LA FIESTA DE LA HISPANIDAD (y 4): Identidad hispana, identidad cristiana.

LA FIESTA DE LA HISPANIDAD (1): Los conflictivos orígenes

LA FIESTA DE LA HISPANIDAD (2): de la desmitificación de la izquierda, a la búsqueda de la identidad

LA FIESTA DE LA HISPANIDAD (3): los Caballeros de la Hispanidad

LA FIESTA DE LA HISPANIDAD (y 4): Identidad hispana, identidad cristiana.

Tras haber someramente repasado en artículo anterior algunos pensamientos de Maeztu respecto a la Hispanidad, parémonos ahora a considerar otro de los puntales en la reflexión sobre la Hispanidad. Se trata de la conferencia del Cardenal Isidro Gomá Tomás, catalán de pro, titulada Apología de la Hispanidad[1], dictada en el Teatro «Colón», de Buenos Aires, el día 12 de octubre de 1934, en la velada conmemorativa del Día de la Raza.

 

Un catalán alaba la Hispanidad: Isidro Gomá

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Cardenal Isidro Gomá

En este discurso, vuelve a resonar la palabra hermandad, tal y como atribuyera Maeztu a uno de los pilares de la Hispanidad: “Y en esta unidad múltiple, yo no puedo sentirme ni desplazado ni aturdido, porque me encuentro como en mi patria y entre hermanos, y sé que se me oirá, no como se oye, con alma escrutadora, la disertación fría de un sabio, si yo pudiera serlo, sino como se escucha a un hermano o a un padre que habla con el corazón y los brazos abiertos. En ellos os estrecho a todos, y ello me da desde este momento derecho a vuestra benevolencia”. A nuestro entender, esta conferencia es clave en el asentamiento de la verdadera doctrina de la Hispanidad, porque el Cardenal Gomá se encarga de presentar al catolicismo como la única y verdadera fuente de ella: “Mi tesis, para la que quiero la máxima diafanidad, es ésta: América es la obra de España. Esta obra de España lo es esencialmente de catolicismo. Luego hay relación de igualdad entre hispanidad y catolicismo, y es locura todo intento de hispanización que lo repudie. Creo que esta es la pura verdad”. Vemos así como en esos años de la España agitada por la república, la Hispanidad deja de ser un concepto del que querían apropiarse las izquierdas, sino un referente esencial de la tradición católica.

 

América es la obra de España. Esta obra de España lo es esencialmente de catolicismo. Luego hay relación de igualdad entre hispanidad y catolicismo, y es locura todo intento de hispanización que lo repudie

 

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Catedral de México

Gomá, como buen catalán, tampoco se priva de elogios a la gesta española y no le acongoja lo que hoy llamaríamos la corrección política: “Porque «la mayor cosa después de la creación del mundo –le decía Gómara a Carlos V– sacando la encarnación y muerte del que lo crió, es el descubrimiento de las Indias». Colón descubriendo las de Occidente y Vasco de Gama las del Oriente, son los dos brazos que tendió Iberia sobre el mar, con los que ciñó [199] toda la redondez del globo”. Despreciando la leyenda negra[2] e intentando transmitir al auditorio la magnificencia, aún en lo meramente humano de la obra de España en el Globo: “Al esfuerzo español surgieron, como por ensalmo, las ciudades, desde Méjico a Tierra del Fuego, con la típica plaza española y el templo, rematado en Cruz, que dominaba los poblados. Fundáronse universidades que llegaron a ser famosas, en Méjico y Perú, en Santa Fe de Bogotá, en Lima y en Córdoba de Tucumán, que atraía a la juventud del Río de la Plata. Con la ciencia florecían las artes; la arquitectura reproduce la forma meridional de nuestras construcciones, pero recibe la impresión del genio de la raza nueva”[3].

 

Porque la obra de España ha sido, más que de plasmación, como el artista lo hace con su obra, de verdadera fusión

 

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Barroco colonial en México

El arte hispano en América no fue un mero trasplante y copia del español, sino que creó sus propias escuelas y estilos reavivando el genio artístico español en nuevos frutos. Por eso se puede hablar de fusión, no de conquista o asimilación: “Porque la obra de España ha sido, más que de plasmación, como el artista lo hace con su obra, de verdadera fusión, para que ni España pudiese ya vivir en lo futuro sin sus Américas, ni las naciones americanas pudiesen, aun queriendo, arrancar la huella profunda que la madre las dejó al besarlas, porque fue un beso de tres siglos, con el que la transfundió su propia alma”. Esta fusión se da en los siguientes ámbitos:

-“Fusión de sangre, porque España hizo con los aborígenes lo que ninguna nación del mundo hiciera con los pueblos conquistados”[4].

-“Fusión de lengua en esta labor pacientísima con los que misioneros ponían en el alma y en los labios de los indígenas el habla castellana, y absorbían al mismo tiempo –sobre todo de labios de los niños de las Doctrinas– el abstruso vocabulario de cerca de doscientas, no lenguas, sino ramas de lenguas que se hablaban en el vastísimo continente”.

-“Con la fusión de lengua vino la fusión, mejor, la transfusión de la religión. Porque el español, hasta el aventurero, llevaba a Jesucristo en el fondo de su alma y en la médula de su vida, y era por naturaleza un apóstol de su fe”[5].

-“Y a todo esto siguió la transfusión del ideal: el ideal personal del hombre libre, que no se ha hecho para ser sacrificado ante ningún hombre ni siquiera ante ningún dios, sino que se vale de su libertad para hacer de sí mismo un dios, por la imitación del Hombre-Dios”[6].

España hizo surgir un mundo de hombres a quienes nuestros Reyes llamaron hijos y hermanos. Roma levantó un Panteón para honrar a los ídolos del Imperio; España hizo del panteón horrible de esta América un templo al único Dios verdadero

 

Y sigue Gomá, comparando la labor de España con la labor de Roma: “Esto es la suma de la civilización, y esto es lo que hizo España en estas Indias. Hizo más que Roma al conquistar su vasto imperio; porque Roma hizo pueblos esclavos, y España les dio la verdadera libertad. Roma dividió el mundo en romanos y bárbaros; España hizo surgir un mundo de hombres a quienes nuestros Reyes llamaron hijos y hermanos. Roma levantó un Panteón para honrar a los ídolos del Imperio; España hizo del panteón horrible de esta América un templo al único Dios verdadero[7].

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Reducciones del Paraguay

Casi cada frase de Gomá merece un tiempo para ser meditada y recrearse en las grandezas de España; lo cuál no le quita que sepa reconocer las miserias propias que se sucedían en ese momento en la propia Patria: “Yo no hablaría con la lealtad que os he prometido si no resolviera otra objeción. ¿Por qué, diréis, nos habla España de unificación en la hispanidad, cuando los hijos de España desgarran su propia unidad? Aludo, claro, al fenómeno de los regionalismos más o menos separatistas, que se han agudizado con nuestro cambio de régimen político y que pudiera dañar el mismo corazón de la hispanidad”[8]. De ahí que España deba ser la primera en aprender del ideal de Hispanidad: “La raza, la hispanidad, es algo espiritual que trasciende sobre las diferencias biológicas y psicológicas y los conceptos de nación y patria. Si la noción de catolicidad pudiese reducirse en su ámbito y aplicarse sin peligro a una institución histórica que no fuera del catolicismo, diríamos que la hispanidad importa cierta catolicidad dentro de los grandes límites de una agrupación de naciones y de razas”[9].

 

La raza, la hispanidad, es algo espiritual que trasciende sobre las diferencias biológicas y psicológicas y los conceptos de nación y patria

 

La hispanidad –insiste literalmente Gomá- es la proyección de la fisonomía de España fuera de sí y sobre los pueblos que integran la Hispanidad. Y para reafirmarlo y poner su esperanza en la resurrección del alma Hispana, por un lado, cita al ecuatoriano Montalvo: “¡España! Lo que hay de puro en nuestra sangre, de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento, de ti lo tenemos, a ti te lo debemos. El pensar grande, el sentir animoso, el obrar a lo justo, en nosotros son de España, gotas purpurinas son de España. Yo, que adoro a Jesucristo; yo, que hablo la lengua de Castilla; yo, que abrigo las afecciones de mi padre y sigo sus costumbres, ¿cómo haría para aborrecerla?” y por otro la filípica de Rubén Darío contra todo poder extranjerizante: “Tened cuidado: ¡Vive la América española! Y pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!”.

 

Idea de Hispanidad en García Morente

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Manuel García Morente

Por último, para acabar esta serie de reflexiones sobre la Hispanidad, no podemos dejar de referirnos al filósofo español Manuel García Morente y a sus Conferencias pronunciadas los días 1 y 2 de junio de 1938 en la Asociación de Amigos del Arte, de Buenos Aires. Fueron posteriormente publicadas con el título de Idea de hispanidad (con dos partes: I. España como estilo; II. El caballero cristiano)

Este texto más tardío sobre la Hispanidad, se escribe ya en plena Guerra Civil. Quizá el lenguaje está contagiado de términos propagandísticos de la época. Pero es un mero barniz que cubre ideas tan profundas como las de Maeztu o Gomá.

Para García Morente: “La nación no es cosa natural, ni sangre o raza, ni territorio, ni idioma. Ahora vemos que la nación no es tampoco el acto subjetivo de adherir al pasado o al futuro; sino que es el estilo común a todo lo que el pueblo hace, piensa y quiere y puede hacer, pensar y querer. Cuando en la vida de un grupo humano a lo largo del tiempo existe unidad de estilo en los diversos actos, en las empresas, en las producciones, entonces puede decirse que existe una nación. España, la nación española, no es, pues, un territorio mayor o menor; no es una determinada raza; no es un determinado idioma; es un estilo de vida, el estilo español de vida”.

Como decíamos, quizá este lenguaje se aleja del tradicional y parece asomarse cierta influencia orteguiana. Pero pronto se impone la búsqueda de un contenido que no se quede en mera retórica. Así, afirma que:  “al mismo tiempo que fiel a su destino, España ha sido siempre también fiel a su propia esencia, a su ser espiritual”. Y nuevamente evita el voluntarismo como clave definitoria de una Patria o nación. Ya que en el contexto de las ideologías de la época, uno de los grandes enemigos de la filosofía cristiana eran las filosofías que se sustentaban en la nietzscheana voluntad de poder.

 

la historia de España nos ofrece a cada instante –y más claramente en sus más preclaros momentos– la imagen de un pueblo que no ha consentido nunca en ser mero objeto pasivo de los acontecimientos, sino que ha querido ser sujeto activo de ellos

 

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Batalla de las Navas de Tolosa

Morente, pues, por el contrario, sostiene que: “Aceptando los hechos, (España) nunca ha permitido que los hechos se adueñasen de su alma, sino que, por el contrario, ha sido ella, la hispanidad, la que, revolviéndose, ha impreso sobre los hechos la huella indeleble de su esencia espiritual. La fidelidad al destino no impidió jamás a España el ser también fiel a sí misma y a su más íntima esencia. Dicho de otro modo: la historia de España nos ofrece a cada instante –y más claramente en sus más preclaros momentos– la imagen de un pueblo que no ha consentido nunca en ser mero objeto pasivo de los acontecimientos, sino que ha querido ser sujeto activo de ellos, un pueblo que nunca se ha dejado «hacer» por la historia, sino que ha «hecho» él mismo la historia, su historia –y muchas veces la ajena–“. Preciosas palabras que sin caer en la defensa de un vacuo voluntarismo imperialista, o en la defensa de un supremacismo racial para justificar el imperio español, lo hace reposar todo en una especie de don concedido por la Providencia. Pero un don del que ante la historia España habría de dar cuentas.

 

La tradición, como transmisión del estilo nacional, consiste en hacer todas las cosas nuevas que sean necesarias, convenientes, útiles; pero en el viejo, en el secular estilo de la nación, de la hispanidad eterna

 

Ese don, ese estilo en su propio lenguaje, adquiere plenitud de sentido siempre y cuando los términos nación o Patria, no caigan en la justificación de un nacionalismo chauvinista. Por eso es imprescindible que las palabras España e Hispanidad queden indisolublemente asociadas a el término de tradición: “Desde nuestro punto de vista, la palabra tradición adquiere ahora un sentido claro, transparente, inequívoco. Tradición es, en realidad, la transmisión del «estilo» nacional de una generación a otra. No es, pues, la perpetuación del pasado; no significa la repetición de los mismos actos en quietud durmiente; no consiste en seguir haciendo o en volver a hacer «las mismas cosas». La tradición, como transmisión del estilo nacional, consiste en hacer todas las cosas nuevas que sean necesarias, convenientes, útiles; pero en el viejo, en el secular estilo de la nación, de la hispanidad eterna”. Y sigue: “El tradicionalismo no significa, pues, ni estancamiento ni reacción; no representa hostilidad al progreso, sino que consiste en que todo el progreso nacional haya de llevar en cada uno de sus momentos y elementos el cuño y estilo que definen la esencia de la nacionalidad”.

 

El caballero cristiano

batalla-navas-de-tolosa_02Si Meztu no podía entender una Hispanidad en abstracto y reclamaba los Caballeros de la Hispanidad, Morente –a su vez- exigirá que el ideal de Hispanidad sea llevado a cabo por “El caballero cristiano”. Propone entonces todo un reto o programa de vida para aquellos que quieran ser partícipes de este destino al que se ven llamadas las Españas. El Caballero cristiano ha de tener unas cualidades, que va describiendo sinuosamente.

Paladín:  “Hay en la mentalidad del paladín al mismo tiempo optimismo e impaciencia; optimismo como fe absoluta en el poder moral de la voluntad; impaciencia como demanda de transformación inmediata y total, no gradual y progresiva. Para el caballero cristiano, en suma, el ideal moral no es la norma a que se somete un proceso de transformación lento y progresivo, sino el imperativo de realización inmediata, completa y perfecta”.

Defensor de la Grandeza contra mezquindad: “Antes, pues, consentirá el caballero cristiano sufrir toda clase de penurias y de pobrezas y verse privado de toda cosa, que rebajar su ser con el gesto vil, innoble, de la mezquindad, que es adulación a las cosas materiales. El adulador atribuye falsamente al adulado valores y modalidades que éste no tiene; de igual modo el mezquino supone falsamente en las cosas materiales valores que éstas no poseen. El caballero cristiano no adula ni a las personas ni a las cosas. Su grandeza le protege de cualquier mezquindad. Prefiere padecer toda escasez y sufrir trabajos que doblegar la conciencia que de sí mismo tiene”.

Arrojo contra timidez: “Ahora bien, una de las características esenciales del caballero cristiano –y por consiguiente del alma hispánica– es la tenacidad y eficacia de las convicciones. Precisamente porque el caballero no toma sus normas fuera, sino dentro de sí mismo, en su propia conciencia individual, son esas normas acicates eficacísimos y tenaces, es decir capaces de levantar el corazón por encima de todo obstáculo. La valentía del caballero cristiano deriva de la profundidad de sus convicciones y de la superioridad inquebrantable en su propia esencia y valía. De nadie espera y de nadie teme nada el caballero, que cifra toda su vida en Dios y en sí mismo, es decir en su propio esfuerzo personal”.

El desprecio a la muerte: “(Este no”) precede ni de fatalismo ni de abatimiento o embotamiento fisiológico, sino de firme convicción religiosa; según la cual el caballero cristiano considera la breve vida del mundo como efímero y deleznable tránsito a la vida eterna. ¿Cómo va a conceder valor a la vida terrenal quien, por el contrario, percibe en ella un lugar de esfuerzo, un seno de penitencia, un valle de lágrimas, hecho sólo para prueba de la santificación creciente? Así la fe religiosa del caballero cristiano, compenetrada estrechamente con su personal fe y confianza en sí mismo, es la que sirve de base a la virtud de la valentía o del arrojo”.

saenz.jpgAltivez contra servilismo: “Dos matices de conducta completarán el cuadro de la altivez del caballero: el silencio y la grandilocuencia. El caballero castellano es hombre silencioso y aun taciturno, grave en su apostura y de pocas palabras en el comercio común. Pero cuando se ofrece ocasión solemne o momento de emoción punzante, el caballero sabe alzar la voz y encumbrarse a formas superiores de la elocuencia y de la retórica. Gustará, entonces, de hablar en términos escogidos y aun, si se quiere, rebuscados; en los términos que él juzga congruentes con el valor de su persona, pensamiento y voluntad. Esta altivez, en unión con el arrojo, de donde procede, manifiéstase también como afirmación inquebrantable del propósito. El caballero no gusta de componendas, apaños ni medias tintas. Aparece en la vida –y es en verdad– intransigente y a veces terco. Pero es la intransigencia y la terquedad del que se siente llamado a cumplir una misión. Es la intransigencia que abre vía a las iniciativas particulares, individuales. Es la intransigencia fecunda que permite a todo propósito sincero desenvolver su propia esencia hasta el término final y completo.

Y por último …

¡Impaciencia de la eternidad!: “¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que el caballero cristiano siente en su alma un anhelo tan ardoroso de eternidad, que no puede ni esperar siquiera el término de la breve vida humana; y «muere porque no muere». Quisiera estar ya mismo en la gloria eterna; y si no fuera pecado mortal, poco le faltaría para suicidarse. Ahora bien, esta premura le conduce a una consideración de los hechos y de las cosas, que es bien típica y característica de su modo de ser”.

Hoy para muchos, este lenguaje que hemos recogido, les sonará como de otra época o mera retórica literaria. Ello nos demuestra lo alejados que estamos de nuevo de esa identidad que estos grandes pensadores que hemos recogido (entre muchos más posibles) deseaban que sus congéneres alcanzaran. Para ellos, en el fondo, el ansia de Hispanidad (si es que se puede utilizar esta expresión), vendría a ser como la concreción de aquel principio filosófico: “El Bien en difusivo de sí mismo”. Por eso España, al experimentar la Cristiandad como ninguna otra nación, se vio en la necesidad de traspasar sus propias fronteras y extender ese bien por todo el Orbe. Llegó hasta donde llegó y, en lo material, duró hasta cuando duró, pero pocas naciones pueden reclamar para sí una gesta semejante. La Hispanidad fue el despliegue del bien concreto, histórico y político para con las sociedades que aún no habían recibido la gracia del bautismo.

Javier Barraycoa

NOTAS:

[1] El discurso sería publicado en Acción Española, 1 de noviembre de 1934, tomo XI, número 64-65, e incorporado como Epílogo a la segunda edición (enero 1935) de Defensa de la Hispanidad, de Ramiro de Maeztu (quien dedicó esa segunda edición al Arzobispo Gomá, diciembre 1934).

[2] La obra de España en América está hoy por encima de las exageraciones domésticas de Las Casas y de las cicaterías de la envidia extranjera. Es inútil, ni cabe en un discurso, reducir a estadísticas lo que acá se hizo, en poco más de un siglo, en todos los órdenes de la civilización.

[3] Y continúa: “y el gótico, el mudéjar, el plateresco y el barroco de Castilla, León y Extremadura, logran un aire indígena al trasplantarse a las florecientes ciudades del Nuevo Mundo. La pintura y la escultura florecen en Méjico y Quito, formando escuela; trabajan los pintores españoles para las iglesias de América, y particulares opulentos legan sus colecciones de cuadros a las ciudades americanas. Fomentan la expansión de la cultura la sabia administración de Virreyes y Obispos, las Audiencias, castillo roquero de la justicia cristiana, los Cabildos y encomiendas, que forman paulatinamente un pueblo que es un trasunto del pueblo colonizador”.

[4] cohibir el embarque de españolas solteras para que el español casara con mujeres indígenas, naciendo así la raza criolla, en la que, como en Garcilaso de la Vega, tipo representativo del nuevo pueblo que surgía en estos países vírgenes, la robustez del alma española levantaba a su nivel a la débil raza india. Y el español, que en su propio solar negó a judíos y árabes la púrpura brillante de su sangre, no tuvo empacho de amasarla con la sangre india, para que la vida nueva de América fuera, con toda la fuerza de la palabra, vida hispanoamericana. Ved la distancia que separa a España de los sajones, y a los indios de Sudamérica de los pieles rojas”.

[5] Se ha dicho que el conquistador español, mostrando al indio con la izquierda un Crucifijo y blandiendo en su diestra una espada, le decía: «Cree o mueres.» ¡Mentira! Esto puede denunciar un abuso, no un sistema. La palabra cálida de los misioneros, su celo encendido y sus trazas divinas, su amor inexhausto a los pobres indios fueron, por la gracia, los que arrancaron al alma india de sus supersticiones horribles y la pusieron a los pies del Dios Crucificado.

[6] Y el ideal social, que consiste en armonizarlo todo alrededor de Dios, el Super Omnia Deus, para producir en el mundo el orden y el bienestar y ayudar al hombre a la conquista de Dios.

[7] Si Roma fue el pueblo de las construcciones ingentes, obra de romanos hicieron los españoles en rutas y puentes que, al decir de un inglés hablando de las rutas andinas, compiten con las modernas de San Gotardo; y si Roma pudo concentrar en sus códigos la luz del derecho natural, [205] España dictó este Cuerpo de las seis mil leyes de Indias, monumento de justicia cristiana, en que compite la grandeza del genio con el corazón inmenso del legislador.

[8] Pero éste es pleito doméstico; pleito que tiene su natural razón de ser en lo que se ha llamado hecho diferencial, no de las razas hispanas, que no hay más que una, producto de veinte siglos de historia en que se han fundido todas las diferencias étnicas, de sangre y de espíritu, de los pueblos invasores, sino de cultura, de temperamento, de atavismos históricos; pero que se han agudizado por desaciertos políticos pasados y presentes y tal vez por la acción clandestina de fuerzas internacionales ocultas, que tratan para sus fines de balcanizar a España, rompiendo a la vez el molde político y religioso en que se vació nuestra unidad nacional.

[9] Entendida así la hispanidad, diríamos que es la proyección de la fisonomía de España fuera de sí y sobre los pueblos que integran la hispanidad. Es el temperamento español, no el temperamento fisiológico, sino el moral e histórico, que se ha transfundido a otras razas y a otras naciones y a otras tierras y las ha marcado con el sello del alma española, de la vida y de la acción española. Es el genio de España que ha incubado el genio de otras tierras y razas, y, sin desnaturalizarlo, lo ha elevado y depurado y lo ha hecho semejante a sí. Así entendemos la raza y la hispanidad” … “En el cielo, dice el Apocalipsis, gentes de toda nación y raza bendicen a Dios con este himno: «Nos redimiste, Señor, con tu sangre, de toda nación, y has hecho de todos un solo reino.» Alejando toda profanidad en la aplicación, ¿por qué todas las gentes de Hispanoamérica no podrían bendecir a la Madre España y decirla: «Señora, nos sacaste un día de la idolatría y la barbarie y nos imprimiste una semejanza tuya, que aún perdura después de más de cuatro siglos? Somos la hispanidad, señora, porque si no formamos un reino único de orden político, pero tenemos idéntico espíritu, y ese espíritu es el que nos une y nos señala una ruta a seguir en la historia»”.

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