El espacio público, arte urbano y crisis litúrgica (2)

 

El espacio sagrado y el espacio profano

eliadeTodas las culturas han distinguido siempre entre un espacio sagrado y un espacio profano. Mircea Eliade, a lo largo de sus obras, profundizó en la lógica y función de esta distinción. Así, afirmaba, “en todas partes encontramos la misma concepción fundamental de la necesidad de vivir en un mundo inteligible y pleno de significado, y descubrimos que esta concepción surge de la experiencia de un lugar sagrado”[1]. Para el hombre, propone Eliade, el espacio no es homogéneo sino que algunas partes del espacio –el espacio sagrado- es fuerte y pleno de sentido, mientras que el espacio profano es amorfo, carente de estructura y significado. La distinción entre ambos espacios, permite la distinción entre orden y caos y, por tanto, la posibilidad de dotar de sentido a la realidad. De ahí que, en todas las culturas, las construcciones o los lugares sagrados representen el orden cosmológico y divino que se propaga al resto de la realidad y se empeñen en determinar esos lugares sagrados. En numerosas culturas esta necesidad de ordenación de la realidad se extiende a la forma de construir las casas o, sobre todo, a la configuración de las ciudades. Diferentes formas arquitectónicas como las columnas, o los cruces de las dos calles principales en las urbes romanas representan la conexión del cielo y la tierra o el axis mundi que dota a la realidad de orden y sentido.

La distinción entre ambos espacios, permite la distinción entre orden y caos y, por tanto, la posibilidad de dotar de sentido a la realidad. De ahí que, en todas las culturas, las construcciones o los lugares sagrados representen el orden cosmológico y divino

avilaLos romanos, al fundar una ciudad lo hacían como una ritualización arquetípica de la fundación de Roma. Un sacerdote, emulando a Rómulo y Remo, araba el perímetro de la ciudad y establecía las cuatro puertas en las que confluían los dos ejes principales. La fundación de una ciudad suponía, por tanto, siempre una liturgia. A partir de ahí se distinguía entre el orden y la ley que otorgaba esta ”nueva Roma” y el caos que quedaba fuera de la muralla. En todas las culturas encontramos este mismo sentir y necesidad. Las aldeas tribales se configuran muchas veces con un orden parecido, precedidos de ritualizaciones, y establecen que fuera del poblado está el mundo de los demonios, del caos y de la muerte. La Cristiandad medieval también participó de este sentir universal. Existía un rito medieval de consagración de las murallas en cuanto que defensa contra el Demonio, la enfermedad y la muerte.

A su vez, el espacio público podría tener dos dimensiones, la sagrada y la profana, que en las culturas no siempre quedan claramente separadas. De ahí que lo político y lo religioso tantas veces se confunda en las culturas

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Otra analogía entre lo sagrado y lo profano la encontramos en su relación con lo privado y lo público. Sólo puede existir sociedad si se distingue entre lo privado y lo público. Hannah Arendt cree ver en el origen de la palabra ley, en su raíz proveniente del griego arcaico la palabra “valla”, esto es, la separación entre un espacio privado y un espacio público. A su vez, el espacio público podría tener dos dimensiones, la sagrada y la profana, que en las culturas no siempre quedan claramente separadas. De ahí que lo político y lo religioso tantas veces se confunda en las culturas, al confundirse sus espacios propios. Si rebuscamos en su origen etimológico de la palabra griega correspondiente al término “templo” encontraríamos la referencia a una pradera común donde estaba prohibido que los pastores llevaran sus rebaños a pastorear, pues no podía utilizarse para un fin privado. En estos “lugares comunes” se elevaron los primeros templos griegos al considerarse espacios sagrados. Esta vinculación entre lo público y lo religioso, insistimos, es fundamental para entender las dinámicas culturales.

[1] Mircea Eliade, Ocultismo, brujería y modas culturales, Paidós, Barcelona, 1997, p. 47.

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