Los años pasaban. D. Juan decidió trasladarse cerca de España a la lusitana población de Estoril. “Juanito” (D. Juan Carlos) aún tardaría varios años en trasladarse con sus padres a la villa portuguesa. Con 18 años, Juan Carlos seguía asiendo una honda preocupación para sus padres por su lentitud mental en asimilar los estudios, por su retraso patente. Su presencia en Estoril se veía más como una molestia que como un consuelo. Por su parte, los enlaces entre franco y Don Juan trataban de que éste último se retractara del Manifiesto de Lausana, pero nada de nada.

Villa Giralda, residencia en Estoril
La ruptura ya era definitiva. Alfonso, el hermano listo, aunque cuatro años más pequeño que Juan Carlos, ya era un habitual de Estoril. Por el contrario, a Juan Carlos sólo se le dejaba asistir de vacaciones y eso si se esmeraba en los estudios. La familia Puigmoltó, perdón Borbón, no tenían medios ni recursos. Ya en época de la II República sólo les habían dignado enviar a Roma las joyas que pertenecían a la esposa de Alfonso XIII. Sin embargo la estancia en Estoril fue lo suficientemente holgada gracias a financieros como Juan March (que habían apoyado económicamente a Franco) a nobles liberales que les prestaban sus yates, o a suculentas sumas de dinero que llegaba de empresarios catalanes y catalanistas que soñaban que una futura monarquía de D. Juan, devolvería el Estatuto de Autonomía. La verdad sea dicha, la vida frenética vida conspirativa del Conde de Barcelona consistía en cazar, jugar al Golf, practicar el tiro y las subversivas tertulias de salón, entre coñacs y puros, con los juanistas que se acercaban a Estoril.
Si bien D. Juan se había preocupado que a los cuatro años a Eugenio Vegas Latapié, como si su verbo penetrara como la gracia. Ya a los 18 años del chaval, los padres dejaron de preocuparse tanto por la formación tradicionalista de su hijo. El liberalismo democrático era el nuevo paradigma y tarde o temprano la boina roja que tanto se había esforzado en mostrar, habría que esconderla. El adagio latino Esto vir (¡Sé hombre!) se tradujo en Juan Carlos en otro sentido muy diferente del moral.

Nicolás Franco
Muy pronto el whisky que Nicolás Franco, embajador de España en Portugal y Don Juan, se tomaban en sus tertulias, fue parte de la dieta del futuro Rey de España. Igualmente los “Dry Martini” que pronto se conocieron en Estoril como los “Dry Martini de medida Rey”. Los acontecimientos en el joven Juan Carlos se precipitaban rápidamente. Eugenio Vegas Latapié desistió de formar al futuro príncipe por los desvaríos liberales de su padre. Don Juan Carlos, en la Academia militar de Zaragoza, a la que asistió por obra y gracia de Franco, conoció a García Trevijano, sin sospechar siquiera quién era. Éste le inició en su aparatosa, exultante e inacabable vida sexual, de la que ya había tenido sus primeros escarceos en Estoril. Una de las mujeres que más marcaría esa etapa de su vida fue la condesa italiana Olghina Robiland, con que a la postre, tras varios abortos provocados, por fin decidió seguir adelante uno de los embarazos provocados por el real amante.
Ningún testigo de la época duda que Don Juan hubiera escogido al hermano pequeño, Alfonso, como sucesor al trono de España, y que Juan Carlos hubiera quedado relegado como la actual infanta Elena. Pero la historia o la Providencia tenían dispuesto otro guión. En 1956, sendos hermanos que residían en España viajaron a Estoril. Eran las vacaciones de Semana Santa y todo se prometía festivo (y no precisamente en un sentido religioso), pues se había organizado un trofeo de Golf. El Jueves Santo, un 29 de marzo, los dos hermanos se habían quedado jugando en la residencia familiar, Villa Giralda. De repente, a la hora de la cena se sintió un disparo seguido de gritos. A Juan Carlos se le había disparado una pistola Long Star del calibre 22.
La bala se había estampado directamente en el cerebro de Alfonso, entrándole por la nariz. Aquí nos encontramos varias versiones sobre el origen de la pistola (si era o no un regalo de franco) o de cómo se produjo el disparo. Lo que sí se da por seguro es que ante los gritos de Juan Carlos, Don Juan subió rápidamente. Al ver muerto a su hijo cogió una bandera española y con ella cubrió su cuerpo. Seguidamente cogió a Juan Carlos y le hizo jurar que no lo había hecho a propósito. La sospecha del padre manifestaba como mínimo una desconfianza hacia su hijo que ya se mantendría definitivamente toda la vida. Recientemente, el coronel del Ejército español Amadeo Martínez Inglés, tuvo las agallas de presentar ante el Presidente del Congreso de los Diputados una denuncia de múltiples “delitos” cometidos Juan Carlos de Borbón. El documento evidentemente no prosperó, pero entre las acusaciones se volvía a destapar el asunto del fratricidio.

Entierro del Infante de Alfonso
No removemos estas historias para demonizar, pero sí para comprender actitudes posteriores, poses y resentimientos que explican a veces mucho mejor la historia que los datos y las fechas. El caso es que los hechos nunca fueron denunciados ni por la Justicia portuguesa ni por la española. No se realizó autopsia del cadáver, la pistola desapareció, presumiblemente arrojada al mar. Juan Carlos fue inmediatamente enviado a Madrid. Nunca se realizó un estudio de balística y la versión oficial quedó en un simple accidente en el que Alfonso se le disparó a sí mismo el arma. Cosas de la casualidad o no, poco después en un libro editado en España y titulado La moral católica, se ponía un ejemplo de casuística moral exactamente igual al sucedido en Estoril y se planteaba la responsabilidad moral en el asesinato del hermano que manejaba el arma.

Juan Carlos y Olghina
Una estrategia de la Casa real –sincera o no- para acallar el revuelo, fue hacer correr el rumor de que Juan Carlos –compungido y dolorido- renunciaría a sus derechos dinásticos. Se habló de que ingresaría en una orden religiosa, incluso se comentaba la Cartuja, la más estricta de todas ellas. Pero no hubo Cartuja, pero sí unos cartuchos que quemar. Justo en ese momento conoció a la ya mencionada Olghina Robinald. Ya habían llegado las vacaciones. La costumbre de aquella época obligaba a que el luto se mantuviera muchos meses. Don Juan Carlos llevaba siempre la corbata negra y una banda del mismo color. Pero ello no impedía que cada noche marchara de fiesta y bailoteo y que la parte trasera de su coche tuviera usos fáciles de imaginar. La muerte del hermano no parecía haberle afectado mucho en su cotidianidad veraniega.