marx,esto es, una mera recreación imaginaria de la realidad, sino en un sentido de imaginario sustitutivo, para suplir el nihilismo provocado por el desarraigo. Ricoeur –en su discusión con los neomarxistas- agudiza el papel de la ideología advirtiéndonos de la permeabilidad ésta para con nuestras mentes: “Cada vez se hace más difícil tratar la ideología como un mero mundo de ilusiones, de superestructuras, de estructuras, porque la ideología se hace tan constitutiva de lo que somos que, lo que podríamos ser, es completamente desconocido separado de la ideología … la función de la ideología es hacer sujetos de nosotros”[2]. Pero no “sujetos” como el planteamiento teórico de Althusser, para el que hay sujetos por su sujeción; como estar sujetados al Estado. Sino más bien sujetos que se han liberado –en la medida de lo posible- de toda sujeción para iniciarse en estériles –y muchas veces ridículos- intentos de autorrealización. O como diría Ortega y Gasset, la masa cree que tiene derecho a elevar la vulgaridad a categoría de normalidad.
la sociedad de masas actual consiste precisamente en la eliminación de todos esos ambientes connaturales de arraigo del ser humano: la familia, el trabajo y su sentido, la Patria, el Cosmos o la Religión
Simone Weil defendía con exquisitez casi poética el “arraigo” como una de las necesidades del alma y del cual decía que: “es tal vez la más importante y la más desconocida necesidad del alma humana. En una de las más difíciles de definir. Un ser humano tiene una raíz por su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad real, que conserva vivos cientos de tesoros del pasado y ciertos presentimientos del porvenir. Cada humano tiene necesidad de tener raíces múltiples. Tiene precisión de recibir casi la totalidad de su vida moral, intelectual, espiritual, por medio de los ambientes de los que naturalmente forma parte”.
Por eso, la sociedad de masas actual consiste precisamente en la eliminación de todos esos ambientes connaturales de arraigo del ser humano: la familia, el trabajo y su sentido, la Patria, el Cosmos o la Religión. Es análoga a esta reflexión, la distinción ya clásica que realiza Hannah Arendt en La condición humana entre el “Homo faber” y el “Animal laborans”. Mientras que el primero integra su labor productiva en un cosmos de significados y su obra está hecha para perdurar y ser contemplada; por el contrario, para el actual “Animal laborans” su poiesis (o producción) carece de sentido más allá de ser un mero medio para consumir[3].
Lo consumible-efímero, por tanto, es uno de los objetivos fundamentales de la insulsa existencia del hombre-masa. Aunque no hay que caer en reduccionismos: lo efímero se extiende más allá del mero consumo. Sin pasados reales a los que arraigarse, ni realidades presentes que reconocer en cuanto heredadas ni proyecciones de futuros, el hombre masa queda atado ya no al presente (que aún puede adquirir una cierta significación), sino a la inmediatez.
Javier Barraycoa
NOTAS
[1] Cf. Marcel de Corte, La educación política. Comunicación al Congreso de Lausanne III.
[2] Paul Ricoeur, Ideología y utopía, Gedisa, Barcelona, 2001, p. 181.
[3] “Todas las actividades humanas están condicionadas por el hecho de que los hombres viven juntos, si bien es sólo la acción lo que no cabe ni siquiera imaginarse fuera de la sociedad de los hombres. La actividad de la labor no requiere la presencia de otro, aunque un ser laborando en completa soledad no sería humano, sino un animal laborans en el sentido más literal de la palabra. El hombre que trabajara, fabricara y construyera un mundo habitado únicamente por él seguiría siendo un fabricador, aunque no homo faber, habría perdido su específica cualidad humana y más bien sería un dios, ciertamente no el Creador, pero sí un demiurgo divino tal como Platón lo describe en uno de sus mitos”, Hannah Arendt, La condición humana, Paidós, Buenos Aires, 2003, p. 37 y s.
«La división de la sociedad en masas y minorías excelentes no es, por lo tanto, una división en clases sociales, sino en clases de hombres, y no puede coincidir con la jerarquización en clases superiores e inferiores. Claro está que en superiores, cuando llegan a serlo, y mientras lo fueron de verdad, hay más verosimilitud de hallar hombres que adoptan el «gran vehículo», mientras las inferiores están normalmente constituidas por individuos sin calidad.»
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José Ortega y Gasset.
La Rebelión de las Masas.
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