Las etimologías como senda del conocimiento: etimología de la palabra etimología (1)
Aletheia y Alicia en el país de las maravillas (2)
Las etimologías como senda del conocimiento: Verdad, locura y dinero (3)
Se-veridad, idiotas y otras lindezas (y 4)
La musa, esa frontera entre la belleza y la locura, nos advierte de que ambos mundos están demasiado cercanos y demasiado lejanos a la vez ¿Cuántas veces la belleza ajena no ha llevado a la locura a alguien? Y en cuantas ocasiones eso no ha provocado lo grotesco o feo. Por el contrario, la belleza en sí nos abre el camino de la verdad y de la emoción. Si bien al principio señalábamos que se encuentra un extraño lazo entre verdad y amistad, al igual ocurre con la emotividad o emoción. Y esto no sólo ocurre con el latín, griego o indoeuropeo, sino también en lenguas tan alejadas como el hebreo. En esta lengua divina, el término emunah expresa la verdad en el sentido de confianza. La verdad vendría a ser como un amigo verdadero es aquel con el que se puede contar. El vocablo emunah remite, pues, a la confianza de que se cumplirá algo que esperamos (en el tiempo algo que vendrá después del ya anunciado último monstruo o Anticristo).
Quizá la explicación exija algo más de tecnicismos para convencer a los racionalistas (los enemigos de la verdad). En el hebreo bíblico verdad se dice emet. Para los que crean que la razón y la fe son dos cosas distintas, el hebreo nos demuestra que son muy similares, pues ambas son dos formas de llegar a la verdad. De hecho la palabra fe en hebreo deriva de la misma raíz de verdad y se designa como emunah. El radical mn, en hebreo apunta a los que está seguro y firme o sólido. Y cuando se aplica a las relaciones humanas vendría a significar fidelidad, lealtad o confianza sólida en el otro. Esto es, amistad. Por eso el término verdad es inseparable de rectitud o sinceridad. En los LXX, la vieja versión griega de los setenta libros de la Biblia, siempre se traduce emunah por alétheia (verdad). Y cuando se denomina al Innombrable, a Dios, se le atribuye el epíteto ‘el ‘emuhah (Señor de la fidelidad). El término castellano fidelidad tiene raíz inequívoca en el fidelitas-atis y de ahí al fides o fe, un pasito.

Perseverancia
Pero la amistad parece exigir cierta seriedad y perseverancia. Es evidente que sólo el amor y la amistad y la verdad tienen sentido desde la perseverancia en ellos. Pero eso nos causa un cierto problema etimológico que no cuadra con nuestra intuición. Perseverancia tiene un más que claro origen en primera instancia el prefijo per, nos indica lo completo, de principio a fin y el vocablo severo, lo austero o grave, así como lo rudo y también lo exageradamente justo y medido (algo que nos acerca al primer concepto de verdad que vimos más arriba). Pero en segunda instancia, la cosa se complica. Severo, no tiene nada que ver con ser verdadero, como podría parecer a simple vista. El extraño e inexistente prefijo “se”, vendría a suponer separación o alejamiento. Por tanto, un sentido más íntimo, una persona severa es un individuo que se aleja de la verdad, al igual que los idiotas, que luego trataremos de desentrañar.
No obstante, no juzguemos con severidad a los severos. Visto lo visto hasta aquí, el lenguaje se nos torna demasiado resbaladizo como para realizar juicios apriorísticos. Alejarse de la Verdad, separarse de ella es necesario para llegar a ella. Este alejamiento es un acto de humildad, pues a la Verdad no se puede llegar ensoberbecido. El drama del espíritu está lleno de estas aparentes contradicciones: Cristo que vino a predicar una buena nueva, frecuentemente se retiraba al desierto a rezar y se escondía, pareciendo rehuir de su Misión. Pero estar lejos es una condición para estar cerca cuando llegue realmente el momento. La imagen del Cristo que grita a su Padre en la cruz, ¿por qué me has abandonado? Está, paradójicamente más unido que nunca a Su voluntad. Misterios insondables que ni siquiera el estudio de las etimologías puede resolver.
A modo de aproximación, podemos plantear la siguiente cuestión: si el severo es el que se aparta de la Verdad, el maestro nunca debería ser severo. Pero algo nos dice que el círculo explicativo no está cerrado, pues parece connatural al buen profesor un cierto grado de severidad. Esta afirmación sólo la podemos entender desde lo dicho anteriormente. Para llegar a la Verdad, en cierta medida tenemos que separarnos, pero no de la verdad, sino de la emotividad que pueda despertarnos el ayudar a conseguirla. Sabiendo que nos explicamos más que mal, lo expondremos de otra forma. El maestro debe mantener un cierto alejamiento del discípulo, a la vez que debe existir una intimidad intelectual entre ambos. La emotividad y la amistad discurre –como hemos visto- junto a la Verdad, pero no pueden ocultarla ni ahogarla. Por eso el maestro, teniendo una de las especies de amistad para con si discípulo, debe mantener la severidad o separación necesaria. Difícil equilibrio que muy pocos consiguen.
¿Y los idiotas? No, no nos olvidamos de ellos. Originalmente más que un insulto, era un menosprecio. Los griegos se referían a los idiotes como aquellos que se encerraban en sí mismos y no querían atender a los asuntos públicos. La raíz idio se enlaza con “propio”, de ahí idiosincrasia. Con el tiempo, derivado del latín y ya en la edad Media, el idiota era considerado el ignorante, necio o ateo, que por aquél entonces venían a ser sinónimos. El idios, lo propio, nos asocia al origen de individuo. Lo propio, en su grado máximo es lo indivisible, lo que configura el modo de ser de uno mismo. In-dividere, que no se puede dividir. Por eso en individuus, encontramos el origen de viudo. Lo que era indivisible e inseparable, dos que se habían hecho uno por el matrimonio, ha quedado desgajado. La existencia, lingüística, de la palabra viudo o viuda, nos señala que el lenguaje quiere demostrarlos la indisolubilidad del matrimonio. Por eso sólo la muerte puede separar lo indivisible. El prefijo indoeuropeo weidh, significa separar. Viudo es el estado en el que se ha separado lo inseparable.
Si idiotas nos lleva a idiosincrasia, ésta nos acerca a idioma. Idios, lo propio se asocia al sufijo “ma” que significa realización. Por tanto, la palabra idioma tiene más que ver con la identidad que con la mera lengua en sí. Idioma significaría explícitamente: “la realización de lo propio”. Ciertamente, el lenguaje es el medio por el que adquirimos conciencia explícita de nuestro conocimiento, pero también en cierta medida de nuestra identidad; realidad que llevada al extremo configura una filosofía del lenguaje, que pasando por el nacionalismo, ha dejado unos cuantos cadáveres en la historia.
Si la verdad nos unía, parece que el lenguaje condena a los pueblos a separarse y no entenderse. El Génesis nos deja rastro de los primeros arquetipos de la Humanidad. Uno de ellos es la desorientación ante la diversificación, cuando el alma humana parece tender a la unidad. En el capítulo 11, en su primer versículo, del Génesis, se menciona esa unidad originaria del lenguaje: “Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras”. Pero el proyecto de querer acercase a Dios, por iniciativa propia, y con el deseo oculto de dominarlo, la Torre de Babel, sólo podía acabar mal. El versículo 7, nos apunta las consecuencias: “Ahora, pues, descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero”.
El texto es fino y normalmente malinterpretado, cuando se habla de la “confusión” de lenguas. En ningún momento el texto habla de que este sea el origen de las lenguas. Por el contrario, se utiliza el singular “confundamos su lengua” para que ninguno entienda el habla de su compañero. Insistimos en la sutileza, el castigo no es que los hombres hablen distintas lenguas (al menos es un buen negocio para los traductores), sino que hablando el mismo lenguaje, ya no puedan entenderse. Sólo hay dos remedios para esta incomunicabilidad, al menos parcial, entre los hombres. Una, evidentemente, la verdad, es lo único que puede unir y hacer que los hombres entiendan lo mismo por lo mismo; y otro, como superación bíblica del mal derivado de lo de la Torre de Babael, lo encontramos en el Nuevo Testamento en Pentecostés, donde –gracias al Espíritu Santo, San Pedro consigue que ante un auditorio de hombres que hablaban lenguas diferentes, todos le entendiesen. Conclusión: el lenguaje está al servicio de la Verdad y no al revés.
© Javier Barraycoa
Bibliografía
José Luis Borges (1989), “Sobre los clásicos”, Otras inquisiciones, en Obras Completas II, Barcelona, Emecé.
Jaime César Triana (1984), Etimologías griegas y Latinas del español. México, Ediciones Universidad Autónoma de Nuevo León.
Pierre Chantraine (1977), Voz «ἐτεός», Dictionnaire étymologique de la Lange Grecque. 2 (Ε-Κ). París, Klincksiek.
Francisco García Jurado (2001), “La etimología como forma de pensamiento. Ideas lingüísticas e historia de la cultura”, en Revista Española de Lingüística, 31, 2, pp. 455-492.
Dionisio Tracio (2002). Introducción, traducción y notas de Vicente Bécares Botas, ed. Gramática. Comentarios antiguos. Madrid, Gredos.