Mensaje de Navidad del Rey, el 24 de diciembre de 2013.
«Esta noche, al dirigiros este mensaje, quiero transmitiros como Rey de España:
En primer lugar, mi determinación de continuar estimulando la convivencia cívica, en el desempeño fiel del mandato y las competencias que me atribuye el orden constitucional, de acuerdo con los principios y valores que han impulsado nuestro progreso como sociedad.
Y, en segundo lugar, la seguridad de que asumo las exigencias de ejemplaridad y transparencia que hoy reclama la sociedad».
21 SEMANAS DESPUÉS, DON JUAN CARLOS ABDICABA.
INTRODUCCIÓN A «DOBLE ABDICACIÓN»
Don Juan Carlos de Borbón abdicaba justo medio año después de jurar y perjurar que no tenía intención de abandonar el trono y que su reinado iba a durar mucho tiempo. Lo repitió en el discurso navideño, seis meses antes del fatal anuncio de abdicación. En los mentideros políticos ya hace tiempo se acuñó el calificativo “borbonada” para referirse a acciones o declaraciones que violaban flagrantemente el principio de no contradicción de Parmínedes.
El término, ya digo, no es nuevo. En las estanterías del Patrimonio Nacional se guardan celosamente dos ejemplares del primer libro en donde se utilizó el término, La borbonada: reseña histórica de los reinados de los Borbones en España desde el primero de ellos Felipe V, al último Isabel II cuya época empieza en 1701 y concluye en 1868, publicado en Barcelona en 1869 por Inocente López Bernagossi. Los franceses, en un sentido más genérico, nos habían enseñado hace siglos la palabra “boutade” para referirse a “salidas de tono”; aunque en este caso Don Juan Carlos la utilizaba para comunicarnos una “salida de trono”. El caso es que la noticia hizo correr ríos de tinta y movilizó a todos los creadores de opinión tras la pancarta de que nada habría de cambiar: Felipe, llamado el VI, para descontento de muchos separatistas catalanes, sí o sí se iba a convertir en el nuevo rey de España, al menos de momento, si las fuerzas republicanas, ciertos poderes que se nos escapan o alguna ley histórica no disponen lo contrario.
Don Juan Carlos, al iniciarse el primer decenio del tercer milenio, parecía tener el karma en contra. Sus antaño brillantes yernos habían naufragado entre supuestos pastizales de corruptelas; la cuestionada nuera quería mandar más que la Reina consorte; la reforma constitucional que evitara una catástrofe sucesoria en caso de nacer un nieto varón, no acababa de llegar; los espíritus de los elefantes asesinados en fastuosas cacerías reclamaban su venganza y –como un misterioso ajuste de cuentas de Gaya- la prensa empezaba a sacar a colación asuntos de faldas que durante décadas habían sido parte de un tabú pactado por no se sabe quién.
En España cada vez quedaban menos juancarlistas y casi ningún monárquico de verdad. Para colmo en los últimos cinco años se empezaban a ver las primeras banderas republicanas en muchos años, con motivo de las más dispares manifestaciones. Finalmente, Don Juan Carlos se operaba repetidamente de sus caderas, que ya no le funcionaban. La metáfora y la etimología no dejan de ser crueles. La palabra “cadera” y “cátedra” están unidas etimológicamente. En sentido culto del término griego kathédra significa silla o asiento. El término culto de kathédra, derivó en latín vulgar en cathégra. dando lugar a nuestro “cadera”. El término latino quedó hilado por metonimia a “nalgas” o culo. En fin, que el rey de las caderas rotas se quedó sin asiento para aposentar sus reales.
Este abandono de la cátedra, que cuando finalice el libro esperaremos deducir si ha sido voluntario o no, nos lleva a la inevitable pregunta de cuál será el destino del “monarca de la democracia”; aquél que según las melodiosos cantos de sirenas de los cortesanos era el demiurgo de la pacificación y la reconciliación de las dos Españas. Un héroe de la historia que, preconizamos, en menos del tiempo que nos imaginamos se trastocará en el villano de la opereta que nos ha tocado vivir los últimos casi cuarenta años. Si Isabel II fue conocida como la «Reina de los tristes destinos«, expresión lírica acuñada por Pérez Galdós, se nos antoja que Don Juan Carlos será el monarca del triste final.
Nos viene a la memoria un hecho histórico no muy conocido que sirve de perfecta metáfora del futuro de Don Juan Carlos. Su antepasado Felipe V, el primer Borbón que inauguraba la dinastía española, tuvo un final de sus días que roza entre lo estrambótico y lo trágico. Al final de sus años, como otros Borbones, ya dejó entrever graves desórdenes mentales. La paranoia llegó a su punto álgido cuando Felipe V decidió que ya estaba muerto y que debían enterrarlo. Ordenó a sus fieles súbditos que construyeran un ataúd, que le rezaran unos responsos y lo enterraran (vivo según los súbditos, y muerto según afirmaba estar él mismo). ¿Se ha «enterrado en vida» Don Juan Carlos? ¿Cuál ha sido el verdadero motivo? ¿Estamos asistiendo a la primera demolición controlada del trono de España para dejar paso a la III República, a la que le precederá un reinado light pre-republicano de Felipe VI?
Quien podría responder a estas preguntas posiblemente ya no verá una III República. Se trata de la abuela del que suscribe estas páginas. Mientras que se va componiendo este libro, la familia celebra su 106 aniversario, una efemérides que aún es capaz de vivir con alegría. La abuela “Barraycoa” ha vivido la primera Guerra Mundial, la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, el final del franquismo y ahora aún tiene arrestos de ver finiquitar un reinado de treinta y nueve años. Ella ha enterrado a los Lenin, Churchill, Stalin, los Kennedy, a Primo de Rivera, a Alfonso XIII, a Franco, a Don Juan. Ha sido testigo silenciosa y discreta de buena parte de la historia de España del último siglo, desde su sencillez como trabajadora humildísima pero con un juicio y sentido común que bien quisiera para sí el mismísimo Aristóteles.
Hace escasos años nos realizaba el siguiente aplastante juicio, que bien podría rivalizar con cualquiera de los del mismísimo Carl Schmitt: “España no puede ir bien y esto acabará mal. Cuando un rey no tiene un comportamiento moral, como debe, toda la sociedad se resiente y se corrompe con él”. Sin haber leído a Aristóteles ni a ningún escolástico en su vida, la abuela “Barraycoa” intuía que la autoridad es el principio formal de una sociedad y que si ésta falla, naufraga toda ella. Lo malo de una monarquía constitucional es la contradictio in terminis a que se ve sometida. Si en una democracia todos somos iguales, por qué tiene que haber un rey; y si hay un rey, por qué no gobierna; y si no gobierna ¿por qué es un rey y no un simple ciudadano?
Las contradicciones y las ficciones políticas se pueden mantener durante siglos pero, tarde o temprano, se manifiestan y se impone la lógica. Por ello, no nos parece descabellado afirmar que el destino natural de las monarquías constitucionales es acabar, aunque tarden siglos, en repúblicas. En esos momentos de espera las monarquías constitucionales no dejan de ser algo más que meros espejismos que podríamos denominar “repúblicas coronadas”. ¿Se está evaporando esta ficción que en España ha durado casi dos siglos? El tiempo nos traerá la respuesta. Mi abuela ya no verá la III República, pero me temo (en los dos sentidos de la palabra) que yo sí.
© Javier Barraycoa
(Introducción a Doble Abdicación)
Sixto Enrique de Borbón, sería un buen rey.
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Efectivamente, el Rey (y su familia) cumplen unos papeles sociológicos y psicológicos muy importantes en la vida de la nación.
De ahí que tengan que cumplir las expectativas que la nación tiene en en esta familia.
El ser humano es un ser social -siempre vive en grupo-; y jerárquico -siempre tiene un jefe-
De ahí que la monarquía (hereditaria o elegida dentro de la misma familia) ha sido y sigue siendo la forma normal de gobierno de todas las sociedades humanas, incluidas las mafias, las sociedades comerciales y las religiosas (los cultos a los santones musulmanes, santos judíos, sectas sufíes, sectas askenazis)
Pero todo ello reposa sobre unas bases que dan la legitimidad: necesitan cumplir un comportamiento (a favor del grupo y en defensa del individuo):
-que sean justos y que protejan al desválido; que defiendan a la comunidad cuando sea atacada; y que defienda a la religión como ideología común de la comunidad, como base cultural de ella y como cohesión social y como garantía de supervivencia de los que están fuera del sistema.
Además, y ésto es muy importante, el Rey y su familia son el equivalente público de la familia de cada uno (el padre tiene su equivalente en el Rey; y la madre en la Reina). Simplemente es algo que está dentro de nuestra psique como miembros de la especie humana.
Cuando ésto falla, como cuando pasó en la monarquía francesa desde Luis XIV, y especialmente desde Luis XV, (institucionalización de las amantes reales como adulterio público de una cuasi reina con bastardos reales; eliminación de la sacralidad monárquica al dejar de tocar a los enfermos de escrofulosis…), la monarquía deja de funcionar para lo que está: cohesión de la sociedad y paz social (ambos esenciales para poder prosperar e incluso sobrevivir)
Y es que la gente normal no nos podemos permitir el lujo de hacer ciertas cosas, porque destruimos la esencia de lo que nos permite vivir y
prosperar en nuestra vida privada. A nosotros nos interesa lo que llaman vida burguesa, aunque muchas veces quisiéramos tener libertades que no tenemos.
Por eso, esos comportamientos deslegitiman a la persona real; y con ello a la monarquía. Y por eso ponen en peligro el orden social.
El problema con Juan Carlos, a parte de su tendencia de acostarse con cualquiera (demostrando que no respeta a su mujer, que pone en peligro a su familia, que pone en peligro las familias de los demás, y que se permite hacer por su sola cualidad de Rey lo que a la mayoría nos gustaría hacer, pero que no nos podemos permitir), es que ha seguido las mismas pautas e ideología de la sociedad española, que han sido establecidas por el Partido Socialista, y que efectivamente ha cambiado parte de la cultura española, mientras que al mismo tiempo ha desindustrializado el país creando una población enorme de fieles votantes (gracias al lema «gastos sociales», «rebelde», «modernidad», «europa»…) y creando un conflicto falso y permanente por «ideología» (humo)
Y aquí es donde está el problema.
Es muy interesante como el nuevo Rey ha elegido su esposa: una persona atea, ciertamente muy atractiva, con la misma ideología que ha mamado los educados bajo Felipe González (príncipes tiranos que solo tienen derechos) y sin principios morales -de ahí no querer tener hijos, especialmente varones, y de empeñarse en lucir una figura enfermizamente delgada, como si fuese una modelo profesional, sabiendo perfectamente el grave problema social de la bulimia y la anorexia en las niñas y adolescentes.
Parece que esto corresponde con la visión de la vida de muchos en este país (normalmente lo que llaman «izquierda caviar» y sus admiradores).
Pero desde luego no en los países hispanoamericanos.
Estos, desde que fueron independizados y desunidos por los ingleses para garantizarse un mercado colonial industrial y destruir a una potencia que casi siempre ha sido enemiga, necesitan a alguien con autoridad natural y que no genere conflicto para intentar darles una unidad que defienda sus intereses, y una voz, aunque sea simbólica (lo cual basta)
Ni Juan Carlos ni Felipe lo son.
Lo cual significa que los cargos hay que ganarlos; aunque vengan por herencia.
Con estos comportamientos egoístas, desconsiderados y no profesionales, los que perdemos somos todos.
En cualquier caso tenemos que recordar que el 99.99999999 % de los españoles nunca vamos a ser Presidente de la Nación (es un mito y una estafa que hacen circular los que en la sombra manipulan a los Presidentes de las naciones, y que además no son cristianos). Pero sí que tenemos todos unos intereses privados muy importantes: tener un trabajo, que la administración funcione, especialmente la sanidad y la educación…, y todo necesario para que podamos prosperar.
Y para poder prosperar necesitamos paz social: lo único que permite que gastemos y que se invierta, que se cree trabajo o se mantenga.
Para ésto, el Rey, entre otras cosas, da la necesaria estabilidad.
Siempre que funcione, claro.
Por último, y ésto dice mucho de toda esta historia, Felipe, voluntariamente, ha decidido ser el último hijo de San Luis en su linaje, ya que esta cualidad solo se transmite por linea masculina.
Un triste epílogo para los que han sido bien ideologizados por los felipistas, aunque sea con humo; y que demuestra que por mucha «preparación», diplomas y conocimiento libresco, al final lo que cuentan son los resultados. Y estos solo son buenos cuando se une el sentido común y la acción en la consecución de un objetivo personal; cosa que TODOS hemos olvidado metiéndonos voluntariamente de hoz y coz en una decadencia que puede acabar en nuestra destrucción física como pueblo, como «raza» y como cultura y civilización hispánica: un suicidio nacional.
Como estamos viendo estos días, mucho más rápido de lo que creemos.
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