Introducción a “Cataluña hispana” (III): Del realismo al vacío; el auto-odio catalán.

Parte 1

https://barraycoa.com/2016/11/06/introduccion-a-cataluna-hispana-i/

Parte 2

https://barraycoa.com/2016/11/07/introduccion-a-cataluna-hispana-ii-la-casa-catalana-y-la-deconstruccion-nacionalista/

 

DEL REALISMO AL VACÍO: EL AUTO-ODIO CATALÁN

llibrefenix0En la famosa obra del siglo XVII, que mencionaremos varias veces a lo largo del libro, Fénix de Cataluña, de Narciso Feliu de la Peña, se define el verdadero espíritu de los catalanes de aquella época: “El genio natural, habilidad, fe y lealtad con sus Señores, es propio para las empresas grandes, que atrevidamente emprendieron, y valerosamente acabaron; porque naturalmente son constantes y firmes en la fe de su Dios, y lealtad de su Rey, generosos y liberales y en sumo grado con sus Señores, y Príncipes; humildes con los sencillos, altivos con los vanos, alentados, y esforzados políticos en el gobierno, entendidos en todo género de ciencias y expertos en las reglas de mercancía y maridaje”.

Podemos encontrar cientos de textos antiguos que alaban al catalán por sus virtudes, tesón y capacidad de esfuerzo: “Los catalanes son el pueblo más industrioso de España”, escribe José Cadalso en sus Cartas marruecas (1789) o Francisco Mariano Nipho, uno de los mejores periodistas del siglo XVIII, en la Estafeta de Londres decía: ”Cataluña es una pequeña Inglaterra en el Corazón de España”. A pesar de estas loas, y hasta la llegada del nacionalismo, no hemos encontrado ninguna descripción de soberbia y malsano orgullo, en referencia al espíritu catalán. Un diputado de ERC durante la II República, Puig y Ferreter, en sus memorias que citaremos reiteradamente también a lo largo de nuestro texto, condena el error catalanista de creerse que somos “los mejores”.

Rememorando el ambiente catalanista en el que respiraba y vivía, describe: “Pompeu Gener [un catalanista racista] pintaba a los castellanos como una raza famélica y degenerada, que no se alimentaba suficiente, no comía suficiente carne, cosa que contribuía a su decadencia. Si un catalanista se llamaba Alfons, ponía Amfós para no parecer español … se hablaba del castellano, y de todo el castellano, raza y lenguaje, en tono de burla y parodia … Se hacían burlas con el Limpia, fija y da esplendor de la Real Academia Española que se la comparaba con el Netol … No se pronunciaba una palabra en castellano sino para pronunciarla mal y no se aludía a la Corte de Madrid sino como la Corte de los cerdos …”. Esta conciencia catalanista de ser superiores a costa de humillar a otros, no pertenece a la idiosincrasia catalana. Fue introducida por el nacionalismo y sus efectos han acabado volviéndose contra la verdadera Cataluña.

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Moritz Saphir, modelo de auto-odio

Hubo un fenómeno, acallado, durante el primer tercio del siglo XX que fue el denominado “auto-odio judío”. La judeofobia reinante en Europa provocó en muchos judíos, o descendientes ya asimilados, un complejo que les llevó a odiarse por ser hebreos. Uno de ellos fue el poeta Heinrich Heine, descendiente de israelitas, para quien “el judaísmo no es una religión sino una desgracia”. El escritor judío Moritz Saphir fue aún más lejos, afirmando que: “el judaísmo es una deformidad de nacimiento”. En 1930, Theodor Lessing escribía El auto-odio judío. En esta obra se analizaban biografías de judíos que odiaron tanto su ascendencia que incluso algunos se suicidaron por ese trauma. Este es el caso del conocido psiquiatra y filósofo austríaco Otto Weininger.

Señalamos este cruel asunto, porque hace poco un amigo, de esos cuya genealogía se entronca con lo más profundo de la herencia catalana, siendo capaz de recitar ocho de sus apellidos seguidos, todos ellos catalanes, nos decía enfadado: “Estos (cabrones) catalanistas han conseguido que odie ser catalán; siento auto-odio catalán”. Tremendo. La omnipresente interpretación de “lo que ha de ser un verdadero catalán”, según la ideología nacionalista reinante, está consiguiendo que los catalanes de verdad, no esos frustrados que necesitan por complejo proclamarse más catalanes y catalanistas que nadie, se avergüencen de sus orígenes. Esta es la trampa en la que no podemos caer. Nosotros, en cuanto que no renegamos de nuestra identidad, podemos vivir la catalanidad que el nacionalismo está matando. Más aún, somos los únicos capaces de transmitir lo que verdaderamente ha sido Cataluña, no la que algunos desalmados quieren que sea o afirman que ha sido.

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Basílica parroquia, Santos Justos y Pastor (Barcelona).

No es difícil demostrar cómo la casta política catalana ha ido liquidando los últimos vestigios de tradición catalana, en nombre de una idea “jacobina” y “centralista” de Cataluña, contra la que lucharon durante dos siglos los catalanes (como demostraremos extensamente más adelante). Pongamos algunos ejemplos. En la antiquísima basílica parroquial de Barcelona, San Justo y Pastor, existe un altar lateral, el de San Félix, muy especial. A él se le atribuían tres privilegios: el juramento de los judíos (ante una disputa entre un cristiano y un judío, el judío debía jurar sobre el altar que su testimonio era verdadero, para ser admitida su declaración), el de la Batalla juzgada (donde se juraba antes de un duelo, que no se utilizarían sortilegios ni encanterios) y, por fin, el testamento sacramental.

Este último privilegio, reconocía legal y civilmente un testamento oral que fuera encomendado a alguien y así lo jurara ante el altar. En 1995, la Generalitat de Cataluña, que tanto ama Cataluña, eliminó esta magnífica y antiquísima tradición que proviene del Luís el Piadoso, hijo de Carlo Magno. O en 1978, ningún político catalán se opuso a que el Senado español eliminara legalmente el “somatén” catalán que tenía una tradición de siglos, y que representaba una parte de la tan cacareada “sociedad civil”. Y ya no hablamos de toros y otras tradiciones centenarias que el catalanismo ha desmantelado como si fuera dueño de la historia.

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