Reflexiones sobre la Constitución del 78 (3): “un obstáculo llamado Carrero Blanco”

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A propósito del 40 aniversario de la Constitución y del libro «La Constitución incumplida» iniciamos una recopilación de reflexiones en varios artículos

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Carrero Blanco y Don Juan Carlos

Parte 1: «Un marco de papel»

Parte 2: «el amigo americano nos tutela”

 

Parte 3: “un obstáculo llamado Carrero Blanco”

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Una imagen para la historia: Parte del equipo humano que participó en el proyecto del primer satélite español, el INTASAT

Otros datos fundamentales, aunque los analistas de la Transición apenas lo han tenido en cuenta, es que en 1968 un total de 168 países firmaron el Tratado de No Proliferación Nuclear. Este tratado establecía qué países, y cuáles no, podían poseer o desarrollar la bomba atómica. España no se adhirió al Tratado, pues tenía en marcha su propio programa de desarrollo de armas nucleares y no quería renunciar unilateralmente a un instrumento de defensa tan potente que podía situar al país entre uno de los principales del concierto internacional. Sin lugar a dudas, esto empezó a despertar recelos en el amigo americano que, a pesar de su cara casi siempre amable, no permitía muchas disidencias en las estrategias geopolíticas. Para colmo, desde 1963 funcionaba en España la Comisión Nacional de Investigación del Espacio (CONIE). Este organismo llegó a lanzar en 1969 los tres primeros cohetes españoles autóctonos: los INTA 255. Evidentemente España no podía compararse con las potencias mundiales, pero muy pocos países en el mundo tenían la capacidad de alcanzar esos logros que, además, podían tener aplicaciones militares.

logo300.jpgOtro hecho que hizo saltar las alarmas en la Secretaría de Estado norteamericana, fue cuando, en 1970, España firmó con el Mercado Común un acuerdo comercial preferencial. Por cierto, bastante más ventajoso para España que cuando se entró en la Unión Europea bajo el gobierno de José María Aznar. Este último pactó una entrada en condiciones de rendición política y económica, que muchos otros países evitaron a base de duras negociaciones. Sin embargo, el Acuerdo Económico Preferencial entre el Estado Español y la CEE, firmado por el Ministro Español de Asuntos Exteriores Gregorio López Bravo, en octubre de 1970, implicaba que España tomaba las riendas de su destino y que no se contentaba con ser un mero satélite de Estados Unidos en Europa. Para gran sorpresa al otro lado del Atlántico, nuestro país demostraba que tenía iniciativa propia y vigor suficiente como para plantearse cumplir sus objetivos. Para colmo, y esto sí que fue una línea roja que se cruzó y nunca se perdonó al gobierno de entonces, España se posicionó contra Estados Unidos en la Guerra del Ramadán o del Yom Kippur entre Israel y una coalición árabe. La Guerra se inició el 6 de octubre de 1973. Durante la misma Carrero Blanco, a la sazón Presidente del Gobierno, se negó a que los norteamericanos utilizaran en las operaciones las bases conjuntas.

España no se adhirió al Tratado, pues tenía en marcha su propio programa de desarrollo de armas nucleares y no quería renunciar unilateralmente a un instrumento de defensa tan potente que podía situar al país entre uno de los principales del concierto internacional.

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Franco y Kissinger

Este marco geopolítico e internacional, lo creemos fundamental para enmarcar las primeras decisiones sobre la inminente Transición. Es evidente que el pueblo español, tenía sus deseos y aspiraciones, de todos los colores y sentidos, pero de ahí a “dotarse de su propio destino”, tras la muerte del General Franco, va un trecho. La Transición exigía una obediencia, sino ciega, al menos creíble, al amigo americano. Los que lo entendieron, vieron como las puertas del éxito se les abrían; y a los que no lo aceptaron se les truncaron sus expectativas políticas. Nos centraremos, pues, en el camino que llevó a la elaboración de la Constitución de 1978, y cómo el centro de toma de decisiones estaba más que alejado de la sociedad española. La palabra Pueblo sólo era un icono para legitimar decisiones que se tomaban a altos niveles.

Uno de los periodistas que más ha intentado deconstruir el discurso oficial sobre la transición, y al que ya nos hemos referido, Alfredo Grimaldos, es contundente aunque impreciso: “Los hombres de la Cía, están detrás de casi todos los principales acontecimientos políticos y militares de nuestra historia reciente. La Cía –sentencia- interviene en la instalación de bases militares estadounidenses en nuestro país, en la transición de franquismo a la Monarquía, en el golpe de estado del 23-F o en la definitiva integración del Estado español en la estructura de la OTAN”. En el texto nos da una pista interesante: “La transición española se diseñó en Langley (Virginia), junto al río Potomac, en la sede central de la Cía, (…) la fase final de esta operación (…) se comienza a fraguar tras la visita del General Vermon Walters a España” (Claves de la Transición 1973-1986, para adultos).

“La transición española se diseñó en Langley (Virginia), junto al río Potomac, en la sede central de la Cía,  la fase final de esta operación se comienza a fraguar tras la visita del General Vermon Walters a España”

Vermon A. Walters es de esos hombres que nunca suelen pasar a la historia pero que son los que mueven los hilos de la intrahistoria de los grandes acontecimientos. En los años 70, coincidiendo con la visita de Nixon a España, ostentaba el cargo en la Casa Blanca de Consejero para misiones especiales. Este extraño título le convertía en un embajador secreto del gobierno norteamericano. Su centro de operaciones era Roma. Walters ya había visitado España, en 1959, cuando Eisenhower se entrevistó con Franco. Estábamos en plena Guerra fría y España empezaba a perfilarse como un aliado estratégico. Walters era un militar que conocía muy bien la cultura europea y especialmente España. Era católico, hablaba varios idiomas y, lo que era más importante, se relacionaba con militares del staff franquista. Además, podía confirmar que “varios militares españoles amigos suyos” le garantizaron el apoyo a Juan Carlos en la cuestión sucesoria. Esto se debía no tanto a la confianza personal de los militares en Juan Carlos, sino a la fidelidad respecto a Franco del cuál no podían dudar de sus decisiones, entre ellas la designación del Borbón como su sucesor.

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Guerra del Yom Kippur

Cuando se produjo la visita de Nixon a España, en 1970, Carrero Blanco era Vicepresidente de Gobierno. Hubo sintonía pues ambos se manifestaron profundamente anticomunistas (todavía no se habían producido desencuentros como el de la Guerra del Yom Kippur). Nadie, ni siquiera las cloacas de la Casa Blanca, podrían imaginar que en menos de tres años, Carrero Blanco se convertiría en el mayor obstáculo para sus planes sobre España. Todo el régimen franquista parecía tener diseñado un plan de sucesión l General Franco que no podía fallar. Incluso Carrero Blanco parecía dispuesto a aceptarlo sin la menor objeción. La sucesión ya venía gestando sus primeros compases desde las entrañas del franquismo.

La palabra República en España era prácticamente sinónimo de revueltas y revoluciones y la potencia mundial no podía correr el riesgo de un tropezón fatal en una zona “caliente”, el Mediterráneo, donde el eurocomunismo amenazaba llegar al poder por las urnas.

En primer lugar, la Ley de Sucesión de la Jefatura del Estado, de 1947, declaraba que España era un Reino, con lo cual truncaba toda esperanza –para los derrotados de la Guerra Civil- de una futura vinculación legal de la Transición con la República. Según esta ley, la República había sido una anomalía, un paréntesis, y por tanto el nuevo Régimen quedaría definido como una nueva restauración borbónica. De ahí se entiende el apoyo norteamericano a esta propuesta. La palabra República en España era prácticamente sinónimo de revueltas y revoluciones y la potencia mundial no podía correr el riesgo de un tropezón fatal en una zona “caliente”, el Mediterráneo, donde el eurocomunismo amenazaba llegar al poder por las urnas.

El príncipe Juan Carlos de Borbón jura en las Cortes lealtad al Jefe del Estado y fidelidad a los principios del Movimiento y a las Leyes Fundamentales del Reino, ante la mirada del di

Juan Carlos jurando las Leyes Fundamentales del Reino y los Principios del Movimiento Nacional

Para despejar las dudas, tanto entre los partidarios de Don Juan de Borbón, como contra las pretensiones monárquicas de los tradicionalistas, el 22 de julio de 1969 Juan Carlos era designado sucesor de Franco a la Jefatura del Estado con el futuro título de Rey, y con el provisional de Príncipe de Asturias. Un hecho que muchos echarían más adelante en cara a Juan Carlos fue cuando al día siguiente se ratificó el nombramiento ante las Cortes. Fue entonces cuando juró guardar y hacer guardar las Leyes Fundamentales del Reino y los Principios del Movimiento Nacional. Para muchos, ese solemne acto se convirtió en un perjurio al ratificar la Constitución del 78. Para otros fue una celebrada “conversión” a la democracia del sucesor de Franco.

Por eso no sorprende que, en enero de 1971, Juan Carlos de Borbón visitaría los Estados Unidos siendo recibido ya con honores de Jefe de Estado, sin serlo aún. La apuesta norteamericana estaba más que clara, aunque todavía quedaban muchos flecos que atar.

Don Juan de Borbón no tuvo más remedio que resignarse, aunque sus pataletas le llevaron desde ponerse la boina roja para congraciarse con los carlistas, hasta a enviar un representante al famoso contubernio de Munich donde se abrazaban desde democristianos a comunistas, pasando por socialdemócratas y nacionalistas. Pero todas las conspiraciones juanistas fueron vanas, la suerte estaba echada y Don Juan de Borbón nunca llegaría a ser Rey de España. Su abdicación personal la retrasó todo lo que pudo pero finalmente, el 14 de mayo de 1977, en una breve ceremonia en el Palacio de la Zarzuela cedió sus derechos dinásticos a su hijo, así como la jefatura de la Familia y Casa Real de España. De puertas adentro, en la Casa Real, quedaba por fin “regularizada” la cuestión dinástica.

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el misterioso General Vermon Walters

Por eso no sorprende que, en enero de 1971, Juan Carlos de Borbón visitaría los Estados Unidos siendo recibido ya con honores de Jefe de Estado, sin serlo aún. La apuesta norteamericana estaba más que clara, aunque todavía quedaban muchos flecos que atar. Un mes más tarde, en febrero, el misterioso General Walters volvía a España para departir con Franco. Le comunicó el interés de Nixon sobre la cuestión de su sucesión y sugirió la conveniencia de proclamar rey a Juan Carlos en vida del Generalísimo. Walters, en su libro Misiones discretas, recogió –y en principio deberíamos fiarnos- las impresiones de Franco al respecto: “El Príncipe de España será el futuro rey y traerá la democracia que ustedes quieren y de la que desconfío; mi legado es la nueva y extensa clase media creada por el régimen, la cual, con el amparo del Ejército, hará posible una transición pacífica a esa democracia”. Franco era todo menos tonto y, o bien ya estaba resignado a lo que parecía inevitable, o bien no quiso desvelar a Walters que aún confiaba que Carrero pudiera prorrogar el Régimen y “encauzar” a Juan Carlos para evitar “excesos” democráticos.

Kissinger tiene una biografía fascinante y compleja y llena de claroscuros. Había nacido en Alemania y era judío. Huido de ahí fue acusado de espía ruso, pero pronto fue protegido Nelson Rockefeler quien lo becó e inició en la alta política.

Como dato curioso, sólo decir, pues tendrá relación con cosas que se relatarán a continuación, que  Nixon exigió a Walters que le entregara su informe personalmente y no a Kissinger, del que no se acababa de fiar por su intensa relación con los servicios secretos norteamericanos y su propia visión de la geopolítica, especialmente sobre el futuro de España. Kissinger tiene una biografía fascinante y compleja y llena de claroscuros. Había nacido en Alemania y era judío. Huido de ahí fue acusado de espía ruso, pero pronto fue protegido Nelson Rockefeler quien lo becó e inició en la alta política. Así lo reconoce en 1979, en sus memorias tituladas The White House years. Por cierto, y sospechosamente, de las mil páginas del libro no dedica ni una palabra a Carrero Blanco, con el que tuvo varios encuentros y que fue asesinado justo después de su última entrevista con él.

51AFEYjnA8L._SX334_BO1,204,203,200_El 7 de junio de 1973, Carrero fue nombrado primer Presidente de Gobierno del régimen, cargo asumido por Franco hasta entonces, junto con la Jefatura del Estado; Franco sólo le impuso el Ministro de Gobernación: Arias Navarro, otro de los futuros hombres claves en la Transición. La visión de la mayoría de españoles sobre Arias Navarro es la de un fiel franquista que dio la noticia del fallecimiento del General Franco, mientras se le escapaban unas lágrimas. Las generaciones más jóvenes y que han estudiado la ESO, ni siquiera eso. Sin embargo el futuro Ministro de Gobernación era algo más que un “entrañable” anciano franquista. La oposición revolucionaria en la clandestinidad lo denominaba El Chacal de Málaga pues se había mostrado como un hombre duro del Régimen tras su paso por la fiscalía de Málaga en la posguerra. Ciertamente había ganado puntos ante Franco por su gestión frente al Ayuntamiento de Madrid. Pero sin embargo tenía un pasado más inquietante que el de mero gestor. Lo que casi nunca se cuenta es que perteneció, junto al General Gutiérrez Mellado (al que volveremos a encontrar como protagonista en las Cortes el 23-F forcejeando con Tejero), al Servicio de Información Militar durante la Guerra Civil. Ese cargó lo ostentó desde su condición de letrado castrense. En los servicios de inteligencia del Ejército hay una larga tradición de miembros que pertenecen al cuerpo jurídico. Uno de ellos había sido Arias Navarro.

Javier Barraycoa