El 26 de enero de 1939, las tropas nacionales entraban en la ciudad de Barcelona. Según el bando de la contienda civil al que uno permaneciera, el hecho aún es recordado bien como una caída, bien como una liberación. Pero los rostros que recientemente han salido a la luz de aquellos barceloneses lo dicen todo. Su felicidad indica su sentimiento de liberación tras los horribles años sufriendo una guerra y una revolución difíciles de relatar. Esos rostros forman parte de la obra hasta ahora inédita de Francisco Martínez Gascón, alias Kautela, fotógrafo del bando nacional que acompañó al general Yagüe en los preliminares y en la toma de Barcelona. Su obra fotográfica ha sido recientemente editada con el título de Kautela: un fotógrafo en la España franquista[1]. Los autores de la recopilación se han encargado de repetir por activa y pasiva de que no es un trabajo de apología del franquismo. Será por que todas las fotografías revelan la felicidad sin par de toda Barcelona. Por si hubiera dudas hay testimonios gráficos del otro bando, en el mismo sentido. Un militante del PSUC, José María Pérez Molinos, decidió no tomar el camino del exilio y quedarse en la Ciudad Condal con su cámara para eternizar el momento. Lo hizo con tanta naturalidad que hasta le contrataron después como retratista oficial en el Gobierno Civil, pasando a formar parte del Servicio Nacional de Propaganda.
Un militante del PSUC decidió no tomar el camino del exilio y quedarse en la Ciudad Condal con su cámara para eternizar el momento. Lo hizo con tanta naturalidad que hasta le contrataron después como retratista oficial en el Gobierno Civil

Tanques paseando tranquilamente por la ciudad
Ese 26 de enero quedó grabado en una parte de la conciencia colectiva de los barceloneses que durante varias generaciones no podrían olvidarla, por mucho que ahora se intente reformular un relato alternativo. Pues hay improntas históricas que son imposibles de borrar; de hecho, aún hoy cada año se celebra en la ciudad una Misa por la liberación de Barcelona. Hace años, Arcadi Espada relató en un artículo cómo se mitificó la «caída» de Barcelona: «En Barcelona los franquistas no tuvieron que aplastar una sola barricada. Ni desarmar a un solo francotirador. Barcelona fue una capital abierta, como el París rendido a los nazis. Un día me hablaba Joan Capri, el humorista, de aquella mañana. Salió a la Diagonal, era crío, vio pasar los tanques y se puso delante de uno, levantando las manos, para rendirse y provocarlos. No le echaron en cuenta y siguieron. Creo que ésa fue toda la resistencia. No sólo eso. Al día siguiente fueron a la plaza Cataluña las multitudes, y la más hermosa sonreía al más fiero de los vencedores, en perfecta lírica hispánica»[2].
Muchas biografías y memorias de políticos del bando republicano de aquellos tiempos, manifiestan este deseo común: que llegaran las fuerzas nacionales y terminara la guerra.
La recreación en la Transición de una Barcelona «gris y triste» de la posguerra contrasta con los testimonios de la época. Barcelona no sólo fue liberada desde fuera, sino que se liberó a sí misma, porque su deseo era acabar con la guerra, no seguir combatiendo. Muchas biografías y memorias de políticos del bando republicano de aquellos tiempos, manifiestan este deseo común: que llegaran las fuerzas nacionales y terminara la guerra. Un testimonio significativo es el del socialista José Recasens, hermano de los banqueros propietarios del Banc de Catalunya que había sido un entusiasta republicano. En sus memorias, escribe desde un pueblecito de Cataluña: «Por fin, hoy —28 de enero de 1939— han llegado a este pueblo pintoresco —Figaró— las tropas nacionales. Los esperábamos con ansia. Han hecho su entrada triunfal hacia las dos de la tarde. Nos han hecho cenar tarde, pero no nos ha dolido ni poco ni mucho, porque el acontecimiento nos ha satisfecho más que la mejor de las comidas. Lo he de declarar sinceramente: hasta incluso yo que tenía dos hijos en las filas del Ejército republicano, que he combatido implacablemente el fascismo, que he sido enemigo indomable del militarismo y de las revueltas militares, estaba anhelando, esperando aquel momento»[3].
NO HUBO OTRO 11 DE SEPTIEMBRE
A pesar de los continuos llamamientos del Gobierno de la República y de la Generalitat de Cataluña en imitar a Madrid y su «No pasarán» o rememorar un nuevo 11 de septiembre de 1714, prácticamente nadie quiso defender Barcelona frente al avance de las fuerzas nacionales. Las líneas defensivas caían como castillos de naipes, lo que denotaba la farsa de la retórica sobre la que se fundaba una prácticamente extinta República. Las fuerzas nacionales emprendieron la ofensiva desde Lérida el 23 de diciembre de 1938. En poco más de un mes llegaron a Barcelona. Las cuatro líneas defensivas del general Vicente Rojo sólo son marcas en los planos de guerra que fácilmente se sobrepasan. Poco importa que el 16 de enero el Gobierno republicano en Barcelona movilice a todos los hombres de entre 17 y 55 años.
El domingo 22 de enero, mientras las radios catalanas llaman al combate y a la resistencia numantina de la Ciudad Condal, el presidente Juan Negrín ya está instalado en Gerona con su Gobierno y el de la Generalitat, bien cerca de la frontera. La deserción de la clase política fue total. Ese mismo día 22, el Gobierno de Negrín celebró su último Consejo de Ministros en Barcelona, después del cual publicó una nota oficial en la que se comunicaba: «El Consejo de Ministros acordó en su reunión de hoy hacer pública la decisión del Gobierno de mantener su residencia en Barcelona, si bien desde hace tiempo adoptó las medidas necesarias para garantizar, ante cualquier eventualidad, el trabajo continuo de la administración del Estado y de la obra de Gobierno, preservándolas de las perturbaciones inherentes a las continuas agresiones aéreas de que es objeto Barcelona». Pero al día siguiente estaban en Gerona y al otro en Francia.
El domingo 22 de enero, mientras las radios catalanas llaman al combate y a la resistencia numantina de la Ciudad Condal, el presidente Juan Negrín ya está instalado en Gerona con su Gobierno y el de la Generalitat, bien cerca de la frontera.

Tropas nacionales entrando en Barcelona
Enterada la población civil de la huida de sus dirigentes, emprende la propia iniciándose un éxodo de la capital catalana. El periodista inglés Herbert Matthews, corresponsal de Time y testigo de los últimos días de la Barcelona republicana, narró en un libro su experiencia. El último día antes de la caída de Barcelona marchó para Perpiñán y desde ahí se lamentaba: «Por amor a la República y a la democracia se debió combatir por Barcelona […] Había razones suficientes para la caída de la ciudad y sin embargo suscita resentimiento que los catalanes, a diferencia de los castellanos de Madrid, de los polacos de Varsovia y de los rusos de Stalingrado no escribiesen una página heroica para consignarla en la historia». Las grandilocuentes retóricas se las llevó el viento. La comunista Teresa Pàmies fue de las que —como tantos otros— habían prometido defender hasta la muerte la República, pero que huyeron abandonando a sus camaradas heridos en los hospitales. Trágicas son las palabras que deja estampadas en sus memorias: «Jamás podré olvidar una cosa: los heridos que salían del Hospital de Vallcarca. Vendados, casi desnudos, a pesar del frío, bajaban a las carreteras pidiendo a gritos que no les dejasen en manos de los vencedores. La certeza de que los republicanos abandonamos Barcelona dejando en ella a esos hombres siempre habrá de avergonzarnos»[4].
Josep Andreu i Abelló, presidente del Tribunal de Casación de Cataluña, relata la última noche con Companys por la Barcelona acechada por las tropas nacionales: «Fue una noche como nunca olvidaré. El silencio era total, un silencio terrible, como sólo se advierte en el punto culminante de una tragedia. Fuimos a la plaza de Sant Jaume y nos despedimos de la Generalitat y de la ciudad. Eran las dos de la madrugada. La vanguardia del ejército nacionalista estaba ya en el Tibidabo y cerca de Montjuict. No creíamos que volviésemos jamás»[5]. Companys salió de Barcelona a las tres de la madrugada del 24. Dejaba una ciudad engañada que aún creía que sus dirigentes les acompañaban en la tragedia. La mentira sistemática negaba lo evidente. El Parte de Guerra republicano del 25 de enero afirma que: «Frente de Cataluña. En la jornada de hoy han continuado librándose vivísimos combates en todos los sectores de este frente, en los que las tropas españolas continúan resistiendo con heroísmo». Al día siguiente las tropas nacionales entraban en Barcelona.
Companys salió de Barcelona a las tres de la madrugada del 24. Dejaba una ciudad engañada que aún creía que sus dirigentes les acompañaban en la tragedia. La mentira sistemática negaba lo evidente.

Grupo de carlistas, recién liberada Barcelona
El parte de Guerra del 26 de enero del bando republicano ignora completamente que haya caído la Ciudad Condal y sólo menciona los frentes del centro y del levante. No obstante, la noticia había llegado a los dirigentes de la República que ya estaban al tocar en la frontera. Negrín la recibió en Figueras. Con él estaba el dirigente socialista italiano y ex comisario de las Brigadas Internacionales Pietro Nenni; éste le inquirió dónde iba a poner nueva línea defensiva. A lo cual Negrín le confesó que la guerra estaba perdida, pues la voluntad del pueblo republicano estaba desmoronada y el problema ya no era técnico, sino psicológico. Manuel Azaña estaba en Perelada y su actitud denotaba que ya poco le importaba la guerra. En el famoso castillo estaba buena parte del patrimonio pictórico del museo del Prado. Y en ese ambiente, se puso metafísico. Empezó a departir con los funcionarios encargados de custodiar las obras de arte y les comentó: «Dentro de cien años habrá mucha gente que no sepa ya quiénes éramos Franco ni yo, pero todo el mundo sabrá quiénes fueron Velázquez y Goya».
Companys, recibió la noticia en Montsolís junto a Abelló. Las malas nuevas las trajeron los consellers de su gobierno que iban llegando de Barcelona. En un nuevo acto de ilusión política, acuerdan que Olot sea la sede del Gobierno de la Generalitat. Mientras, el cainismo catalanista ya se ha puesto nuevamente en marcha. Por la ciudad de Gerona deambulan los diputados del Parlamento catalán. Se reúnen simulando reuniones parlamentarias en algún hotel. Algunos de ellos piden que se destituya al Gobierno de Companys. El todavía presidente del Parlament, Josep irla, les acusa de traidores y les amenaza con detenerlos a todos. Poco después, los diputados amenazados consiguieron un autocar que los trasladó a Cantallops, cerca de la frontera francesa.
El parte de Guerra del 26 de enero del bando republicano ignora completamente que haya caído la Ciudad Condal y sólo menciona los frentes del centro y del levante.
La ficción de una Generalitat se iba deshaciendo conforme pasaban las horas. Mientras los partes de guerra republicanos siguen contribuyendo al simulacro. El del 27 de enero contiene las siguientes risibles palabras: «Nuestras tropas resisten tenazmente las intensa presión enemiga, en todos los sectores, ejecutando con orden total y magnífica disciplina, los repliegues que el Alto Mando ha estimado conveniente realizar en contados lugares. Los soldados españoles, dando muestras de su elevadísimo espíritu patriótico y desafiando la acción constante de la artillería y aviación de las fuerzas invasoras, han realizado con éxito algunos contraataques en el sector central de este frente».
Javier Barraycoa
Publicado en Razón Española, enero 2019.
NOTAS
[1] LAHUERTA, Víctor y MARTÍNEZ DE VEGA, Cristina: Kautela: un fotografo en la España franquista (1928-1944), Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2018.
[2] ESPADA, Arcadi: «Liberación, caída, genuflexión», El Mundo, 25-01-2009.
[3] Cf. RECASENS, Josep: Vida inquieta. Combat per un socialisme català, Biblioteca Universal Empúries, Girona, 1985.
[4] Cf. PÀMIES, Teresa: Memòries de guerra i d’exili, quan erem capitans, quan erem refugiats, Proa, Barcelona, 2000.
[5] Cf. BEEVOR, Antony: La Guerra Civil Española, Crítica, Barcelona, 2005.
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