LA FIESTA DE LA HISPANIDAD (3): los Caballeros de la Hispanidad

LA FIESTA DE LA HISPANIDAD (1): Los conflictivos orígenes

LA FIESTA DE LA HISPANIDAD (2): de la desmitificación de la izquierda, a la búsqueda de la identidad

 

 

LA FIESTA DE LA HISPANIDAD (3): los Caballeros de la Hispanidad

En siguiente apuntes, atenderemos a cuatro ideas puntales de Maeztu, para seguir en otras entregas con una conferencia del Cardenal Gomá y, por último unas apreciaciones de García Morente en su obra El Ideal de Hispanidad.

ooo.jpgEn Maeztu, su pensar y sentir sobre la Hispanidad se desborda en la mística con la misma facilidad con que pone ejemplos históricos o señala argumentos filosóficos. Son tantas las ideas que nos aporta el mártir de la Guerra Civil que apenas nos atrevemos a seleccionar unos pasajes y provocar unos comentarios. Quizá nos quedemos con una idea central que mezcla los místico y lo práctico: no podría existir la Hispanidad como abstracto sin un tipo de hombres reales que Ramiro de Maeztu denomina los Caballeros de la Hispanidad: “Los caballeros de la Hispanidad –sentencia- tendrían que forjarse su propia divisa. Para ello pido el auxilio de los poetas. Las palabras mágicas están todavía por decir. Los conceptos, en cambio, pueden darse ya por conocidos: servicio[1] (“el lema de los Papas es Servus servorum, siervo de los siervos”), jerarquía[2] (“Jerarquía y servicio son los lemas de toda aristocracia”) y hermandad[3] (“Los grandes españoles fueron los paladines de la hermandad humana”).Hemos de proponernos una obra de servicio. Para hacerla efectiva nos hemos de insertar en alguna organización jerárquica. Y la finalidad del servicio y de la jerarquía no ha de consistir únicamente en acrecentar el valor de algunos hombres, sino que ha de aumentar la caridad, la hermandad entre los humanos”[4]. En notas a pie de página replicamos las reflexiones de Maeztu sobre estos tres pilares: servicio, jerarquía y hermandad.

No podría existir la Hispanidad como abstracto sin un tipo de hombres reales que Ramiro de Maeztu denomina los Caballeros de la Hispanidad

 

bandera33.jpgEn referencia a la Hermandad, su descripción es simplemente magistral, y qué está totalmente alejada del concepto plano y laico de Unamuno: “Esta es una idea, reza Maeztu, que ningún otro pueblo ha sentido con tanta fuerza como el nuestro. Y como creo en la Humanidad, como abrigo la fe de que todo el género humano debe acabar por constituir una sola familia, estimo necesario que la Hispanidad crezca y florezca y persevere en su ser y en sus caracteres esenciales, porque sólo ella ha demostrado su vocación para esta obra”. Pero el filósofo no es un filántropo, ni el hispanista un humanista. Maeztu no cree en una abstracta humanidad como hacían los saintsimoninanos, los fabianos y otras sectas filantrópicas tan en boga en su época. No podemos obviar, recuerda, que los hombres vivimos en sociedad, esto es, en patrias históricas y concretas. Nada más alejado este pensamiento que el del idealismo filosófico.

 

Al decir que la patria es una sinfonía o sistema de hazañas y valores culturales queda rechazada la pretensión que desearía fundar exclusivamente las naciones en la voluntad de los habitantes de una región cualquiera

 

000.jpgAl definir la Patria, Maeztu entremezcla bellamente poesía y razón: “Al decir que la patria es una sinfonía o sistema de hazañas y valores culturales queda rechazada la pretensión que desearía fundar exclusivamente las naciones en la voluntad de los habitantes de una región cualquiera, ya constituidos en Estado independiente o deseoso de hacerlo”[5]. Así –sin caer en voluntarismos ni biologismos cientificistas tan de moda en las ideologías modernas de la época-, a través de la analogía de la Patria se puede explicar mejor lo que es la Hispanidad y su renacimiento: “Ahora está el espíritu de la Hispanidad medio disuelto, pero vivo. Se manifiesta de cuando en cuando como sentimiento de solidaridad y aún de comunidad, pero carece de órganos con que expresarse en actos. De otra parte, hay signos de intensificación. Empieza a hacer la crítica de la crítica que contra él se hizo y a cultivar mejor la Historia. La Historia está llamada a transformar nuestros panoramas espirituales”. Volvemos a recordar la importancia de cómo, contra la intelectualidad de izquierdas, maestros como Maeztu buscaban en la idea de Hispanidad un referente para sacudir el yugo al que la República había sometido al alma tradicional de las Españas.

 

Maeztu acaba afirmando que en la España que vivió gobernaba Sancho y que Don quijote está llamado a guiar la Hispanidad

 

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Catedral de Puebla

La Hispanidad, desde una perspectiva tradicional pero innovadora, es contemplada por Maeztu como un canto a la comunidad, siendo ésta el basal vital de los pueblos. Frente a la idea de comunidad la modernidad propone la libertad –en sentido liberal- como principio asociativo que puede disolverse por un mero acto de voluntad. No obstante es gracias a la existencia de la comunidad que hay algo que trasciende a la libertad particular o colectiva y que perdura en la historia. La Hispanidad es la respuesta ante el fracaso de la Ilustración: “Todo un sistema de doctrinas, de sentimientos, de leyes, de moral, con el que fuimos grandes; todo un sistema que parecía sepultarse entre las cenizas del pretérito y que ahora, en las ruinas del liberalismo, en el desprestigio de Rousseau, en el probado utopismo de Marx, vuelve a alzarse ante nuestras miradas” y cuyo fundamento además de en lo histórico está en el catolicismo. Ello no implica sublimar ni desfigurar el ideal de Hispanidad, pues hay que reconocer los errores humanos que cabalgan junto a los principios, de ahí que la metáfora de Don Quijote devenga perfecta: “Don Quijote y la de Sancho, la del espíritu y la de la materia, la verdad es que las dos no son sino una, y toda la cuestión se reduce a determinar quién debe gobernarla”. Maeztu acaba afirmando que en la España que vivió gobernaba Sancho y que Don quijote está llamado a guiar la Hispanidad[6].

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Javier Barraycoa

NOTAS:

[1] El servicio es la virtud aristocrática por excelencia. Ich dien, yo sirvo, dice en tudesco el escudo de los reyes de Inglaterra. El de los Papas dice más: Servus servorum, siervo de los siervos. Es el lema de toda alma distinguida. Si se le contrapone al de libertad se observará que el de servicio incluye la libertad, porque libremente se adopta como lema, pero el de libertad no incluye el de servicio: «Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo», dice el Satán de Milton.

[2] La jerarquía es la condición de la eficacia, lo específico de la civilización, lo genérico de la vida, que parece aborrecer toda igualdad. Toda obra social implica división del trabajo: gobernantes y gobernados, caudillos y secuaces. Disciplina y jerarquía son palabras sinónimas. La jerarquía legítima es la que se funda en el servicio. Jerarquía y servicio son los lemas de toda aristocracia.

[3] Una aristocracia hispánica ha de añadir a su lema el de hermandad. Los grandes españoles fueron los paladines de la hermandad humana. Frente a los judíos, que se consideraban el pueblo elegido, frente a los pueblos nórdicos de Europa, que se juzgaban los predestinados para la salvación, San Francisco Javier estaba cierto de que podían ir al cielo los hijos de la India, y no sólo los brahmanes orgullosos, sino también, y sobre todo, los parias intocables.

[4] Acción Española, 16 de enero de 1934. Tomo VIII, nº 45.

[5] Acción Española, 15 de diciembre de 1931, tomo I, número 1.

[6] Acción Española, 15 de diciembre de 1931, tomo I, número 1. Texto citado completo: “Entonces percibimos el espíritu de la Hispanidad como una luz de lo alto. Desunidos, dispersos, nos damos cuenta de que la libertad no ha sido, ni puede ser, lazo de unión. Los pueblos no se unen en libertad, sino en la comunidad. Nuestra comunidad no es geográfica, sino espiritual. Es en el espíritu donde hallamos al mismo tiempo la comunidad y el ideal. Y es la Historia quien nos lo descubre. En cierto sentido está sobre la Historia, porque es el catolicismo. Y es verdad que ahora hay muchos semicultos que no pueden rezar el Padrenuestro o el Ave María, pero si los intelectuales de Francia están volviendo a rezarlos, ¿que razón hay, fuera de los descuidos de las apologéticas usuales, para que no los recen los de España? Hay otra parte puramente histórica, que nos descubre las capacidades de los pueblos hispánicos cuando el ideal los ilumina. Todo un sistema de doctrinas, de sentimientos, de leyes, de moral, con el que fuimos grandes; todo un sistema que parecía sepultarse entre las cenizas del pretérito y que ahora, en las ruinas del liberalismo, en el desprestigio de Rousseau, en el probado utopismo de Marx, vuelve a alzarse ante nuestras miradas y nos hace decir que nuestro siglo XVI, con todos sus descuidos, de reparación obligada, tenía razón y llevaba consigo el porvenir. Y aunque es muy cierto que la Historia nos descubre dos Hispanidades diversas, que Herriot días pasados ha querido distinguir, diciendo que era la una la del Greco, con su misticismo, su ensoñación y su intelectualismo, y la otra de Goya, con su realismo y su afición a la «canalla», y que pudieran llamarse también la España de Don Quijote y la de Sancho, la del espíritu y la de la materia, la verdad es que las dos no son sino una, y toda la cuestión se reduce a determinar quién debe gobernarla, si los suspiros o los eruptos. Aquí ha triunfado, por el momento, Sancho; no me extrañará, sin embargo, que los pueblos de América acaben por seguir a Don Quijote. En todo caso, hallarán unos y otros su esperanza en la Historia: «Ex proeterito spes in futurum”.

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