Introducción a «Cataluña hispana» (I).

 

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En 2013, aparecía este libro. Para variar, tuve que escribirlo encerrado un mes de agosto, como la mayoría de los últimos 20 meses de agosto de mi vida.El libro sin embargo se fue pergeñando tiempo antes. En el fondo es un relato de la historia de Cataluña a través de retazos de historia. A diferencia de «Historias ocultadas del nacionalismo catalán» (que se organizaba temáticamente), este libro tiene una estructura lineal temporal. El lector podrá descubrir motivos de reflexión y comprensión de la historia de Cataluña y, especialmente, cómo surge el catalanismo y acaba derivando en nacionalismo. Esta última parte, será desarrollada y completada en una obra que estoy trabajando para sacar a principios del año que viene. Todo queda en manos de Dios, pues antes tienen que salir dos libros.

Recogeré en dos o tres posts, la introducción, pues es algo larga y no hay que cansar al lector. Esta introducción sorprendió a muchos lectores gracias a la cual descubrieron que el barrio gótico de Barcelona tiene muchísimo de artificialidad. La mayoría de edificios que ahora encontramos, no estaban ahí hace 80 años. Luego he encontrado muchas referencias tomadas de la introducción, recogiendo el asombro de este descubrimiento.

“Lo que muestra la imagen del pasado que se nos ofrece no es tan importante como lo que oculta” (Álvaro García)

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Catedral de Barcelona a finales del XIX y simulación neogótica actual, de principios del siglo XX

INTRODUCCIÓN (I)

¿TURISTA EN TU TIERRA?

Paseamos por el barrio “gótico” de Barcelona. Entrecomillamos lo de gótico, porque ese es un nombre inventado en el siglo XX para los turistas. Tradicionalmente se llamó el barrio de la Catedral, cuando ésta aún no contaba con la fachada actual, que data de principios del siglo pasado (por cierto, muy criticada por algunos expertos) y que muchos toman sin saberlo como medieval. Muy pocos barceloneses conocen bien la zona, la historia de sus calles, los detalles recónditos.

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Plaza del Rey, de 1935 a 1956

Hay pequeños-grandes “secretos” que esconden las piedras; y también muchas “mentiras” que se ofrecen inocentes a los incrédulos turistas. Estos efímeros trashumantes del asombro y la fotografía, no pueden alcanzar a comprender que el barrio “gótico” es una invención muy moderna. A inicios del siglo XX, un grupo de catalanistas potenció la Sociedad de Atracción de Forasteros, con la intención de cautivar turistas e inversiones para la ciudad. Su mayor éxito fue la organización de las exposición de 1929. Ese proyecto fue continuado por el franquismo hasta que finalmente se logró crear un atractivo ambiente (falsamente) medieval que embriaga al alma errante entre callejuelas.

Estos efímeros trashumantes del asombro y la fotografía, no pueden alcanzar a comprender que el barrio “gótico” es una invención muy moderna.

La burguesía catalanista, ante el impulso que supuso la llegada de inmensas fortunas de las viejas colonias, y de la fundación de nuevas industrias que ello propició, decidieron transformar una ciudad provinciana, insalubre, mal comunicada y con evidentes problemas políticos y sociales, en un modelo de ciudad moderna que pudiera atraer capital extranjero. El catalanismo, también deseoso de rememorar el esplendor de la época de la Corona de Aragón, puso en marcha este proyecto arquitectónico, que remitiera a tan augustas raíces medievales y uniera la ciudad moderna con sus fundamentos romanos, e incluso ibéricos. Al abrirse la Vía Augusta, se permitió que algunos edificios centenarios se pudieran trasladar, piedra a piedra, al degradado barrio de la Catedral.

El catalanismo, también deseoso de rememorar el esplendor de la época de la Corona de Aragón, puso en marcha este proyecto arquitectónico, que remitiera a tan augustas raíces medievales

En pocas décadas la zona fue tomando el aspecto actual. Se recurrió a la “restauración de estilo”, que era una técnica copiada de Francia que había promocionado el “movimiento de restauración arquitectónica para la glorificación de la Patria”. El Estado francés se dio cuenta de que la recuperación de antiguas joyas arquitectónicas exaltaba el orgullo por el pasado y legitimaba el estatalismo vigente. La arquitectura se convertía así en un poderoso instrumento de propaganda política. Por su parte, los catalanistas siempre tuvieron puestas sus miras en las novedades parisinas y aprendieron rápidamente este mecanismo de educación social. La barriada decadente de la que hablamos vio cómo mediocres luceras eran sustituidas por encantadoras copias de ventanales góticos. De la nada aparecían magníficos edificios medievales donde antes había casas obreras en mal estado.

La arquitectura se convertía así en un poderoso instrumento de propaganda política. Por su parte, los catalanistas siempre tuvieron puestas sus miras en las novedades parisinas y aprendieron rápidamente este mecanismo de educación social.

no impide que los actuales turistas fotografíen con entusiasmo todo lo que les parezca vetusto sin ser capaces de distinguir lo verdadero de lo falso. Igualmente, se emocionan al ver el puente neogótico que se alza en sobre la calle que va de la plaza san Jaime hasta la Catedral. Sorprendentemente, la obra es de 1928, construida por Juan Rubió y Bellver. Pero da igual, todo visitante piensa que es una reliquia del pasado y lo fotografía como quien captura digitalmente la historia. Al visitar la famosa casa de la Ardiaca, cualquier experto sabe encontrar dónde un restaurador “cachondo” imitó, a principios del siglo XX, un bajorrelieve medieval. Lo gracioso es que puso el busto de un “hombre medieval” con americana y corbata. Los turistas pasan por delante y son incapaces de percibir el anacronismo.

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Puig y Cadafalch, diputado de la Lliga, presidente de la Mancomunitat, y genial arquitecto modernista al servicio del catalanismo

No es de extrañar que en la Lliga Regionalista (primer gran partido catalanista, cuya época de esplendor fue durante el primer cuarto del siglo XX) estuvieran involucrados muchos arquitectos como Puig y Cadafalch o Domènech y Muntaner (el restaurador de la casa de la Ardiaca). Incluso se puede considerar el primer gran acto catalanista, de un catalanismo todavía sin concreción política, la masiva celebración de la restauración arquitectónica del Monasterio de Ripoll, en 1893. La arquitectura, para aquellos hombres en los que ya latía el catalanismo, no era sólo arte sino un potente mecanismo de adiestramiento popular. Sin saberlo, habían descubierto una de las dimensiones de la propaganda moderna. Miles de catalanes acudieron a Ripoll, que se la consideraba la “cuna de Cataluña”, para celebrar el renacimiento de un pueblo proyectado un milenario monasterio recién reconstruido.

Miles de catalanes acudieron a Ripoll, que se la consideraba la “cuna de Cataluña”, para celebrar el renacimiento de un pueblo proyectado un milenario monasterio recién reconstruido.

La Renaixença –el renacimiento- de la “nación catalana” se estaba produciendo y no sólo en el plano literario, sino también en el “espiritual”. Con motivo de este acto, por primera vez en la historia de Cataluña, se vieron ondear miles de banderas catalanas. Las autoridades eclesiásticas del Principado demostraron su capacidad de movilización y organización. Tras casi un siglo de persecuciones liberales, creían ser los fautores del renacimiento cristiano de Cataluña gracias a la aplicación de una “pastoral catalana”. El pueblo católico podía, por tanto, sentirse partícipe de la resurrección de la “madre patria”. Una ilusión que, como veremos, duraría bien poco.

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Palau de la música: ¿Sant Jordi o Persifal? El romanticismo que engendró el catalanismo

La arquitectura modernista era algo más que un movimiento arquitectónico o artístico. Se transformó en una forma de extender la nueva ideología de la burguesía catalana: el nacionalismo. Romanticismo, wagnerianismo, fantasías, sublimación de la Edad Media, esculturas de valquirias o recreación de una falsa naturaleza se entremezclaban y se plasmaron en piedra con la intención de embelesar al mundo y darle a conocer una “nación” que –como Ave Fénix- resurgía de sus cenizas. Curiosamente Gaudí nunca se consideró “modernista”. Para él, católico de pro, el “modernismo” se asociaba a la doctrina que había condenado San Pío X en la Encíclica Pascendi. Por eso siempre quiso desmarcarse de ese epíteto.

Si uno observa la zona con cuidado puede descubrir los restos de un “acueducto romano”; sin embargo su antigüedad data de los años 50 del siglo XX, y fue construido como atracción para los turistas que empezaban a frecuentar la ciudad.

Por las plazas del barrio “gótico”, como la del Rey o la de San Felipe Neri, un especialista, o cualquiera que se preocupe por la historia de su ciudad, puede reconocer los edificios que fueron trasladados en el siglo XX. Lo mismo ocurre con los palacios medievales que rodean el ábside de la Catedral. Hace cien años no estaban ahí. Entrando por la antigua puerta romana que da al carrer del Bisbe (Calle del Obispo) se pueden vislumbrar las piedras que colocaron los romanos hace más de 2000 años. A esta calle se accede desde la Plaza Nueva, donde se encontraba una de las cinco horcas de Barcelona, en la que -obviamente- se ejecutaba a los condenados a muerte. Hace tan solo 60 años, los edificios que ocupaban esa zona desaparecieron para dejar paso a un gran “espacio turístico”: la gran plaza de la Catedral. Si uno observa la zona con cuidado puede descubrir los restos de un “acueducto romano”; sin embargo su antigüedad data de los años 50 del siglo XX, y fue construido como atracción para los turistas que empezaban a frecuentar la ciudad.

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Así quedó la placa de la «Calle del Obispo Irurita». Simplemente desapareció «Irurita»

No se puede pasear por la calle del Obispo sin cierta tristeza. No ha muchos años, se llamaba del Obispo Irurita, el que fuera metropolitano mártir de Barcelona en el 36. En la fachada del Palacio episcopal, en la misma calle, se conserva su estatua, pero el silencio sobre su persona flota en el ambiente. Misteriosamente “alguien” cambió la placa de la calle y despareció el nombre de Irurita, quedando sólo el de Obispo. Por ello, le hemos querido dedicar este libro al que fuera Pastor de la Iglesia en Cataluña, en los difíciles años de la República. Este navarro de pro, representa esos “olvidos” que poco a poco languidecen el alma de nuestro pueblo. ¿Cómo puede sobrevivir una sociedad si elimina conscientemente una parte interesada de su memoria histórica?

No hay nada peor que ser un turista en tu propia ciudad, tierra o patria; sin conocer ni ser capaz de juzgar lo que se te presenta delante y reconocer lo que es verdadero distinguiéndolo de lo que es falso.

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Monasterio de Ripoll, quemado por los liberales del XIX. Ahora algunos libros dicen que fue quemado por los carlistas.

No hay nada peor que ser un turista en tu propia ciudad, tierra o patria; sin conocer ni ser capaz de juzgar lo que se te presenta delante y reconocer lo que es verdadero distinguiéndolo de lo que es falso. Es fácil quedar satisfecho ante cualquier explicación con tal de no molestarse en contrastarla. Para darnos cuenta del alcance de la historia mal explicada –intencionadamente o no- relatamos una pequeña anécdota. En una visita con universitarios a Ripoll, el vicario del Monasterio –para gran asombro del que escribe- explicó sin inmutarse a los alumnos que la decadencia del Monasterio fue por culpa de los carlistas que lo habían quemado en la Guerra de los siete años (1833-1840). El pobre hombre, no se nos ocurre otro apelativo, incomprensiblemente ignoraba que el final de la vida monacal en Santa María de Ripoll llegó con la exclaustración obligatoria de 1835. Los monjes abandonaron el monasterio, que fue arrasado e incendiado por los liberales que de paso asesinaron a dos benedictinos. El edificio poco a poco se fue derrumbando, quedando finalmente arruinado. Acabando el siglo XIX, el obispo Morgades (catalanista) promovió la restauración que hemos mencionado más arriba.

El nacionalismo ha rehecho la historia de Cataluña, al igual que se reconstruyó artificialmente el barrio gótico. Al pasear por él, todo es hermoso, todo parece multisecular y venerable, todo embriaga los sentidos, pero buena parte de lo que se ve es falso y lo que es real es ignorado, desconocido o no está en el lugar que le corresponde. La verdad se esconde entre piedras y falsos relatos, y hay que descubrirla. Esta es la analogía que proponemos para entender el catalanismo: se ha construido una historia a base de retazos, de reinterpretar acontecimientos y retorcer su explicación. Muchos catalanes, ante el “metarrelato” nacionalista, se comportan como los turistas del barrio “gótico”: admiran lo que se les presenta delante, las consignas, las interpretaciones; sin preguntase siquiera si es “real” lo que sustenta su cosmovisión y si se corresponde con la verdadera historia. Por nuestra parte, no deseamos ser “turistas” de lo político que se dejan llevar por donde los “nuevos guías” te prometen itinerarios y futuros deslumbrantes.

Los que somos catalanes de verdad no necesitamos que ningún nacionalista nos interprete qué significa ser catalán ni que nos reinterprete la historia. Somos parte de ella

No gracias. Los que somos catalanes de verdad no necesitamos que ningún nacionalista nos interprete qué significa ser catalán ni que nos reinterprete la historia. Somos parte de ella y no podemos permitir que los que mancillan constantemente el nombre de nuestra tierra, queriéndosela apropiar sin siquiera haber entendido su esencia, nos lleven al despeñadero; estén movidos por extraños resentimientos, por egoísmos de casta o simplemente por alucinaciones colectivas creadas por intereses nefandos. Si existe un futuro asesino de Cataluña no es Madrid, ni el centralismo borbónico dieciochesco, ni Castilla, ni el franquismo. El asesino de Cataluña tiene un nombre: el nacionalismo catalán. Por eso hemos escrito este libro y por eso lo hemos titulado así: Cataluña hispana, ya que la esencia de Cataluña en encuentra en su hispanidad. La catalanidad es una forma especial de concretar la Hispanidad. El que no quiera verlo así, sea centralista español, sea catalanista independentista, no podrá comprender nunca lo que es la tierra catalana. Descubrir la catalanidad es disipar el catalanismo.

(Continuará en siguientes post)