La liberación de Barcelona (2): y Barcelona no ardió

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La liberación de Barcelona (1): no hubo otro 11 de septiembre

 

La liberación de Barcelona (2): y Barcelona no ardió

 

BARCELONA TAMPOCO ARDIÓ COMO DESEABA EL SOVIET

de3f7-usc-psoe-psuc-poum-pce_araima20110726_0012_20En la novela histórica de Guillem Martí ¡Quemad Barcelona! (Destino, 2015), el biznieto de Miquel Serra i Pàmies recrea una historia poco conocida. Serra en 1939 era consejero de Obras Públicas de la Generalitat y dirigente del comunista PSUC. Recibió una inesperada orden de la Komintern soviética. Debía arrasar completamente Barcelona antes de la entrada de las tropas de Franco: industrias, transportes, edificios… Era la política «de tierra quemada para el enemigo» impuesta por la Unión Soviética. Ya en el exilio mexicano, en carta a su hermano le confesaba cómo consiguió dilatar los deseos comunistas; y así, paradójicamente, la entrada de las tropas nacionales evitó un desastre de dimensiones inimaginables. Su biznieto reconoce que: «había tres gobiernos, por así de decirlo: uno era la Generalitat catalana, que era un elemento residual; el segundo era el gobierno de la República; y el tercero, obviamente, era el Partido Comunista de España, el que daba las órdenes con el apoyo de la Internacional Comunista y sus agentes». De hecho, tuvo lugar una reunión del PCE, el PSUC y los militares de demoliciones para destruir Barcelona: «La mayoría de militares eran de la Brigada Líster y se acordó comenzar la destrucción de las fábricas, todas las instalaciones portuarias, La Barcelonesa de la calle Mata (junto a La Canadiense) y la térmica de Sant Adrià y finalmente volar los túneles del Metro».

Serra se exilió, como tantos otros, pero fue conducido directamente a Moscú y juzgado como traidor por no obedecer órdenes directas y enviado al gulag. «Se le acusó de agente doble, de agente franquista, de ser el culpable de la caída de Barcelona, de hacer que el ejército republicano perdiera la Guerra Civil. Sin embargo, cuando llegó la hora del juicio se le comunicó que la pena consistía en ir a Chile para ayudar al partido allí. Cuando horas después cogió un tren que se dirigía al norte comprendió que su destino no era Chile», explica el autor de ¡Quemad Barcelona! De ahí pasó a México después de un penoso periplo tras un proceso moscovita de siete meses, en el que se le acusó, entre otros cargos, de masón, de promover una escisión en el PSUC, de minar la resistencia civil de Cataluña y de reconstruir la «aburguesada» Unión Socialista de Cataluña. Ahí es poco. Es de recomendable lectura la obra que publicó su hermano Josep Serra i Pàmies titulada Fou una guerra contra tots (1936-1939). Conté notícies inèdites sobre la projectada destrucció de Barcelona. (Pòrtic, 1980). En ella se describe el ambiente autodestructivo de los restos de la República. Ya Negrín había querido destruir la industria pesada de Bilbao, aplicando la política de tierra quemada, pero fueron sus aliados los gudaris del PNV los que lo impidieron. Semejante «traición a la causa» permitió a Franco contar con los Altos Hornos de Bilbao y el resto de la industria pesada vasca; ésta produjo más en 1938 para los nacionales que entre julio de 1936 y junio de 1937 para el Frente Popular.

Ya Negrín había querido destruir la industria pesada de Bilbao, aplicando la política de tierra quemada, pero fueron sus aliados los gudaris del PNV los que lo impidieron. Semejante «traición a la causa» permitió a Franco contar con los Altos Hornos de Bilbao

La ausencia de autoridades en Barcelona, facilitó su salvación de la destrucción. Manuel Tagüeña Lacorte fue el jefe de máximo rango militar que quedaba en Barcelona. En el edificio que volvió a ser Capitanía General no había ningún mando y sólo unos soldados, adscritos a los servicios de esta dependencia. De los dirigentes políticos sólo quedaron algunos del PCE y el PSUC. Sólo unos pocos irredentos intentaron una absurda defensa cavando inútiles trincheras; aún se vieron carros o coches blindados de la CNT/FAI intentando desesperadamente movilizar una población que no sólo no combatió a las fuerzas nacionales sino que los recibió con lágrimas de alegría. Algunos anarquistas, sabiéndose perdidos, quisieron dinamitar el templo del Tibidabo. De hecho tenían colocados y preparados todos los explosivos. Por una providencia, las Brigadas Navarras junto a otras fuerzas estaban apostadas detrás del Tibidabo y enviaron unos requetés para otear la cima del monte. In situ sorprendieron a los anarquistas apunto de ejecutar la destrucción, pero los tirotearon a tiempo, con lo que salvaron el emblemático templo. En algunas memorias de requetés catalanes encuadrados en las filas de las Brigadas Navarras, se repiten anécdotas muy parecidas que dan una idea de la situación en Barcelona. Todavía el 25, la ciudad era republicana; sin embargo, algunos carlistas con familia ahí, se adentraron en sus barrios para saludar a sus familiares y avisarles de que al día siguiente iban a entrar las tropas nacionales. Pudieron cenar en sus casas y volver a su acuartelamiento fuera de la ciudad.

EL CURIOSO RELEVO POLÍTICO Y EL INESPERADO RECIBIMIENTO

caida-barcxelona.jpgLa última autoridad republicana en abandonar la ciudad fue el alcalde Hilari Salvador. Entonces ocurrió un hecho inusitado. Las tropas nacionales habían podido penetrar hasta el centro de la ciudad y llegar al Ayuntamiento. Eran las cinco de la tarde cuando llamaron a la puerta del Ayuntamiento un teniente y un alférez. El teniente era el legionario Víctor Felipe Martínez de la Bandera de Carros de Combate del Cuerpo del Ejército Marroquí, el cual redactó de su puño y letra el acta de ocupación de la alcaldía, que provisionalmente desempeñaría el cargo en las próximas horas, hasta la posesión del cargo por Miguel Mateu. El acta decía: «A las cuatro y media del día hoy han sido tomados la Generalidad y el Ayuntamiento por el Capitán de la Legión Víctor Felipe Martínez. Barcelona, 26 de enero de 1939, III Año Triunfal. Actúan como testigos, Rafael García Aroca, Miguel Vergés Oller y José Suñé; como secretario José Rueda». Inmediatamente se cambió la bandera republicana por la rojigualda. Así, durante unas horas, Barcelona tuvo un alcalde legionario. A la misma hora se ocupó el edificio de la Generalitat.

La única autoridad republicana en la ciudad que hemos reseñado, Tagüeña Lacorte, escribió en sus memorias: «Nuestras unidades también retrocedían apresuradamente y el enemigo que, con gran prudencia había estado acumulando sus fuerzas en el lindero de la ciudad, se lanzó rápidamente en pequeñas columnas, precedidas de tanques, que rápidamente penetraron por las principales avenidas. Fueron minutos de tremenda confusión. Mientras por una calle entraban los conquistadores, aclamados por los gritos de sus simpatizantes, por la de al lado se retiraban nuestros maltrechos hombres, las piezas de artillería, los tanques, los blindados. Muchos de nuestros soldados, e incluso oficiales, que hasta entonces habían sido magníficos combatientes, tiraban las armas y se entregaban, considerando inútil seguir adelante»[1].

El teniente era el legionario Víctor Felipe Martínez de la Bandera de Carros de Combate del Cuerpo del Ejército Marroquí, el cual redactó de su puño y letra el acta de ocupación de la alcaldía, que provisionalmente desempeñaría el cargo en las próximas horas

En el otro bando, otro testigo, el cronista Justo Sevillano, publicó en La Vanguardia Española del 18 de julio de 1939 los recuerdos de ese 26 de enero, bajo el título Así fue la liberación de Barcelona: «A la una de la tarde me aventuré en el carro de combate 614, […] hasta Sarriá. Nos tiraban aún. Había un nido de ametralladoras, servido por voluntarios, que tiraban bastante y había unos tiradores sueltos, pero en casi todos los balcones y terrazas se veían banderas blancas y ya salía la gente a la calle alzando el brazo con la mano extendida. En aquellas condiciones no podíamos hacer fuego sin causar sensibles bajas entre los nuestros […] ¿Cómo nos iban a recibir aquella ciudad enorme? […] Alguien a mi lado, recelaba. —¡Estos catalanes! [pero] Estos catalanes se lanzaron a la calle en la más clamorosa manifestación de alegría que yo recuerdo». El testimonio no es exagerado, se repite en todos los escritos de los protagonistas.

Quizá uno de los rvvvvvelatos más impresionantes es el relatado en el diario de Pere Tarrés, actualmente beatificado, miembro de la Federació de Joves Cristians de Catalunya (FJCC) y actualmente uno de los mitos de cristianismo catalanista. En la última página se lee la impresión que le causó la entrada de las tropas nacionales en Barcelona: «26 de enero: Noticias. Ruido de combate. La misma expectación de ayer, pero todavía más fuerte. ¡Dios mío salva a la Patria! Cuando pienso que todo este ruido es el mismo que oía antes de ocupar los pueblos de Catalunya en los que hacíamos resistencia, y que ahora lo oigo a las puertas de Barcelona, no sé que me ocurre de tanta alegría… El ruido se acerca… ¡se acerca la primavera y con ella la tan suspirada paz y el restablecimiento del Reino de Cristo! Los partidos comunista, socialista, CNT, invitan al pueblo a la resistencia… palabras que caían en el vacío… casi daba risa. ¡Quién quiere que se levante, si toda la juventud ha sido asesinada o ha muerto en la guerra! ¿Quién puede levantarse para defender un terrible régimen de tiranía y de terror bajo la estrella roja y la bandera roja y negra o encarnada, del odio a muerte y la lucha de clases? Estoy convencido de que se acercan para España horas de gloria y de luz y de reconciliación, de fuerza creadora. Estoy convencido de que renacerá la llama viva del cristianismo, más viva que nunca. Son las cuatro de la tarde. Vivimos momentos únicos. Momentos de emoción sublime. Saltaría de gozo. Lloraría de alegría. Noticias que han comenzado a entrar … Barcelona reconquistada para España y para Cristo. Barcelona liberada del infierno rojo. El marxismo, bajo todos los aspectos, ha sufrido el golpe más decisivo. Cataluña, Cataluña ya está salvada. Dios mío, ¿es posible que llegue la hora de la liberación?… Cuando todo parecía hundido, Tú has resurgido lleno de gloria ¡Señor, es tu gloria lo único que me interesa…! ¡Dios mío, Dios mío, gracias por haberme permitido presenciar tanto gozo, la alegría de un pueblo que resucita! Estoy convencido de que se acercan para España horas de gloria y de luz y de reconciliación, de fuerza creadora. Estoy convencido de que renacerá la llama viva del cristianismo, más viva que nunca. Son las cuatro de la tarde. Vivimos momentos únicos. Momentos de emoción sublime. Saltaría de gozo, lloraría de alegría. Barcelona reconquistada para España y para Cristo. Barcelona liberada del infierno rojo. El marxismo, bajo todos los aspectos ha sufrido el golpe más decisivo. Cataluña, Cataluña está salvada. La entrada del ejército Nacional liberador de España en las Ramblas ha sido grandioso, a los gritos de Arriba España y Viva Franco. Nos abrazábamos por las calles… ¡Ha sufrido tanto Cataluña! Me he sentido profundamente español y nunca como hoy me sale del corazón un grito bien alto de ¡Viva España! ¡Viva Cataluña española! Virgen María continua velando por nuestra Patria”. “¡Viva Cristo Rey!  ¡Viva España cristiana! ¡Viva Cataluña española»[2].

Una descomunal muchedumbre que llenaba la plaza siguió la ceremonia con gran devoción, inmensa alegría y enorme emoción, haciendo saltar las lágrimas de los barceloneses y catalanes, que no habían podido asistir a ningún acto religioso, durante toda la contienda. 

lar14.jpgLa apoteosis del triunfo tuvo su escenario grandioso en la Plaza de Cataluña, con la primera y multitudinaria Misa de campaña celebrada en una ciudad que tanto se ensañó contra toda idea religiosa. Una descomunal muchedumbre que llenaba la plaza siguió la ceremonia con gran devoción, inmensa alegría y enorme emoción, haciendo saltar las lágrimas de los barceloneses y catalanes, que no habían podido asistir a ningún acto religioso, durante toda la contienda. Sólo pocos, y gracias a la organización secreta del Socorro Blanco, habían conseguido que en la clandestinidad mantener el culto en casas privadas y con todas las prevenciones. En esa magnífica Misa en el la Plaza Cataluña, el altar había sido revestido con unos manteles que provenían del vestido de novia de una «margarita» carlista. Estaba a punto de casarse antes del inicio de la contienda; el novio escapó al bando nacional para alistarse con los requetés y perdió la vida en el campo de combate. Todavía hoy se conservan y usan en ocasiones especiales en una iglesia de Barcelona que la discreción nos impide desvelar. Igual que en otro lugar de Barcelona se usa para la adoración eucarística una custodia en forma de Laureada de San Fernando que Franco regaló. Por desgracia, el temor a que esos objetos sean retirados ha obligado al silencio de los pocos que conocen esos vestigios de la memoria de la Barcelona liberada.

Javier Barraycoa

NOTAS

[1] Cf. TAGÜEÑA LACORTE, Manuel: Testimonio de dos guerras, Planeta, Barcelona, 2005.

[2] Cf. TARRÉS, Pere: Mi diario de guerra.1938-1939, Casals, Barcelona, 1985.

3 comentarios en “La liberación de Barcelona (2): y Barcelona no ardió

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