La política como vocación cristiana y como obligación moral

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La política como vocación cristiana y como obligación moral

En estos momentos de total confusión intelectual, cultural, educativa, social y política se antoja especialmente importante volver a beber de la fuente del magisterio. Son funestas las frecuentes declaraciones y opiniones que se vierten en nombre del cristianismo que están en clara contradicción con la doctrina expresada por los santos Padres. Más flagrante es cuando incluso se escuchan de boca de la intelectualidad católica.

El Magisterio Político de la Iglesia es parte inseparable de su Magisterio Social que se inició con la Encíclica Quanta cura y el Syllabus (o recolección de errores modernos elaboradas por Pío IX) a los que seguirían del denominado Corpus politicus leoninum, esto es, la doctrina de León XIII que arrancará con la Encíclica Rerum novarum. Ante la objeción de que los católicos no “debemos meternos en política”, plantearemos si existe esa vocación concreta e incluso si es obligatoria.

Los motivos justos de la acción política

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León XIII

En la medida que las revoluciones liberales iban triunfando en Europa y los nuevos regímenes políticos iban ocupando todos los espacios sociales, la Iglesia manifestó su preocupación sobre cuál debía ser el papel de los católicos en este nuevo contexto. Para ello, León XIII, en su Encíclica Inmortale Dei (1885), apuntó que: “Es también de interés público que los católicos colaboren acertadamente en la administración municipal, procurando y logrando sobre todo que se atienda a la instrucción pública de la juventud en lo referente a la religión […] Asimismo, por regla general, es bueno que la acción de los católicos se extienda desde este estrecho círculo a un campo más amplio, e incluso que abarque el poder supremo del Estado […] Puede muy bien suceder que en alguna parte, por causas muy graves y muy justas, no convenga en modo alguno intervenir en el gobierno de un Estado ni ocupar en él puestos políticos. Pero en general, como hemos dicho, no querer tomar parte alguna en la vida pública sería tan reprensible como no querer prestar ayuda alguna al bien común. Tanto más cuando los católicos, en virtud de la misma doctrina que profesan, están obligados en conciencia a cumplir estas obligaciones con toda felicidad. De lo contrario, si se abstienen políticamente, los asuntos públicos caerán en manos de personas cuya manera pensar puede ofrecer escasas esperanzas de salvación para el Estado [….] Queda, por tanto, bien claro que los católicos tienen motivos justos para intervenir en la vida política de los pueblos”.

En general, como hemos dicho, no querer tomar parte alguna en la vida pública sería tan reprensible como no querer prestar ayuda alguna al bien común. (León XIII)

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Cardenal Josef Ratzinger

Este texto es sumamente sintético, pero merece una pequeña contextualización. Por un lado, la llamada del Papa a participar en la política municipal, se debía a que en aquél entonces buena parte de la educación era competencia municipal y no estatal. De ahí que los católicos se jugaran mucho según los derroteros que tomaran las escuelas públicas. Por otro lado, es notable encontrar la aclaración de que hay circunstancias en las que no un católico no sólo no está obligado a participar sino que lo tiene expresamente prohibido. Esta aclaración muestra que el Magisterio es doctrina, pero no ideología. Un ejemplo claro sería la situación del “non expedit”, esto es, una instrucción de Pío IX a los católicos italianos que le obligaba a no participar en la política y votar, tras el despoje de los Estados Pontificios, por parte de la dinastía liberal de los Saboya. Otro caso más que evidente sería, por ejemplo, en un régimen ateo como la Unión Soviética, donde la connivencia con el régimen sería imposible y profundamente inmoral (ello no quita la legitimidad de la resistencia).

Por el contrario, en otras circunstancias, para un católico la participación política –aunque no se viva como vocación- se convierte en una obligación. En las actuales sociedades llamadas democráticas, podríamos plantearnos cuál es la condición o situación en la que un laico debe sentirse obligado moralmente a esta participación. Al respecto, siendo Josef Ratzinger presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, publicó en 2002, una Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política. La Nota se dirige a los Obispos de la Iglesia Católica y, de especial modo, a los políticos católicos y a todos los fieles laicos llamados a la participación en la vida pública y política en las sociedades democráticas y en ella se afirma: “Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad”. Sin lugar a dudas estamos ante esta circunstancia.

La coherencia política y moral

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Pío IX

La gran pregunta, una vez uno se hace consciente de esta obligación moral de la acción política, es: ¿y dónde, cómo o con quién debo actuar? El Magisterio, evidentemente, nunca a señalado esas concreciones, aunque sí ha dejado claro dónde no se puede participar. León XIII, en la Inmortale Dei, nos da unos principios elementales: “en materias opinables es lícita toda discusión moderada con deseo de alcanzar la verdad, pero siempre dejando de lado toda sospecha injusta y toda acusación mutua. Por lo cual, para que la unión de los espíritus no quede destruida con temerarias acusaciones, entiendan todos que la integridad de la verdad católica no puede en manera alguna compaginarse con las opiniones tocadas de naturalismo y racionalismo, cuyo fin último, es arrasar hasta los cimientos la religión cristiana […] Tampoco es lícito al católico cumplir sus deberes de una manera en la esfera privada y de otra forma en la esfera pública, acatando la autoridad de la Iglesia en la vida particular y rechazándola en la vida pública […] Pero si se trata de cuestiones meramente políticas, del mejor régimen político, de tal o cual forma de constitución política, está permitido en estos casos una honesta diversidad de opiniones”. De aquí se deduce claramente que hay que tener la capacidad de distinguir lo opinable de lo que son principios y, sobre todo, evitar la doblez, tan típica en nuestros días de tener unas creencias en privado y proclamar las contrarias en público, simplemente por ser político. Que la Iglesia establezca, como debe ser, que se admiten opiniones diversas sobre las formas de gobierno, ello no implica que un católico pueda militar en cualquier formación o ideología.

De aquí se deduce claramente que hay que tener la capacidad de distinguir lo opinable de lo que son principios y, sobre todo, evitar la doblez, tan típica en nuestros días de tener unas creencias en privado y proclamar las contrarias en público.

Pablo VI, en su Carta Apostólica Octagesima adveniens, es muy contundente: “el cristiano que quiere vivir su fe siguiendo una acción política como servicio en provecho de los demás, no puede ser partidario, sin estar en contradicción consigo mismo, de sistemas ideológicos que son incompatibles, ya sea radicalmente, ya sea en los puntos esenciales, con la fe que profesa y con lo que siente acerca del hombre. Ni se puede, pues, ser partidario de la ideología marxista […] Ni es partidario de la ideología liberal, que afirma ensalzar la libertad de la persona sustrayéndola a toda regla, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando los vínculos sociales entre los hombres como consecuencias más o menos espontáneas de iniciativas privadas”. Este texto es fundamental ya que hoy en día muchos católicos tienen a bien proclamarse liberales

“Y precisamente a vosotros jóvenes os decimos, movidos por vivo amor y por paternidad solicitud: el entusiasmo y la audacia no bastan por sí solos si no se hallan puestos, como es necesario, al servicio del bien y de una bandera inmaculada” (Pío XII).

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Pío XII

Por hoy concluimos con una bonita llamada de Pío XII a los jóvenes que quieren participar de la vida política de su sociedad. En su Radio mensaje de Navidad 1942, cuando la Segunda Guerra Mundial y las ideologías imperantes flagelaban Occidente, el Santo Pontífice reflexionaba sobre la juventud. La regeneración política pasaba por el entusiasmo de la juventud. Sin embargo, su acción política no puede serlo de verdad sin una referencia al pasado, a la tradición, y sin un espíritu que descarte toda componenda con los “males menores” y, por supuesto, los mayores. Proclama el Papa: “Y precisamente a vosotros jóvenes, inclinados a volver la espalda al pasado y dirigir al futuro la mirada de las aspiraciones y esperanzas, os decimos, movidos por vivo amor y por paternidad solicitud: el entusiasmo y la audacia no bastan por sí solos si no se hallan puestos, como es necesario, al servicio del bien y de una bandera inmaculada”. Ojalá la juventud sea capaz de asumir este reto.

Javier Barraycoa

Publicado en revista Ave María.

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