Parte 1 – La animalización y la deshumanización como regresión cultural: introducción
2.-Una extraña animalización: progresar regresando
Un juego, más que conceptual, llevado acabo por muchos pensadores consiste en asociar el progreso con la decadencia de una sociedad. Ya desde los orígenes de la sociología, autores como Durkheim establecieron una crítica al concepto lineal y ascendente de progreso propugnado por Comte, que aspiraba a la llegada de un estadio de organización social perfecto y eterno. Durkheim, por el contrario, asociaba las transformaciones sociales a las de los organismos vivos, cuyo “progreso” vital debía culminar con la degeneración y la muerte. Progresar, por tanto, sería aproximarse a la muerte. Esta reflexión nos aproxima al paradigma toynbeeano del colapso y la desintegración de una civilización y de las características que se manifestarían en una sociedad que llegase a ambos estadios. La pregunta que se suscita enseguida es si el proceso de “animalización“ de los individuos, en cierta medida, coincide con el proceso de desintegración de una sociedad tal y como lo describe Toynbee.
Lo que venimos denominando “animalización” es en cierta forma un absurdo conceptual ya que de por sí el hombre es un animal; al igual que sólo impropiamente hablamos de “deshumanización” ya que el hombre nunca podrá dejar de ser hombre. Entonces, ¿en qué consiste la “animalización” del hombre o su “deshumanización”? Desde la perspectiva aristotélica, es la racionalidad la que nos convierte en animales específicamente diferentes. Y gracias a la racionalidad tenemos cultura que es una construcción simbólica que permite la capacidad de conceptualización. Para prácticamente toda la posmodernidad, el planteamiento es al revés: la cultura es la que provoca la racionalidad en el hombre. De ahí que la “animalización” del hombre implicaría necesariamente un cambio cultural que afectaría a las formas de racionalidad (nunca hasta su desaparición total).
En una primera aproximación al concepto de “animalización” parecería que éste significa una “regresión o deconstrucción”; esto es, en una desarticulación de la –siempre pesada- estructura normativa, valorativa y cultural de una sociedad. Así, podríamos entender el proceso como una “desculturización”, un asomarse al originario “estado de naturaleza” antes del fantasioso contrato social. Sin embargo, esta “vuelta atrás” es imposible de por sí. Toynbee apunta que un proceso de civilización es irreversible, por tanto ningún hombre, en ninguna sociedad, se desculturaliza, sino que transforma o malea elementos culturales, o asume nuevos elementos, o los mixtifica. No se puede “descivilizar” un sociedad, sino que su “marcha histórica”, en todo caso, lleva a un proceso de desintegración donde los elementos culturales adquirirán unas características propias. Será este proceso de desintegración y sus peculiaridades el que en este trabajo asimilaremos al proceso de “animalización” o “deshumanización”.
Si bien, algunos autores han descrito el proceso de “desculturización” como una liberación[1], Toynbee señala que la desintegración material de una civilización: “es el signo exterior visible de una grieta espiritual interna” (Toynbee, 1957, p. 385). Esta crisis espiritual, que se manifiesta en epifenómenos culturales, tendría las siguientes características:
1.- El “Abandon”: al fracasar el Elan, o impulso vital creador de una cultura, el alma individual tiende a un abandonarse o “dejarse estar”. Se genera la ilusión de que dando rienda suelta a los instintos de vivirá acorde con la naturaleza y se recuperará, así, el don creador perdido[2]. Ciertamente que este abandono no se manifiesta solo, sino que aparece complementado con el sentimiento opuesto: la ascesis. La dejadez vital y existencial se intentará complementar con el “esfuerzo del autocontrol”, bajo el cual el alma tratará de autodominarse y no dejarse arrastrar por la naturaleza, la cual se considerará la fuente de todos los males. Así, el “animalismo” que representa el abandon, nunca emerge solo, sino acompañado de conductas de autocontrol, expresadas en forma de dietas, el culto al cuerpo, la obsesión por la higiene y la vida sana[3]. Este autocontrol racionalista, no refleja una “elevación” moral o cultural, sino que convive con formas de anomia.
2.- La derrota: el alma del individuo sumido en el proceso de desintegración de su civilización se siente abandonada a su destino. Este alma “se siente postrada porque advierte su fracaso (…) y tiende a resignarse a la creencia de que el universo, incluyendo el alma misma, se halla a merced de una potencia tan irracional como invencible: la impía diosa de dos rostros propiciada bajo el nombre de Azar o sufrida bajo el nombre de Necesidad” (Toynbee, 1957, p. 389). El hombre dominado por la sensación de azar o determinismo, ya no se siente dueño de su destino, poco a poco desaparecerá el sentir teleológico aplicado a su vida. Su existencia, como la de los animales, se ceñirá al inmediatismo no racionalizable.
3.- La disolución: el alma –individual y de una civilización- que percibe su enfermedad, e inoculada por el espíritu del abandono y la derrota, se irá disolviendo bajo forma de promiscuidad. Toynbee propone que la promiscuidad “penetra entonces todas las esferas de la actividad social”. Pronto se establece en esa sociedad “una mezcla de tradiciones incongruentes y una combinación de valores incompatibles”. La promiscuidad se extiende al arte, a la lengua, a la arquitectura y sobre todo cuando “en el ámbito de las ideas y de las creencias y de las prácticas religiosas, da origen a los sincretismos rituales y teológicos” (Toynbee, 1957, p. 389). El sincretismo es un reflejo de la pérdida del alma propia; es, igualmente, el reflejo de la incapacidad de autodominio individual y colectivo.
Por tanto la «animalización» significará un estado psíquico propio de una estadio social de desintegración que se vivirá inconscientemente. El individuo, sin haber renegado de su racionalidad, vivirá rechazando de la teleología vital (presenteísmo), manifestará un deseo constante de liberación que creerá saciarlo librándose de normas y códigos morales y necesitado de recreaciones comunitarias vivenciadas y sincréticas. La “animalización” del hombre no es más que una regresión psíquica que progresa físicamente en la debacle de una civilización.
©Javier Barraycoa
NOTAS:
[1] Toda la pedagogía dominante, la constructivista, plantea esta liberación del educando como una forma de liberación de las estructuras culturales dominantes.
[2] También Spengler, y lo cita Toynbee, interpreta este intento de “regresar a la naturaleza”, como un síntoma de desintegración.
[3] Más recientemente, y con otra terminología, Lipovetsky ha desarrollado su descripción de la posmodernidad basándose en esta dualidad: la anomia y la hiperracionalidad como fuentes de determinación de las conductas individuales.
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¡Buenísimos sus artículos para quien le gusta pensar, reflexionar, meditar sobre el sentido de la vida y…¿a dónde vamos si seguimos como estamos? Me gusta la profundidad de su pensamiento y sus consultas bibliográficas, excelentes autores. A medida que pasa el tiempo creo más en la necesidad de la filosofía para entender mejor a la sociedad de este tiempo, pueril, plástica, fatua, vanidosa y falsa; tanto me asombra, que a veces me hace pensar que creo más en la solidaridad de los animalitos fieles como los perros, que en la lealtad y honestidad del ser humano! Sin embargo, sigo creyendo que el ser humano básicamente es bueno y que su entorno lo pervierte y lo debilita hasta perder su voluntad, sus creencias, sus nobles valores. Puedo afirmar que la mejor esperanza es educar a las niñas y niños con valores, como el respeto hacia sí mismo y hacia los demás.
Respecto a la religión, la fe en un Dios perdonador, un Dios amigo, un Dios que dé alegría, perdón e ilusión no es opio para los pueblos, es esperanza. Jesucristo: que me inspira respeto y amor, nunca temor. Mi fe no me impide ser libre pensadora y filosofar sobre la vida, el destino de los pueblos, el supuesto dominio de poderes oscuros, el cuidado que estamos obligados a tener por el medio ambiente y la protección de la naturaleza porque haciéndolo, estoy protegiendo la vida humana y animal. Mis padres me educaron para vivir en democracia y en el sentido de no permitir que nadie me arrebate la libertad y para luchar por compartir mis conocimientos con los demás; preservar la cultura propia respetando los Pueblos y sus culturas originarias, luchar con la palabra si alguien quiere arrebatarme la libertad. Me apasiona la lectura y el estudio y no conozco el odio ni discrimino a otros seres humanos porque son diferentes a mí, ni ofendo a nadie por su pensamiento o por sus doctrinas, aunque yo no esté de acuerdo con sus ideas. ¡Felicitaciones a usted, me han gustado mucho sus artículos!
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