El espacio público, arte urbano y crisis litúrgica: Al arte como pseudo-religión (4)

 

Al arte como pseudo-religión

sobre-lo-espiritual-en-el-arte-kandinsky-201x300Kandisnky escribió en 1910 su tratado titulado De lo espiritual en el arte, a la par que pintaba su primera obra abstracta. Dejando de lado su conversión a la teosofía, que explicaría su filosofía pictórica que tanto ha influido en el mundo actual, argumentaba en su tratado que el arte abstracto permitiría al mundo escapar del “materialismo”. Debemos entender que, para un alma gnóstica y teosófica, por “materialismo”, en el fondo, se concibe simplemente la “realidad”. Y contraponía el arte moderno abstracto al cristianismo y su arte figurativo. Kandisnsky suponía además, junto a otros pintores contemporáneos, que el arte abstracto haría mejor al hombre al promover “los pensamientos elevados, el amor y la generosidad altruista”. Algunos autores insisten que la modernidad ha pretendido “la elevación del arte a la categoría de religión o de sustituto de la religión”[1]. Pero esta esperanza religiosa en el arte contemporáneo, contrasta con el sentido profundamente anti-humanista del mismo[2]. Podríamos decir que el nuevo arte es una religión contra la Religión. O como señala Anthony Julius: “Es el arte que se venga del cristianismo. La religión que en su día justificó el arte, procurándole un contexto que lo legitimaba, se ha convertido por voluntad del arte en su adversaria”[3].

Kandisnky contraponía el arte moderno abstracto al cristianismo y su arte figurativo

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Diseño visionario de New Harmony

Igualmente, los intentos por definir o construir utopías siempre han sido un síntoma de secularización antirreligiosa pero, en cierto sentido, sublimada bajo apariencia religiosa. Curiosamente, en la utopías la ordenación espacial cobra mucha importancia. Pues parecen intuir que el orden social debe sustentarse materialmente en un orden espacial y arquitectónico. Entre los movimientos utopistas modernos encontramos el movimiento fourierista y oweniano. Tanto Fourier como Owen concedieron un papel fundamental a la ordenación espacial de las sociedades utópicas que querían fundar en cuanto que reguladora de la vida social y marco pedagógico. Los numerosos seguidores que tuvieron ensayaron las más variadas fundaciones, construcciones y proyectos. Es curioso como muchos de estos proyectos conservan reminiscencias con el Templo salomónico, por ejemplo el diseño que Stedmann Whitwell realizó para el poblado comunal de New Harmony, Indiana, que Owen quería fundar[4].

los intentos por definir o construir utopías siempre han sido un síntoma de secularización antirreligiosa pero, en cierto sentido, sublimada bajo apariencia religiosa

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Parte central The Happy Colony

O bien, el diseño de ciudades ideales como The Happy Colony, en Nueva Zelanda, donde el centro de la ciudad es un centro cultural con reminiscencias de templo greco-romano. En estas utopías vemos reflejado el asalto del espacio profano al espacio sagrado revistiéndose de sus características. Pero los diseños de lo que se denominó una “arquitectura visionaria”, casi nunca se llevaron a la práctica. Ello no quita que el poder público, una vez entra en crisis el poder religioso, intente apropiarse de su espacio y funciones. Jünger, previendo un futuro no muy lejano, sentenciaba: “Habremos de contar con tiempos y con lugares en que la Iglesia no esté presente. El Estado se ve entonces forzado a llenar con sus propios medios el vacío que así ha quedado al descubierto”[5]. Curiosamente, Jünger atribuye la muerte de la vitalidad de la Iglesia a un anquilosamiento que refleja un “aire triste, mecánico, insensato de muchas ceremonias religiosas”; con otras palabras, al carácter vivificador de la liturgia.

Jünger atribuye la muerte de la vitalidad de la Iglesia a un anquilosamiento que refleja un “aire triste, mecánico, insensato de muchas ceremonias religiosas”

Cuando el Estado se apropia completamente del espacio público y asume su dimensión religiosa, debe asumir la dirección de la producción artística de la sociedad, así como la de la constitución de nuevos “espacios sagrados”. Esta nueva función el Estado sólo la puede realizar recreando lo religioso. Baudrillard ya había denunciado esta estrategia del poder al afirmar que: “Después de Maquiavelo los políticos quizás han sabido siempre que el dominio de un espacio simulado está en la base del poder”[6]. Sin embargo el Estado nunca podrá potenciar el verdadero arte o recrear el espacio sagrado ya que como proponía el pintor Gauguin: “Lo que el Estado estimula languidece, lo que protege muere”[7]. Más bien, como señalaremos al final, el Estado intentando monopolizar los cánones del arte lo acabará matando e invirtiendo su finalidad y efectos.

[1] John Carey, ¿Para qué sirve el arte?, Debate, Barcelona, 2006, p. 144 (título original: What Good are the Arts?)

[2] Para una descripción de lo destructivo y anti-humanístico del arte moderno cf., Javier Barraycoa, Los mitos actuales al descubierto, Libroslibres, Madrid, 2008.

[3] Anthony Julius, Transgresiones. El arte como provocación, Destino, Madrid, 2002, p. 192. (título original: Transgressions. The Offences of Art)

[4] Para un estudio extenso de una “arquitectura visionaria” que surgió a raíz de la influencia de estos utopistas cf. Donald Drew Egbert, El arte y la izquierda en Europa. De la revolución francesa a Mayo de 1968, Gustavo Gili, Barcelona, 1981, pp. 352 y ss.

[5] Ernst Jünger, La emboscadura, Tusquets, Barcelona, 1993, 2ª edic., p. 108. (Título original: Der Waldgang)

[6] Jean Baudrillard, Cultura y simulacro, Kairós, Barcelona 2007, p. 33. (título original: La precessions des simulacres)

[7] Paul Gauguin, Escritos de un salvaje, Istmo, Madrid, 2000, p. 66.

2 comentarios en “El espacio público, arte urbano y crisis litúrgica: Al arte como pseudo-religión (4)

  1. Jünger atribuye la muerte de la vitalidad de la Iglesia a un anquilosamiento que refleja un “aire triste, mecánico, insensato de muchas ceremonias religiosas”

    Probablemente; pero no por ser triste, mecánico e «insensato», sino por la falta de fe del celebrante o por lo que podríamos llamar «fanatismo», que efectivamente influye entre la gente no comprometida.

    De todos modos, este hombre fue en su juventud un nihilista, naturista y ultranacionalista; muy alejado de la doctrina católica; o mejor dicho, totalmente contrario a lo que es el catolicismo.

    La frase parece indicar que hubo una búsqueda; y que no le motivó lo suficiente.

    De todos modos él se convirtió al catolicismo un año antes de su muerte.

    Hay que tener cuidado con las opiniones y citas de los «filósofos», porque tendemos a tomarlas como si fuesen la verdad revelada, sin darnos cuenta que son hijas del lugar y del tiempo.
    En algunos casos podrán funcionar; y en otros, no.
    Lógico, porque eso mismo es lo que pasa con las opiniones.

    Es decir, hemos pasado de tomar la Biblia como la palabra de Dios a tomar tal opinión filosófica como la palabra de dios (el «filósofo» en cuestión); y le ahorramos la crítica que ahora empleamos sin criterio contra los textos sagrados -los de verdad, no las opiniones-

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  2. Si podemos hablar de «muerte de la vitalidad de la Iglesia» es, creo, porque con el crecimiento del Estado, la seguridad del mundo moderno y las nuevas formas de socialización y pasatiempo, la Iglesia ha dejado de ser el centro de la vida de las comunidades europeas.

    Ahora cada comunidad tiene muchos centros, más importantes o interesantes; segregados por edad, sexo y nivel social (o de gasto)

    A eso hay que sumarle el efecto de Darwin sobre las creencias religiosas.

    De todos modos, un defecto del hombre moderno (occidental) es el pensar -y opinar- sobre todo; pero no hacer.

    Solo haciendo podemos apreender ciertas cosas, como la doctrina, el sentimiento de la vida y la muerte, el sentido de familia, el sentido de comunidad, la camaradería -y eso por no citar el sexo y el dominar algo, como un instrumento musical, un oficio (todo eso se hace haciendo, no hablando de lo que uno cree que es sociología, psicología, o etnología)

    Este defecto ayuda también a que podamos hablar de una muerte de la vitalidad de la Iglesia.
    Pero no por ella en sí, sino por sus fieles y sus ministros.

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