Ramiro de Maeztu (y 2): El problema del nacionalismo y el patriotismo

 

Ramiro de Maeztu (1): Apuntes biográficos y temperamentales

 

2.- El problema del nacionalismo y el patriotismo

Uno de los temas nucleares del pensamiento de Maeztu, diseminado entre sus obras y artículos, es la confusión y distinción necesari para entender lo que es el nacionalismo y lo que es el patriotismo.

En La crisis del humanismo, escrita en 1916, se puede descubrir el desinterés del pensador por la nación y el nacionalismo. La defensa del pluralismo y del equilibrio de poderes visible se complementa con el diseño de una utopía gremialista en que está en germen el programa tradicionalista de años posteriores. En esta obra las referencias al nacionalismo va aparejadas a la denuncia del poder bajo forma de burocracia. Para él los estados nación, y eso aprendió de Max Weber, eran indisociables de una estructura burocrática que representaba por excelencia lo anticomunitario y la antisociabilidad. ramiro3

Ya durante sus primeros años de periodista y ensayista siempre había sentido una repulsión hacia el modelo de Estado-nación francés, llegando a definir a la nación francesa como: “…la diosa cruel que adoran los nacionalistas de los tiempos modernos” (“Francia y el nacionalismo”, El Sol, 14-12-1920.). También se refleja este rechazo cuando, tomando como referencia distintiva el incipiente fascismo italiano, critica su propuesta de ideología nacional: “No me gusta su nacionalismo, porque veo en el nacionalismo la localización y el empequeñecimiento de la divinidad” (“Un fascismo ideal”, El Sol, 1-11-1922).

En su Defensa de la Hispanidad (1934), acusado de ser un libro caótico, “escrito sin disciplina”, (porque en el fondo era una recopilación de artículos publicados previamente) descubrimos –y éste es un gozne fundamental para la problemática nacionalista de hoy en día– cómo la crítica al nacionalismo, le porta a un redescubrimiento de la idea de “nación”, a través del concepto de “patriotismo”. La Nación, la patria de Maeztu, no puede ser considerada como un factum natural que, al modo de la familia, se impone como una realidad insoslayable para la vida política. Niega el carácter natural u “orgánico” de la nación puesto que, al fin y al cabo, las gentes y las tierras no son sino los materiales con que aquélla se construye. Por tanto la nación-patria, no puede ser una suma de territorio y etnia.

Maeztu rehúye de la idea de nación como realidad “despiritualizada”. También rechaza el planteamiento voluntarista, al modo de Renan (heredero de la voluntad general roussoniana). Y tampoco puede ser la nación el precipitado de la historia bajo la atenta mirada de ese “gran truchimán” (pícaro) de los hechos nacionales, en palabras de Ortega y Gasset, que es el Estado. Como alternativa, para Maeztu: “… el ser de la patria se funda en un valor o en una acumulación de valores, con los que se enlaza a los hijos de un territorio en el suelo que habitan” (Defensa de la Hispanidad, p. 995, VIII.).

hispanidad2Partiendo de esta definición, puede deshacer argumentos falaces que han llegado hasta nuestro días, como por ejemplo, el ideal herderiano capaz de atribuir un respeto e igualdad universal a todas las realidades nacionales, independientemente de su historia (Vid. “Desigualdad de las naciones”, ABC, 14-9-1935. Su crítica a la Sociedad de Naciones tiene en esta idea su argumento más destacado). El respeto a las naciones es inseparable del espíritu que encarnan. En el caso español su espíritu es, en última instancia, una realidad trascendente, la Divinidad; y la tradición resulta el instrumento capaz de manifestar el camino que debe seguir la patria para hacerse acreedora a su misma existencia. Esta exaltación religiosa se constituye en obstáculo y en límite para un nacionalismo de carácter secularizado: “No es probable que el espíritu territorial llegue jamás entre nosotros a monopolizar el patriotismo. Queramos o no queramos, los pueblos hispánicos tenemos una patria dual: territorial y privativa en un aspecto; espiritual, histórica y común a todos, en el otro” (Defensa de la Hispanidad, p. 1016, VIII).

El ideal nacional, resulta estrecho al Maeztu tradicionalista y espiritual en su madurez intelectual. El patriotismo, escribe en otra ocasión, debe ser “… alimento del alma, ensanche espiritual, disciplina del carácter y fijación del puesto que nos toca en la vida” (“Patriotismo“, 6-7-1934, XVI.). Por muy mucho que se ensalce el valor del patriotismo, su verdadera fuerza consiste precisamente en su limitación por las regiones superiores del espíritu: “A la religión, que es nuestra patria espiritual, sigue la patria terrena, con su unidad de espíritu y de materia, de historia y de solar, de tradición y de esperanza. La Patria no la siente la Tradición española con el concepto repelente y exclusivo de los revolucionarios franceses…” (“Dios, patria, rey y fueros”, 18-10-1934, XVII.). Con otras palabras nada tiene que ver la Patria en sentido hispánico y contrarrevolucionario con la “Patrie” revolucionaria francesa.

Hay por tanto una clara singularidad española fruto de su original tradición. No obstante, ciertos conceptos ambiguos como los que estamos tratando, no carecen de tentaciones intelectuales. En ocasiones, el propio Maeztu parece envidiar la solidez del patriotismo francés, pese a los riesgos de sus manifestaciones externas; pero aclara de inmediato que no sería un ejemplo a seguir por España, en que el patriotismo religioso no consiguió transformarse en territorial, esto es una Patria que sólo puede ser abarcada en una frontera administrativa. Frente a la propuesta de su tocayo Ramiro Ledesma Ramos de un “nacionalismo aliberal”, moderno y secular, coherente con el discurso fascista, Maeztu siente la tentación de una atractivo y emocionante discurso patriótico, concretado en el “Discurso a las juventudes de España” de Ledesma. Pero como contraargumento, Maeztu propone que considerar así la Patria –desde un prisma primigeniamente territorial- es lo que ocasionó la pérdida del Imperio español en el siglo XVIII o en la crisis cubana. Como respuesta a Ramiro Ledesma propone reivindicar una vez más el carácter inseparable de religión, monarquía y nación española: el Altar y el Trono.

mae.jpgEn definitiva, Maeztu ve el nacionalismo con la desconfianza de reconocer en él la ideología de una cosmovisión liberal-democrática autodestructiva. Maeztu, como tantos otros tradicionalistas, tiene que luchar contra la tentación y el entusiasmo que levantó en muchas “gentes de bien”, en los años treinta, las potencialidades de la ideología nacional para encarar la restauración, la regeneración o la reacción frente a la Revolución en ciernes. Sólo cuando la fuerza de este pensamiento tradicionalista desfallezca sin portavoces como Maeztu, el catolicismo más conservador acabará asumiendo –sin sospecharlo- una idea revolucionaria de nación que, a la postre, llevará a la exaltación del Estado (durante el franquismo) o actualmente a la exaltación del constitucionalismo (como versión light de lo anterior).

Por último hay que señalar algo que es de profunda actualidad. Maeztu, no quiere ser dogmático ni cerrarse en banda en purismos ideológicos. Entiende que ese espíritu nacional que va arraigando en la sociedad española en los años 30, puede valer –provisionalmente- si se toma como una especie de “patriotismo militante”, frente al riesgo de disolución social o contra la amenaza de tensiones secesionistas.

Ante las embestidas contra Estado (al cual tampoco se le puede demonizar si se toma como mera estructura administrativa), afirmará que hace falta “… una voluntad nacional” (Introducción de Vicente Marrero a Las letras y la vida en la España de entreguerras.), deliberada, ‘barroca’, elaborada, en que se quiere la unidad nacional”.

quijoteUna manifestación de este “patriotismo militante”, la idea de la Hispanidad, puede resultar el mito soreliano que permita a los españoles sentir un ideal (Vid. capítulo “España y D. Quijote” en D. Quijote, D. Juan y la Celestina). Pero la auténtica misión del nacionalismo español, “en sentido espiritual y no material”, no puede ser otra que la de constituirse en auxilio a ideales de espiritualidad situados más allá de la contingencia de la patria. Función que ya apuntaba en un interrogante del Maeztu de 1917: “Aquí una pregunta en voz muy baja: ¿consistirá la esencia de todo nacionalismo sano y duradero en considerar la nación como un medio para la realización de fines superiores a los mismos intereses nacionales?” (España y Europa. Buenos Aires, Espasa Calpe, 1947). Harán falta unos años para que esos fines superiores alcancen su plena concreción en Defensa de la Hispanidad.

 

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