John Gray
Misa Negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía
Paidós, Barcelona, 2008, pp. 318.
Misa negra. Tesis roja
John Gray es profesor de Pensamiento europeo en la London School of Economics. Su habilidad en poner títulos atractivos a alguna de sus obras como Falso amanecer. Los engaños del capitalismo global (1997), Perros de paja (Straw Dogs: Thoughts on Humans and Other Animals) (2002) o Misa negra (2007), está en relación con la capacidad de presentar sus temas de investigación de forma excesivamente esquemática y, muchas veces, carente de fundamentación adecuada. Cuando uno lee las obras de Gray va pasando por varios registros que van desde lo académico a lo periodístico, pasando del argumento al alegato con demasiada facilidad. De ahí que muchas veces se pierda el rigor exigible a este tipo de ensayos. Esta tendencia al alegato político se explica por una fijación.
Como tantos autores actuales, en su pensamiento se denota un resentimiento a los contenidos universales que difundió la cultura occidental.
La obsesión de Gray es demostrar que el liberalismo (económico) es pecado (secular) y el último gran drama de la historia de la humanidad. Sin embargo, su rechazo del capitalismo liberal, puede explicarse desde una realidad más profunda: no querer conceder una especificad a Occidente que le pueda diferenciar de cualquier otra cultura. Como tantos autores actuales, en su pensamiento se denota un resentimiento a los contenidos universales que difundió la cultura occidental. Ello es patente en su obra Perros de paja donde critica el humanismo, el antropocentrismo y el progreso, que los considera ideas medievales y caducas en la sociedad contemporánea. Por eso, cabe sospechar que su crítica a la globalización esconde algo más. Respecto a la obra que reseñamos, Misa Negra, en un principio la tesis propuesta es atractiva, pues parece que pretende demostrar que la tradición religiosa, puede explicar los avatares de nuestra civilización. Pero con cierta sutileza, la obra se erigirá en una profunda crítica a la religión a través de un texto muy irregular en el que mezclará reflexiones sobre el milenarismo, sobre la esencia del terror revolucionario con filípicas contra Busch, Tatcher o Blair. Ello no quita que la obra tenga una serie de intuiciones que en caso que se hubieran desarrollado correctamente, harían de este libro un ensayo más que interesante. Aportaremos algunos del los puntos fuertes y débiles de las tesis presentadas.
Milenarismo, utopía y revolución
En las primeras páginas, nuestro autor pretender sintetizar la esencia del milenarismo como uno de los motores de la historia occidental, aunque tal empeño falla al simplificar cuestiones demasiado esenciales. Por ejemplo, concediendo la importancia que tiene a la Ciudad de Dios, acusa a san Agustín de defender un tipo especial de maniqueísmo (p.21). Con ello pretende demostrar que el maniqueísmo, es parte de la esencia del cristianismo y por tanto de la cultura occidental. Este dualismo irreconciliable entre el bien y el mal, sería lo, al entender del autor, llevaría a que la historia occidental sea una historia de guerras y enfrentamientos religiosos. Posteriormente, este maniqueísmo sería recogido por las nuevas religiones políticas, las ideologías, que sumirían Europa en las revoluciones políticas. La acusación de maniqueísmo al cristianismo, no impide que Gray sea capaz de reconocer –y esto es un acierto- el papel de la gnosis en la configuración de un espíritu revolucionario que estará latente en la historia de Occidente. Para ello tiene el acierto de rescatar la tesis de Norman Cohn vertida en su obra, de obligada lectura, En pos del milenio. Cohn rescató los movimientos religiosos radicales antes y durante la Reforma descubriendo en ellos las bases de las futuras revoluciones seculares. Estos movimientos eran todos milenaristas y juzgaban la necesidad de crear una sociedad comunista, igualitaria y sin autoridad temporal, para que viniera el Mesías a instaurar su reinado.
Lo errado de la tesis de Gray es pensar que el milenarismo es esencial a la cultura cristiana, ya que en el fondo es una deformación del verdadero espíritu cristiano. Las herejías no son parte del cristianismo sino su negación parcial.
Lo errado de la tesis de Gray es pensar que el milenarismo es esencial a la cultura cristiana, ya que en el fondo es una deformación del verdadero espíritu cristiano. Las herejías no son parte del cristianismo sino su negación parcial. Por eso, Gray tiene que violentar ciertos argumentos y concepciones para que le cuadre su esquema de interpretación histórica. Por ejemplo, acaba identificando el utopismo, el milenarismo y el cristianismo como parte del mismo espíritu. Sentencia, por ejemplo: “Tal como lo entendemos hoy en día, el utopismo empezó a desarrollarse al tiempo que la fe cristiana se batía en retirada. Pero la fe utópica en un estado de armonía futura es herencia del propio cristianismo, como lo es también la noción moderna de progreso” (p. 38). Esta afirmación debe ser matizada. El utopismo surge en Europa especialmente en aquellos ambientes donde el milenarismo había fracasado y, por tanto, como un rechazo al advenimiento histórico del Reino de Dios. Igualmente la idea de “progreso”, en el fondo, es un rechazo a las revueltas políticas que proponían final de la historia revolucionario. Por tanto, el argumento de Gray es demasiado forzado. Él quiere proponer que el espíritu milenario y el utópico es lo mismo, es parte esencial del cristianismo, y debido al maniqueísmo latente, siempre acabará derivando en formas guerras y revoluciones.
Ilustración y terror
Misa negra, parece que entra en una fase interesante, cuando John Gray parece presentar una tesis novedosa, aunque en el fondo simplemente antigua pero acallada. Se trata de atreverse a afirmar que la en el seno de la Ilustración ya anidaba el futuro terror revolucionario y que este terror jacobino está hilado con el terror bolchevique o con el propio nazismo. Aunque no lo menciona explícitamente, Gray se suma a la tesis de Alain de Benoist presentada en su libro Comunismo y nazismo, según la cual: “Los regímenes totalitarios del siglo pasado encarnaron algunos de los sueños más osados de la Ilustración. Algunos de sus peores crímenes fueron cometidos en nombre de ideales progresistas, e incluso regímenes que se consideraban a sí mismos enemigos de los ilustrados intentaron hacer realidad un proyecto de transformación de la humanidad empleando el poder de la ciencia, un proyecto cuyos orígenes encontramos en el pensamiento de la Ilustración” (p. 57). Por eso, el nazismo, es considerado por Gray como un movimiento que iba contra los valores tradicionales y se entroncaba mejor con el espíritu revolucionario de los jacobinos. Curiosamente, el paralelismo entre la Revolución Francesa y la Nacionalsocialista también fue propuesto por Marcel Déat, antiguo dirigente socialista convertido en colaboracionista: «El Estado jacobino —escribe Déat— es, a su manera, tan totalitario como el Reich. Combate duramente el federalismo girondino, lleva enérgicamente a cabo la unificación del país, incluso en el plano lingüístico. ¿Es tal vez una casualidad si Adolf Hitler ha proseguido los mismos esfuerzos desde 1933?» (Pensée allemande et pensée française, Aux Armes de France, junio de 1944, pág. 21.).
Se trata de atreverse a afirmar que la en el seno de la Ilustración ya anidaba el futuro terror revolucionario y que este terror jacobino está hilado con el terror bolchevique o con el propio nazismo.
Esta idea, que sería importante repetirla hasta la saciedad en nuestros días, queda pronto desplazada por la siguiente: “el Terror francés de 1792-1794 fue el producto de todas las revoluciones milenaristas subsiguientes … Desde cierto punto de vista, los jacobinos propiciaron una ruptura decisiva con el cristianismo. Desde otro, sin embargo, continuaron ofreciendo (bajo una forma radicalmente modificada) la promesa cristiana de salvación universal” (p. 45). Con ello vemos la verdadera intención de la obra de Gray: las formas de revolución, incluyendo el modernos comunismo y nazismo, tiene sus orígenes en el espíritu jacobino y este , a la vez, no deja de ser una secularización del cristianismo. Por lo tanto la semilla del mal reside en el cristianismo. Evidentemente este argumento no queda tan explicitado sino que se reviste de críticas al utopismo comunista y al terror bolchevique. Ya en su Literatura y revolución, León Trotsky desplegaba la imaginación utópica: “[Con la revolución] el hombre será incomparablemente más fuerte, más sabio y más sutil. Su cuerpo será más armonioso, sus movimientos más rítmicos y su voz, más musical”. Para alcanzar esta perfección utópica, cualquier forma de terror puede quedar legitimada. Por tanto, hasta aquí parece que la obra de Gray se trata de una crítica a la izquierda moderna y a sus excesos revolucionarios. Sin embargo, el hilo conductor dará un curioso giro.
Los extraños orígenes de los neoconservadores
Gray, con cierta habilidad, va a intentar argumentar al lector que la “derecha” política va a asumir todos los “males” que previamente se habían achacado a la izquierda. En cierta medida, parte de una descripción verdadera: “En el pasado, la derecha representaba una aceptación realista de la flaqueza humana y la consiguiente visión escéptica sobre la posibilidad del progreso”. Maticemos nuevamente. Ciertamente que la derecha siempre ha sido algo más realista con respecto a ciertos proyectos de transformación utópica. La propia Iglesia siempre ha considerado que es imposible luchar contra todo el mal social y, por tanto, hay que tolerar ciertas realidades. Sin embargo, el concepto de “progreso”, paradójicamente, no fue un concepto propio de la izquierda revolucionaria, sino más bien elaborado por filósofos “girondinos”. Es precisamente el concepto de progreso el que aparece como un rechazo del concepto revolucionario aniquilador de la historia. Los ideales de la Ilustración, pensaban los girondinos, deben realizarse por sí mismo en el “progreso” de la historia, no violentando la historia. Realizada esta distinción, volvemos al argumento de Gray: con el tiempo, la “derecha”, se transformará y asumirá los principios revolucionarios utopistas y transformadores y, por tanto, se convertirá en el sucesor violento de la izquierda.
“Como movimiento intelectual, los orígenes del neoconservadurismo han de buscarse en la izquierda y, en ciertos sentidos, se trata de una regresión a una variante radical del pensamiento Ilustrado”
Uno de los puntos más interesantes del libro, aunque se queda a medio camino de su desarrollo, es intentar analizar el origen del movimiento neoconservador norteamericanos. Los actualmente célebres neocons, se alejan de los movimientos políticos de derecha clásicos. Para Gray, se distingue el movimiento neocon en que: “Como movimiento intelectual, los orígenes del neoconservadurismo han de buscarse en la izquierda y, en ciertos sentidos, se trata de una regresión a una variante radical del pensamiento Ilustrado” (p. 52). Así, prosigue la argumentación nuestro autor, la derecha neocon, será cada vez menos laica, más utopista y milenarista; y por tanto más violenta y radical. Lo que Gray simplemente señala, y exigiría una verdadera profundización, son los orígenes izquierdistas de la derecha norteamericana.
Por ejemplo uno de los padres del movimiento, Irving Kristol, tiene un escrito autobiográfico titulado Memorias de un trotskista. Otro de los padres del espíritu neocon, no siempre reconocido como tal pero de importancia esencial, es Leo Strauss. Gray no se atreve a desarrollar la importancia de la labor “iniciática” de Leo Strauss en muchos pensadores que luego desarrollarían el neoconservadurismo americano. De él, debido a su espíritu críptico, nunca se podrá saber si era creyente o no (más bien sospechamos que no), pero generó un discurso de la necesidad de mantener la cohesión social en base a un espíritu, una moral y un proyecto espiritual común. Strauss nunca creyó en la democracia liberal, pero sí en una aristocracia democrática. Y este sería el espíritu recogido por los neocons.
Strauss nunca creyó en la democracia liberal, pero sí en una aristocracia democrática. Y este sería el espíritu recogido por los neocons
En este punto álgido del planteamiento de la obra, Gray empieza a derivar toda la artillería contra el posicionamiento de la guerra de Irak, la culpabilidad de Busch en los atentados del 11-S, en las complicidades entre el terrorismo islámico y el de la CIA. La obra abandona el tono académico y cae en el registro periodístico para acabar perdiendo todo interés. Resumiendo, el texto que podía haberse transformado en algo interesante, como una revisión de la penetración de la gnosis en el pensamiento conservador, acaba siendo una artículo más propio de Le Monde diplomatique.