
El Duque de Edimburgo, ecologista y cazador
La WWF o cómo liquidar a los elefantes

El ecologista Duque de Edimburgo (círculo azul a la izquierda), tras una cacería de tigre en la India
Antes que la ecología se popularizara gracias a Greenpeace, los promotores del ecologismo habían sido otros. La que ha sido denominada la “madre de todos lo grupos ecologistas” nada tiene que ver con el proletariado ecologista. Se trata de la elitista World Wildlife Found (WWF) conocida en el mundo entero por mostrar un oso panda como logotipo. Fue fundada en 1961 por Felipe Mountbatten o más conocido como el Duque de Edimburgo, marido de Isabel II de Inglaterra. El proyecto ecológico empezó mal, pues el Duque de Edimburgo decidió fundar el grupo tras una cacería (poco ecológica) en la India. Ante el escándalo periodístico, cedió la presidencia a su primo hermano Bernardo de Holanda. Desde su origen la WWF ha estado bajo sospecha aunque siempre ha salido indemne de estudios y acusaciones. En 1972 un conocido cazador legal de Nairobi, Alan Parker, elaboró un informe en el que denunciaba que muchos “conservacionistas” se dedicaban a la caza ilegal de rinocerontes. Parker fue secuestrado y amenazado de muerte por las autoridades keniatas, así, el informe permaneció oculto durante 17 años.
En 1989, John Phillipson, profesor en Oxford, elaboró un estudio conocido como “El informe Phillipson”. En él se detallan todos los disparates cometidos por la WWF. Por ejemplo, durante 23 años, se había estado recaudando dinero para salvar al Oso Panda, No obstante, la organización no había hecho absolutamente nada para lograr su conservación. Cuando sonaron las voces de alarma sobre el riesgo de extinción real del Oso Panda, la organización puso en marcha unos patéticos proyectos para intentar su reproducción en cautividad. Se volvió a recaudar muchísimo dinero para conseguir que ni un sólo Oso Panda naciera. La relación de la WWF con los parques naturales es digna de ser analizada. Por ejemplo, recomendó a la Junta administradora de los Parque Naturales de Uganda, la eliminación de grandes mamíferos para permitir la subsistencia de otras especies. Así, en Uganda, se mataron 4.000 hipopótamos de golpe bajo argumento ecológico.
Durante decenios, igualmente, la WWF negó toda acción para conservar el elefante africano pues la organización negaba que estuviera en peligro de extinción. Más aún, la WWF promocionó en 1975 la matanza de elefantes en Ruanda para salvar a los gorilas. Una de las ayudantes de la famosa experta en gorilas, Diane Fossey, denunció que la matanza de paquidermos se debía a que ocupaban una tierra ideal para el cultivo del pireto, una planta de la que se obtiene un insecticida natural. En 1986 la WWF condecoró al ex combatiente rhodesiano Clem Coetze por supervisar la matanza de 44.000 elefantes.
Tres años más tarde sonaban todas las alarmas: el elefante africano se estaba extinguiendo. La propia organización realizó una inmensa campaña para recaudar fondos y salvar al hasta entonces olvidado elefante. Para ello, se instaló un misterioso campamento en la frontera de Ruanda, en el parque del Monte Virunga, con innumerables pertrechos entre los que se incluía armamento. El lugar escogido era extraño ya que los elefantes de Ruanda estaban concentrados en el Parque Murchison, a 1.600 kilómetros del lugar donde se había instalado el campamento de la WWF. Aunque no se ha podido demostrar la relación, desde la zona de ese campamento partieron las tropas del Frente Patriótico Ruandés que perpetró por aquellas fechas una de las mayores matanzas en Ruanda.

Asesinato de cazadores furtivos
La malversación de fondos recaudados entre occidentales ecologistas y utilizados para fines políticos, es una sospecha permanente que recae sobre la WWF. Las primeras campañas realizadas por la organización, allá por los años 60, fueron para salvar rinocerontes. Hasta 1980 se habían recaudado más de 100 millones de libras. A pesar de esta ingente cantidad de dinero se calcula que la población del rinoceronte negro ha descendido un 95%. Buena parte de esta población animal se situaba en el valle de Zambesi, en Zimbawe. Entre las “acciones” para salvar el rinoceronte negro se realizaron especialmente dos. Una de ellas consistió en hostigar a cazadores furtivos. El 10 de mayo de 1988, Glen Taham, colaborador de la WWF y Jefe de los guardabosques del valle de Zambesi, fue condenado por asesinar a 70 cazadores furtivos. Entre 1974 y 1991 han muerto 145 teóricos cazadores en el estratégico valle de Zambesi. No obstante se sospecha que en realidad se trataban de combatientes del Congreso Nacional Africano que por aquél entonces luchaban contra el Apartheid de Sudáfrica.
Los rinocerontes negros de la zona, además, fueron trasladados masivamente a otras zonas de África, siendo reubicados en parajes que no eran su hábitat natural. Con los años se ha podido saber por qué la WWF actuó así. Un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) anunciaba que se debía “reestructurar” la economía de Zimbawe. El famoso Valle de los rinocerontes se debía transformar en un valle ganadero para proveer carne para la Comunidad Económica Europea. Los mamíferos salvajes debían ser sustituidos por animales de granja, léase vacas. Tras la dispersión de los rinocerontes, multitud de escuadras de cazadores mataron a los elefantes que quedaban y a más de 5.000 búfalos. Gracias al “espíritu ecológico” se eliminó uno de los parajes más hermosos de África. Para colmo, el ganado que se instaló en la zona cogió la fiebre aftosa y la Unión europea prohibió comercializar la carne. Zimbawe se quedó sin negocio y sin rinocerontes.
En octubre de 1994, la Executive Intelligence Review, editada en Washington, publicó un extenso informe en el que se detallan las estrategias de la organización ecologista. La WWF ha sido un eficaz instrumento de presión para que muchos países africanos declaren extensas zonas como Parques naturales. Actualmente un 8% de África está considerada paraje protegido (una extensión equivalente a ocho veces la extensión de Gran Bretaña). Sin embargo, la política ecológica de la WWF esconde la estrategia de la familia real británica en África. Nadie desconoce los intereses mineros de las empresas ligadas a la casa de Windsor. Sospechosamente, en los territorios declarados como Parques naturales se encuentran las reservas de yacimientos estratégicos más importantes del mundo. Por ejemplo en los parques de la frontera nigeriana se considera que hay una de las mayores reservas uraníferas del planeta. Muchos de estos parques están bajo la administración o control indirecto de la WWF. Adentrarse en estas cuestiones nos lleva a ir descubriendo un complejo mundo de ciertas elites.
Otras organizaciones desconocidas

Organigrama de los lobbies ecologistas controlados por el mundialismo
La casa Windsor ya no representa a una dinastía sino a uno de los complejos político-financieros más potentes del mundo. En torno al denominado Club de las Islas se agrupa una extensa red de familias reales europeas y magnates de multinacionales. Este informal Club es dirigido por el Duque de Edimburgo y tiene como objetivo ecológico reducir la humanidad a 1.000 millones de habitantes. Para ello cuenta con un capital nada despreciable de dos billones (millones de millones) de dólares. Sin contar con los nueve billones de dólares que capitalizan las corporaciones industriales y financieras ligadas a la casa de Windsor. Este poder se materializa a través de compañías petrolíferas como Shell o gran parte de la minería mundial controlada a su vez por multinacionales como De Beers, Lonrho, Alglo-American Corporation of South Africa o Río Tinto Zinc Corporation.
La ecología, en cuanto que estandarte ideológico, ha servido para que las multinacionales asociadas a la casa de Windsor mantengan una suerte de neocolonialismo en África. La economía africana está controlada por estas multinacionales, no sólo en el ámbito petrolífero y minero, sino también en el alimentario. Ligada a la casa de Windsor está la multinacional Unilever. Esta macroempresa controla actualmente buena parte del negocio alimenticio mundial y tiene extensísimas plantaciones en África. Tampoco es desdeñable la ICI (Imperial Chemical Industries) que controla buena parte de la industria química mundial. Los lazos con el universo ecológico son más que evidentes. La ICI fue creada en 1962 por Lord Melchett. Hoy su nieto preside Greenpeace de Gran Bretaña.
Peter Driessen ha escrito un libro titulado Eco imperialismo en el que intenta desvelar los lazos de unión entre las multinacionales y el movimiento ecologista. El interés de la Casa Real Británica por la naturaleza viene de lejos. En el siglo XIX se fundaron entre otras la Sociedad Zoológica de Londres, la Real Sociedad Geográfica, la sociedad de Conservación de la Fauna y la Flora o el Sierra Club. Algunos autores indican que la palabra “conservacionismo” tiene un sentido más amplio que el simplemente ecológico. El imperio británico inició un proyecto de largo alcance para “conservar” los recursos naturales -en cuanto que recursos estratégicos- bajo su poder. En 1949 el Consejo de la Reina autorizó la fundación de la asociación Conservación de la Naturaleza. El Viceprimer ministro británico, Max Nicholson, presidió la asociación y diseñó su estrategia futura. A modo de ejemplo, y para comprobar su trascendencia, decir que Nicholson fue el que inició las campañas contra el uso del DDT para combatir la mosca tsé-tsé en África. La plaga de esta mosca asola a 34 países que ven dificultados hasta el extremo sus crecimientos demográficos y económicos por culpa de la malaria. En la medida que estos países no pueden desarrollarse, las multinacionales mantienen su área de influencia en la zona.
Nicholson también fue el promotor de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza que agrupa a 95 agencias oficiales y 368 organizaciones no gubernamentales ecologistas. Este grupo de presión guarda extrañas interrelaciones con la ONU y la UNESCO. Desde este último organismo, y bajo la influencia conservacionista, se han postulado políticas eugenésicas cuya finalidad acaba siendo el control demográfico de ciertos países. El presupuesto de la UNESCO (que sale del dinero que aportan los Estados, que a su vez cobran a los ciudadanos) es de 550 millones de dólares al año. Parte de este dinero se destina a subvencionar organizaciones conservacionistas y dotar al WWF de una influencia internacional de primer orden.
En 1982 se fundó en Estados Unidos el Centro Mundial de Recursos (CWI). Nuevamente los magnates mostraban su cara más ecológica. La organización está financiada por la Fundación de los Hermanos Rockefeller y la Fundación McArthur. El Centro Mundial de Recursos se ha convertido en un laboratorio de ideas de los grupos ambientalistas y ha sido el promotor de un “nuevo orden mundial” ecológico que pasa por los acuerdos de Kioto. Nuevamente cabe sospechar que el espíritu ecológico está en manos de los poderosos. El común de los mortales han quedado simplemente seducido.
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