parte 1. La familia educadora: la familia como extraño objeto de estudio y sujeto de la acción política
parte 2. La familia educadora: psicologización de la familia y culpabilización de los padres
Parte 3. La familia educadora: reproducción, socialización y educación

Narciso de Caravaggio
Principio de realidad y principio de placer: el narcisismo y el hundimiento de la paternidad
Se puede afirmar que en el orden social, el reto de este siglo será el nihilismo. Pero en el orden psicológico, será el narcisismo. El narcisismo, generalizando las tesis freudianas, se produce cuando “el sujeto se concibe a sí mismo como ideal”. Con otras palabras, cuando él mismo se toma como modelo referencial y ese ideal coincide con la instantánea satisfacción del “principio de placer”. Para Freud, lo que evita el narcisismo es el encuentro con el “principio de realidad” y será la figura paterna quien mejor encarna este principio.
El padre es quien arranca al niño de un mundo ideal donde él es el centro. De ahí que la relación entre el niño y el padre deviene en consecuencias fundamentales. Mercedes Palet, proponiendo una novedosa visión de la psicología, desde la perspectiva tomista, insiste en este papel fundamental de la figura paterna: “El padre, en su función de modelo y límite de la realidad, al ser ejemplo vivo y cotidiano para el hijo de la alteridad, introduce en la vida del hijo aquellos elementos que éste necesita par su diálogo y acción perfectivos con el exterior”[1].
Mitigada o simplemente desaparecida la figura paterna se produciría la patología narcisista. Las consecuencias del narcisismo son evidentes y, entre otras, podemos destacar:
a) el delirio de la omnipotencia. Al no encontrar en su acción límites impuestos por la autoridad paterna el niño se llega a concebir como todopoderoso. Las implicaciones en la proyección social son evidentes y van desde la dificultad por asumir normas sociales hasta la creencia de que el bien moral queda definido por la simple capacidad de acción (“es bueno aquello que se puede hacer”). En el orden psicológico podemos señalar que algunas formas de “hiperactividad” –una de las nuevas patologías infantiles- están relacionadas con el narcisismo;
b) la desvirtuación de la relación con la alteridad. El narcisismo impide que se forjen adecuadamente las relaciones sociales. Desde su origen éstas quedan viciadas al configurarse un “egocentrismo” que impide que crezca el deseo de entrega y donación. Ello no quita que un narcisista pueda ser padre, pero su paternidad queda igualmente desvirtuada. Es el caso de los padres que no tienen hijos como un acto de donación y amor, sino como un mero medio de “autorrealización”. De ahí que los padres narcisistas se resistan a aceptar que los hijos son “seres personales” para ser educados en la libertad, sino que se convierten en padres absorbentes que buscan crear en sus hijos una réplica de sí mismos. El narcisismo conlleva una deformación en la percepción de las relaciones interpersonales que acabará debilitándolas, por eso las relaciones de amistad o afectivas no pueden ser duraderas;
c) la autoeroticidad. Toda forma de narcisismo desemboca en una alteración de la sexualidad y de la atracción. Cuando uno mismo se convierte en el centro del placer deseado, uno mismo puede convertirse en el fin y el medio o instrumento del placer. Estos procesos de identificación entre el fin y el medio conllevan desórdenes sexuales que irían desde la masturbación hasta la homosexualidad. De ahí que para Freud, el homosexual presentara siempre una personalidad narcisista.
En la época en la que Freud describía el narcisismo en cuanto que patología, la ausencia de la figura paterna competía a casos particulares. Sin embargo, hoy en día, podemos hablar de una desaparición “institucionalizada” de la figura paterna. Las constantes campañas y discursos políticos sesentayochistas han “culpabilizado” a la figura paterna, convirtiendo todo intento de ejercer la autoridad como sospechoso y tiránico. Baste, a modo de ejemplo, comprobar como Bourdieu describe la presencia cultural de lo masulino: “La exaltación de los valores masculinos tiene su tenebrosa contrapartida en los miedos y las angustias que suscita la feminidad”[2]. La retirada voluntaria de padres acomplejados en el proceso de educativo se verá culminada con la apropiación del Estado de sus funciones. Pero esta apropiación adquirirá tintes especiales en la sociedad posmoderna.
Marcuse, reinterpretando a Freud, planteaba también el conflicto entre el principio de placer y el principio de realidad. Para Marcuse, el principio de la realidad, el Padre, habría sido sustituido en primer lugar por el Estado y, posteriormente, por una abstracta administración, la tecnología y la economía. Esta situación se aproxima mucho más a la actual. El Estado se transforma en la figura del Padre a través de la educación, pero un padre que no sólo suple las funciones paternas sino que la subvierte. Esta es la diferencia entre la educación totalitaria del comunismo y la totalitaria de la democracia. En el comunismo el “padre” era sustituido por el Estado, para ejercer éste el principio de autoridad. De ahí que, paradójicamente, una de las funciones que buscaba el Estado-educador comunista era el orden social. En las democracias, por el contrario, el Estado suple a los padres para anular el principio de autoridad. Podríamos decir, recurriendo a una extraña alegoría, que en la democracia el Estado se convierte en el “padre ausente”. En ella el Estado ocupa un rol que nadie pude suplir, pero que él mismo nunca ejercerá.
Es significativo, y poco meditado, cómo desde el poder público, se retira la autoridad a los maestros y a los padres, simplemente para no ejercer ningún tipo de autoridad. Los principios educativos y los docentes han sido sustituidos por una reglamentación burocrática que impide el ejercicio de la autoridad. Para colmo, los “expertos” tal y como los psicólogos y los pedagogos tienen más peso en la escuelas públicas que los padres o los propios docentes. Por eso las democracias, a través de su sistema educativo generan desorden social: a nivel sexual, afectivo, relacional o, simplemente, legal.
©Javier Barraycoa
NOTAS:
[1] Ibid., p. 132.
[2] Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Anagrama, Barcelona, p. 69.
Pingback: La familia educadora: Autoridad y “mamismo” (y 5) | Anotaciones de Javier Barraycoa
La importancia de la figura paterna en la familia porque en muchos casos son ejemplo a seguir del niño y ala vez son reflejo de autoridad y respeto ante sus hijos..En donde hay un padre ausente la educación del niño se ve reflejada en el ámbito de una sociedad en donde se producen desorden sexual y afectivo.
Me gustaMe gusta