La crisis del lenguaje: hombres que gruñen y animales que hablan (5)

 

 

Parte 1 – La animalización y la deshumanización como regresión cultural: introducción

Parte 2.-Una extraña animalización: progresar regresando

Parte 3. – Otros paradigmas de la deshumanización: neotribalismo y puerilismo

 

Parte 4. – Regresión y pureza: nuevas pedagogías y terapias

 

5.- La crisis del lenguaje: hombres que gruñen y animales que hablan

childLo más específico del hombre frente al animal es su racionalidad y el lenguaje. Uno de los procesos en la disolución de la frontera entre el hombre y el animal, consistiría, o bien en que el hombre perdiera el lenguaje, o bien en que el animal lo adquiriese (aunque sólo fuera en el imaginario de los hombres). Nuevamente, debemos afirmar que sería imposible desprender al hombre de su capacidad de hablar. Sin embargo, sí podemos señalar claros síntomas que reflejan una decadencia del uso del lenguaje. Incluso bajo apariencia de “progreso” y sustentado en prestigiosos estudiosos, se defienden las tesis de la minimización del lenguaje en el ser humano.

Lo que podríamos denominar como “nueva pedagogía” defiende que el aprendizaje de la lectoescritura debe retrasarse unos años conforme a lo propuesto en muchos planes educativos actuales. Por ejemplo, Robin Alexander de la Universidad de Cambridge, tras un inmenso informe de 600 páginas, defiende que la edad de aprendizaje de la lectura y la escritura, debe iniciarse como mínimo a los seis años[1]. Aconseja, como muchos pedagogos hoy en día, que a los cuatro o cinco años no es una edad adecuada para empezar a escribir, leer, o aprender operaciones matemáticas rudimentarias. En los países anglosajones que son los que más han retrasado la enseñanza del lenguaje, son los países que hoy por hoy tienen niveles más bajos en su uso correcto y dominio. Este tipo de políticas educativas, corresponden en el fondo a una concepción del hombre y del lenguaje muy específicos. Bajo esta perspectiva, lenguaje y comunicación sería lo mismo, y por tanto, habría que desarrollar otras formas comunicativas antes que el lenguaje.

sapir_pic-smallerAunque hay múltiples teorías y escuelas para intentar explicar el sentido del lenguaje, recogeremos una polémica que surgió en el seno de la Sociedad Lingüística de América. Esta polémica es una imperfecta, pero adecuada, aproximación a las dos formas de entender el lenguaje. Por un lado Edgard Sapir, discípulo de Franz Boas, defendía el carácter “mentalista” del lenguaje. Esto es, el lenguaje es la expresión material (a través de sonidos o símbolos) de un proceso mental[2]. Por otro lado, Leonard Bloomfield, considerado “antimentalista”, rechazaba que el lenguaje debiera ser estudiado desde la perspectiva de los procesos mentales, sino simplemente desde los hechos sensorialmente perceptibles: el sonido del lenguaje y no los procesos mentales que los provocan. Así pues, era más importante estudiar la exteriorización del lenguaje (los sonidos producidos en el caso del lenguaje hablado), que no la lógica mental que subyace en él. Bloomfield para ello desarrolló las distinciones entre los fonemas (o que se distingue del mero sonido) y el morfema (unidad primigenia de la estructura gramatical). Piaget, analizando la teoría de Bloomfield sentenciaba que: “los conceptos no existen: no son otra cosa que la significación de las palabras” (Piaget, 1968, p. 66).

Esta segunda tesis ha permitido la aparición y desarrollo de una pseudodisciplina que tiene como objetivo el estudio del lenguaje de gruñidos para entender el origen del lenguaje humano. La tesis, del todo indemostrable, alimentada en el imaginario colectivo por las películas, es que el hombre de Neanderthal se comunicaba con gruñidos. El gruñido vendría a ser un fonema en evolución y desconectado todavía de morfemas. Las aplicaciones de esta teoría en la concepción antropológica del hombre, son muchas y contradictorias, pues suponen, por ejemplo, la capacidad de tener lenguaje sin tener pensamiento o, incluso, la capacidad del hombre de pensar antes de tener lenguaje. Fuera como fuere, todas estas teorías tienen en común que presuponen una “evolución” progresiva en el sistema lingüístico humano que iría de los gruñidos a los lenguajes complejos. Por tanto, una regresión lingüística (el proceso de animalización) significaría una vuelta a los gruñidos. En sentido metafórico, imaginamos, Mario Vargas Llosa reconocía en una entrevista que los jóvenes, al cercenar las palabras y vulnerar la normas gramaticales, en su uso de chats, twitter y facebook, piensan “como un mono”, por ello, «se vive una especie de barbarie sintáctica».

PRIMAL.jpegLa reivindicación moderna del gruñido o el grito se consagra cuando penetra en el ámbito de la terapia y la pedagogía. Si durante siglos y siglos una de las labores inmediatas y urgentes del profesor era evitar que los niños gritaran, ahora hay que conseguir lo contrario. En el ámbito de las terapias ya se practica la gritoterapia, consistente en eliminar las tensiones no a través de la racionalidad y la comprensión de las causas que la provocan, sino simplemente a través de la emisión de gritos[3]. La terapia del grito tuvo su culmen teórico en la teoría del Grito Primal desarrollada por Arthur Janov a finales de los 70. Una vez oyó un alarido de un joven paciente e interpretó y así ha quedado definido como “un dolor reprimido de la lactancia o de la infancia”. Ante ello, elaboró la teoría de que hay sentimientos primales derivados de un mal parto, de no haber sido acariciado suficientemente, etc., que se van acumulando a una memoria psíquica y nos provoca una neurosis que nos impide entrar en la realidad. Con Janov, podríamos sentenciar: “el grito os hará libres”.

emoticones-animados-70359Otra perspectiva del deterioro del uso colectivo del lenguaje (y siguiendo el paradigma del progreso como decadencia), es la semejanza, cada vez más patente, entre el uso del lenguaje de los jóvenes con respecto al de los ancianos. Durante el envejecimiento normal se producen errores tanto de léxico como de sintaxis, o bien en la organización del discurso. Durante la vejez quedan afectados los procesos atencionales y el acceso de la memoria al léxico, comprensión y la producción de oraciones complejas (Juncos, 1998). Estas características no se diferencian mucho de los lenguajes disfuncionalizados de muchos jóvenes en su etapa secundaria de educación. Estas deficiencias léxicas se hacen patentes también en muchas dimensiones de la comunicación mediatizada por las tecnologías. Por ejemplo, lo que denominamos la “cibercomunicación”, se llena de “emoticones” –imágenes o iconos- que sirven para expresar aquello que ya no se sabe expresar en palabras. O bien, una de las características centrales del lenguaje, que es alcanzar un consenso colectivo sobre los significantes y los significados que producen, acaba desapareciendo. Ya que individualmente cada uno establece y compone las palabras en sus mensajes sms sin necesidad de haber pasado por un consenso colectivo.

No faltan autores que pretenden ver en estas nuevas formas de comunicación un “avance”, la llegada de una forma de comunicación más perfecta e incomprensible de momento para los de la vieja escuela. Sin embargo, como toda realidad social y cultural, los “avances” no necesariamente son para alcanzar mayor nivel de perfección. Hay una extraña “ley” que contradice las teorías de la evolución del lenguaje. Las teorías más frecuentes afirman que las lenguas evolucionan de más complejas a más sencillas. Sin embargo, en las lenguas se producen con el tiempo regresiones, coincidiendo con una fase de decadencia.

studyLos escritos antiguos que nos han llegado suelen ser más complicados en sus estructuras morfológicas y sintácticas que los actuales. El sánscrito veda es sumamente complejo, comparado con un derivado como el hindi, de unos 400 años de antigüedad, al igual que si comparamos el griego clásico con el antiguo. Lenguajes que nos parecen muy primitivos, propios de culturas tribales, y por tanto más sencillos, en el fondo son restos de lenguas más complejas que ya desaparecieron. Al menos ésta es la tesis que defendía el filólogo inglés Richard Chevenix Trench, autor de The Study of Words[4].

En el proceso de pérdida del lenguaje, no deja de haber un curioso fenómeno paralelo. En la medida que las nuevas generaciones demuestran sus dificultades por asumir la complejidad del propio lenguaje, a su vez, muestran una extraña fascinación por los lenguajes inventados. Por eso no es de extrañar que la productora de cine Paramount, contratara para Star Treck III un lingüista para que “inventara” lenguas alienígenas. En las primeras entregas de la serie hubiera parecido un despropósito, pues a nadie le parecía extraño que los extraterrestres departieran en un impecable inglés[5]. En 1977, La guerra de las galaxias ya mostró su preocupación por las lenguas y diseñó los gruñidos de Chewbacca que nos mostraba la inteligencia de ese yorkshire hipertrófico[6].

fuegoEl cine, cuando nos ha mostrado la prehistoria, ha recurrido a pequeños trucos para ilustrarnos una “evolución” lingüística de gruñidos casi animales a un lenguaje algo más articulado. Jacques Annaud en En busca del fuego (1981) utilizó unos sonidos compuestos por el escritor de ficción Anthony Burgess basados en el proto-indo-europeo como idioma de los Ulam, los buscadores del fuego. La lengua de los Ivak, un pueblo más avanzado al cual pertenece la protagonista fue doblada por inuits (esquimales). Sin embargo otras películas han recurrido a meras invenciones lingüísticas. Ello no tendría más importancia sino fuera porque nos ilustra sobre una extraña contradicción. Mientras que a nivel mundial se extiende el fenómeno del analfabetismo funcional, se pone de moda inventar leguas inexistentes. Tomando como referente al mítico Tolkien y su lengua de los elphos, se ha puesto de moda ingeniar lenguas: es el fenómeno del conlanging[7].

Todos estos juegos imaginativos sobre las lenguas, y poco a poco la transformación del lenguaje en un mero estimulador comunicativo, van consiguiendo que el lenguaje pierda todo su componente social, cultural, e incluso moral. Ernesto Sabato, en su peculiar ensayo La resistencia, señala como: “Algo notable es el valor que aquella gente daba a las palabras. De ninguna manera eran un arma para justificar los hechos. Hoy todas las interpretaciones son válidas y las palabras sirven más para descargarnos de nuestros actos que para responder por ellos”. (Sabato, 2000, p. 30).

Esta carencia moral de la lengua como expresión de nuestra dignidad (ya apenas tiene sentido en nuestra cultura la expresión y el contenido de “dar la palabra”), contrasta con la ligereza que asumimos que los animales pueden hablar. Aunque no quede establecido oficialmente como “síndrome”, ya se habla del “Síndrome Walt Disney”. Este fenómeno nos vendría a mostrar la otra cara de la moneda y significa la tendencia que tienen algunos a humanizar a los animales, especialmente a sus mascotas, a conferirles atributos exclusivamente humanos como la racionalidad o el lenguaje. Ambos fenómenos (que el hombre deje de hablar y que los animales hablan) son la confluencia del mismo fenómeno: una pérdida de la identidad de lo que el hombre es.

©Javier Barraycoa

NOTAS:

[1] Nos referimos al informe titulado Children, their World, their Education, fruto de un estudio de 6 años basado en 4.000 documentos publicados, así como la revisión de evidencias, informes escritos y entrevistas personales. El estudio fue financiado por la Esmée Fairbairn Foundation.

[2] Esta tesis, heredera de Humboldt, aunque se asemeja a la tesis aristotélico-escolástica del lenguaje (“expresión de lo pensado”), en el fondo, debido a la influencia antropológica de Boas, sirvió para defender una relativismo cultural y no un universalismo. Ya que para Boas o Sapir, cada proceso mental construía su propio lenguaje, mediatizado por la cultura, que lo hacía inintercambiable con otras culturas.

[3] Entre las múltiples y diferentes formas de gritos que constituyen esta terapia, se proponen incluso el grito mudo, que consiste en gesticular gritos pero sin emitir sonidos.

[4] Ciertamente algunas lenguas tribales han quedado reducidas a su mínima expresión, contando con unos pocos miles de vocablos. Otras, por el contrario, muestran niveles de complejidad altos. Los yagaanos de la Tierra de Fuego, por ejemplo, poseen unas 30.000 palabras al igual que zulúes de Sudáfrica. Se considera que la lengua de los bantúes poseen una gramática más compleja que el griego; o los esquimales utilizan 63 formas para el presente y los nombres simples llegan a tener 252 desinencias. Hay que explicar que este tipo de teorías son aceptadas con entusiasmo por fundamentalistas evangelistas que pretenden demostrar así que no existe la evolución y argumentan que hubo una decadencia de las lenguas tras el episodio bíblico de Babel. Sin embargo, los datos están ahí para una reflexión sobre la evolución de las lenguas.

[5] Para Atlantis (2001), Disney contrató a Marc Okrand para crear una lengua «atlanteana».

[6] Para dar verisimilitud a la articulación de lenguas alienígenas, en La Guerra de las galaxias. Greedo, el cazador de recompensas, que conversa Han Solo, supuestamente hutês, pero en realidad es quechua. En el Episodio VI, los Ewoks en realidad hablan tibetano.

[7] Se puede encontrar en la siguiente página una recopilación de lenguas inventadas y la posibilidad de incluir la que uno mismo componga: http://pt.conlang.wikia.com

 

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