«De Monarquia» de Dante: la frontera de la Edad Media y la modernidad

«De Monarquia» de Dante: la frontera de la Edad Media y la modernidad, por Javier Barraycoa

ABSTRACT:

De Monarquia representa una de las obras de Dante que más influjo político ha ejercido. Probablemente movido a escribirla, hacia 1313. Con ella, Dante quiere contribuir a erradicar la anarquía imperante de su época, en Italia y, concretamente, en su ciudad florentina. Sueña con un orden social que establezca la paz universal. El tono de la obra, netamente gibelino, muestra a un Dante que ha evolucionado intelectualmente. Dante se muestra aquí como un intelectual a caballo entre la escolástica y el florecimiento de un estilo nuevo. Hay en él toda una serie de giros, expresiones, alegorías, imágenes y simbolismos claramente medievales, pero también un conjunto de ideas que, contra corriente, contribuyeron a cambiar el modo de interpretar el mundo. Su De Monarchia ha de considerarse una obra innovadora porque, aunque el texto ciertamente recogió tradiciones legales, jurídicas, políticas y teológicas precedentes, su mayor mérito radicó en la elaboración de una densa, brillante y novedosa teoría, según la cual, el emperador no sólo debía su poder a la elección directa de Dios –con lo que su investidura no devenía un mero oficio de la Iglesia– sino que, además, la institución imperial resultaba superior a la pontificia. Por tanto, hay que plantearse si “Monarquía” es una obra que precederá algunas de las principales tesis que posteriormente defenderá la Reforma protestante en cuestiones políticas.

Publicado en Pensamiento: Revista de investigación e Información filosófica, ISSN-e 2386-5822, ISSN 0031-4749, Vol. 79, Nº 305, 2023 (Ejemplar dedicado a: La actualidad filosófica de Dante Alighieri), págs. 1607-1618.

1.- Contexto histórico y político de la vida y obra de Dante

La agitada vida política de Dante Alighieri (1265-1321) se refleja en su obra, comenzando por los posicionamientos y numerosos juicios sobre personajes políticos de su época que encontramos la Divina Comedia. Obras como Convivio o De Monarquia, de estilo diferente siguen teniendo una clara intencionalidad no meramente especulativa sino de acción práctica política[1]. De procedencia noble, pronto se interesó en el gobierno de su natal Florencia, en la que en 1300 alcanza a ser elegido prior de su arte[2]. Un año más tarde viajará a Roma como embajador[3]. Pero su carrera política se verá truncada por los enfrentamientos en su ciudad entre güelfos blancos y negros, en las luchas intestinas entre las repúblicas italianas, en la injerencia de Felipe el Hermoso en la vida de la Cristiandad provocando que el papado se traslade a Avignon o en el ya viejo conflicto de las dos espadas entre Imperio e Iglesia. Sus posicionamientos políticos, era un güelfo blanco, le llevarán a ser desterrado de por vida de Florencia tras el triunfo de los negros. Las dos últimas décadas de su vida estarán sometidas a continuos cambios de residencia pero nunca más volverá del exilio, durante el que escribirá sus más importantes obras.

En 1310, llegaba a Italia de Enrique VII de Luxemburgo, elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Su propósito era restablecer el orden imperial en la península y acabar con las constantes tensiones y enfrentamientos entre gibelinos y güelfos. Este periodo fue referido así por el historiador italiano Pietro Orsi: “En medio de la anarquía imperante en una gran parte de Italia, la restauración del dominio imperial pareció a muchos el único remedio posible para restablecer la paz anhelada; quienes pensaban así saludaron con entusiasmo al caballero leal y prudente que bajaba desde los Alpes. Esta misma aspiración que hacía preferir en cada ciudad italiana el arbitrio de un jefe fuerte y único a la soberanía común discordante y facciosa, indujo a muchos a esperar que el emperador sería un juez imparcial puesto sobre todas las pasiones de partido, un presidente de la República Universal bajo cuya guía el pueblo cristiano viniese a formar una familia”. La presencia de Enrique VII, no obstante, renovó los viejos enfrentamientos entre güelfos y gibelinos, y entre los diversos intereses locales. Para colmo, el emperador falleció prematuramente en 1313. Por ello, Orsi concluye: “Con él murió también la vieja idea imperial, que había sido profesada por muchos siglos y que había hallado precisamente su interpretación más adecuada en el libro De Monarchia de Dante Alighieri”[4].

Fueron estos acontecimientos los que llevaron a Dante a elaborar el De Monarquia, escrito en latín como medio de asegurar una mayor difusión. En él expondrá sus ideas políticas y lo hace en tanto que moderado “güelfo blanco”. Ello implicaba que, frente a los gülfos negros”, Dante siendo partidario del Papa también aceptaba la autoridad del emperador. La división entre güelfos (partidarios del Papa) y gibelinos (partidarios del emperador) venía de antiguo. Con la elección a rey de Alemania de Federico I Hohenstaufen en 1152 y su coronación en 1155. En el siglo XII, los términos güelfo y gibelino se trasladaron desde la zona alemana a la italiana.  Esta terminología pasó a denominar, respectivamente, a los partidarios del partido papal y a los defensores de la causa imperial. Florencia fue una ciudad güelfa y Dante participó en las cuitas contra los gibelinos de la época[5]. De hecho, la primera noticia que tenemos de su vida, es la participación en la Batalla de Campaldino, el 11 de junio de 1289, con los caballeros florentinos güelfos contra los gibelinos de Arezzo.

Tras derrotar a los gibelinos, los güelfos se dividieron en güelfos blancos (el partido de Dante) y güelfos negros. Las dos facciones lucharon a muerte por la hegemonía política y económica en Florencia. Los güelfos blancos eran un grupo de familias abiertas a las fuerzas populares, perseguían la independencia política de Florencia y proponían una política de mayor autonomía respecto al Papado, rechazando su injerencia en el gobierno de la ciudad y en decisiones de diversa índole. Los güelfos negros, por otro lado, que representaban principalmente los intereses de las familias más ricas de Florencia, estaban estrechamente vinculados al Papa por intereses económicos, animando a la expansión de la autoridad papal en toda la Toscana.

Como hemos dicho, episodios históricos y políticos, como los relacionados con enfrentamientos dentro del partido güelfo, son tratados ampliamente en La Divina Comedia. No en vano, Dante vivió intensamente esas luchas y le costaron casi toda su hacienda y el sangrante exilio de su Florencia natal[6]. El Papa Bonifacio VIII de acuerdo con los güelfos negros, anexionó Florencia a los Estados Pontificios e iniciaron una persecución contra los güelfos blancos[7]. Tras la derrota de estos últimos, Dante fue condenado por al destierro y a pagar una gran suma de dinero junto a otros 600 güelfos blancos, partidarios también de la independencia de la ciudad. Hubo varias tentativas de los güelfos blancos para recuperar su poder y Dante participó en ellas, mas fracasaron debido a traiciones y cuitas internas. Este, disgustado por las luchas intestinas en su partido y la ineficacia de sus aliados, propuso irónicamente constituir el “partido de uno” donde él fuera el único miembro. Ese era el ambiente de discordia que reinaba en las facciones florentinas en particular y el las repúblicas italianas.

Cuando en 1310 Enrique VII invadió Italia, Dante vio en él la ocasión de la venganza, así que le escribió varias cartas (y a otros príncipes italianos) en las que le incitaba a destruir sin piedad a los güelfos negros. El tono beligerante de estas cartas impidió que tras la amnistía de la mayor parte de güelfos blancos del exilio, a él no se le perdonara[8]. Buscó entrevistarse con Enrique VII, pero este murió envenenado y así desapareció toda esperanza de volver a Florencia. De ahí, se puede afirmar que Dante Alighieri, ciudadano de Florencia, fue güelfo por nacimiento, gibelino por despecho o por gratitud.

En este contexto nacía De Monarchia, cuya tesis central es la defensa del Imperio en cuanto monarquía universal, como lo había sido -pretendidamente- en la antigüedad. Esta monarquía sería, para Dante, la forma más perfecta de organizar la sociedad humana, a la que deben supeditarse todos los otros señoríos temporales o reinos. Por su parte, el poder espiritual del pontífice se correspondería a otra esfera. Y es que los dos poderes deberían asegurar la felicidad a la que aspiran todos los hombres: el poder temporal del Imperio, mediante la justicia y la paz; y el poder espiritual de la Cristiandad, en manos del Papa, en busca de la felicidad eterna. La convivencia entre estos dos planos diferentes, sin injerencias mutuas, resultaría decisiva para lograr el orden que se percibe como natural y universal. Dicho así, De Monarquia parece una prolongación de las viejas disputas de las dos espadas que se forjó durante la Edad Media. Sin embargo, se puede afirmar, que en ella encontramos pinceladas de la primera modernidad política, al asentar las bases teóricas de un poder temporal autónomo del espiritual y propio del Papado, aunque vinculado de forma inmediata y directa con Dios.

2.- La estructura de la obra y la influencia averroísta

El pensamiento ético-filosófico de Dante está disperso a lo largo de La Divina Comedia y de la inacabada Convito o Convivio (en el Libro IV). Pero sobre todo lo encontraremos en su tratado De Monarquia, así como en las llamadas Epístolas políticas, especialmente en las V, VI, VII y XI, dirigidas estas a los príncipes, senadores y pueblos de Italia, a los florentinos, a Enrique VII y a los cardenales italianos. De Monarquia contrasta con La Divina Comedia pues, en esta, Dante recurre a la alegoría política jugando con los nombres de reyes y pontífices, de ciudades y naciones. Por el contrario, en el De Monarquia, las ideas se exponen de forma más nítida y frecuentemente escueta, a modo de manual académico de teología y estando repletas de silogismos. La estructura de la obra es clara a modo de un clásico texto de filosofía política.

En el Libro I del De Monarchia se plantea la necesidad de la monarquía, en cuanto que imperio, preguntándose si es necesaria para el bien de la humanidad. De hecho, pretende ser una demostración de la necesidad misma del imperio. En todo momento la argumentación tendrá una importante dimensión filosófica y teológica. Para Dante, como veremos, bajo la influencia de una lectura averroísta de Aristóteles plantea que la finalidad de la sociedad es el progreso intelectual o el avance en el conocimiento. Ello sólo se puede lograr si se consigue en un estado de tranquilidad y paz. Y estas sólo se alcanzan gracias al emperador. La humanidad es concebida como un compuesto de realidades sociales que deben ser coordinadas por el poder superior del emperador. La coordinación de estas partes necesita de un poder que las coordine y dirija al fin propio. Y ello es reflejo de la armonía en el universo físico regido por el Primer motor.

El Libro II está centrado en demostrar el carácter providencial del Imperio Romano y la importancia de la monarquía dentro del plan salvífico del género humano. El ejercicio de este poder Dante se lo atribuye por derecho al pueblo romano, argumentando que ese derecho se le ha asignado por la voluntad divina. Recurre para ello a exponer que la nobleza del pueblo romano tiene su origen en el mismo Eneas, que recogía la virtud de sus antepasados. Un argumento novedoso es referido a que el empleo de la ley por el imperio romano muestra su deseo de alcanzar el bien de toda la humanidad. Que el imperio romano triunfase sobre el resto de sociedades, igualmente expresaría la voluntad de Dios. En este Libro, Dante manifiesta su providencialismo, asociando el nacimiento de Cristo con el edicto para formar el censo del imperio. Sería un argumento de fe para demostrar que la autoridad de los romanos era legítima. Dante termina quejándose de que los males de Italia vienen de la donación de Constantino a Roma que, interpreta, fue tomada de forma engañosa y no correspondiendo a la intención del emperador.

Finalmente, el Libro III, en el primer capítulo, propone que la autoridad del monarca o emperador depende directamente de Dios, sin intermediarios, avanzándose así al “inmediatismo” que propondrán varias corrientes teológicas del protestantismo. Es aquí donde se puede descubrir más claramente la finalidad política del tratado. Dante propone la tipología de los que pretenden que la autoridad del emperador dependa del Papa. Por un lado, están los codiciosos, a los que no dedica muchos argumentos. Por otro lado, están los que quieren argumentar en las decretales pontificias el rango inferior de la autoridad del emperador respecto al Papa. Por último, estaría el pontífice y ciertos obispos. Son contra estos con los que pretende discutir. Dante recuerda que el Imperio es anterior a la Iglesia, y por tanto no puede recibir de ella la autoridad. Otro argumento es que la Iglesia no tiene autoridad sobre lo temporal, y por ende no puede transmitir al Imperio tal potestad. Por último, argumenta que Cristo ante Pilato rechazó el poder temporal.

Dejando de lado la estructura de la obra, y entrando en su análisis argumentativo, es evidente su preocupación por el pensamiento racional y la crítica interpretativa, siguiendo a la tendencia que se había venido perfilando desde fines del siglo XI. Las interpretaciones, a veces se apoyan en argumentos jurídicos[9] y otras veces en argumentos de fe. Por ejemplo, Dante distingue claramente, en el segundo libro, al referirse a los argumentos probatorios de la legitimidad del Imperio romano, los provienen de la razón de los que se fundan en la fe[10]. Por ello, no debe sorprender que, por ejemplo, la afirmación de que la legitimidad del Imperio romano fue probada por el nacimiento de Cristo, se desarrolla en base a la razón. Pero interesa destacar la recurrente apelación de Dante a testimonios tomados de las Sagradas Escrituras y —en menor medida— de los Padres de la Iglesia. Asimismo, se basa en los relatos de los clásicos de la antigüedad: Tito Livio, Virgilio, Ovidio, Lucano[11]. De Monarquía es todo un alarde de erudición y de lectura de textos clásicos, que Dante va aduciendo con destreza y maestría en favor de las tesis que pretende defender.

Pero no hay que engañarse, cuando Dante escribe su texto pensaba en personas concretas, contemporáneos suyos defensores de tesis opuestas a las suyas. Hay, por tanto, en su texto mucho de falacia, de sofisma, de retórica y de escolástica meramente académica pero sin contenido formal. De ahí que argumentos racionales, citas bíblicas y simbolismos o imágenes comúnmente aceptadas y utilizadas en la época se mezclen entre sí, sin rubor intelectual, para construir el texto final. La lectura del De Monarquia, para su mejor comprensión en su verdadera, nos lleva constantemente a La Divina Comedia donde encontramos premiados o castigados sus amigos o enemigos políticos.

Por otra parte, en la obra confluyen, pero sin llegar a síntesis, la formación clásica, por un lado, y la escolástica, por otro. La dificultad para entender a Dante y su obra, reside en distinguir el uso de una escolástica formal del contenido de las argumentaciones. Los conocimientos de lógica fueron aprendidos de Pedro Hispano, cuyas Summulae logicales cita y utiliza en el De Monarquia con profusión. Utiliza también a Santo Tomás de Aquino para dar justificar los conceptos de pecado original, milagro, derecho y justicia, ley en general, bien común, ley natural y noción y aplicación de los conceptos de entendimiento agente y paciente. Pero Dante no un tomista como algunos han querido ver. Su maestro, Remigio de Girolami, prior del convento de Santa María Novella, a través de sus Tractatus de bono pacis y Tractatus de justitia, le inculcó el averroísmo. Cuando en De Monarquia nos habla de la necesidad de la paz, a la hora de justificar su tesis, Dante propone que el género humano tiene un fin propio y, por ende, una operación intelectual propia que ni el individuo ni comunidad alguna son capaces de alcanzar por sí mismos. En este punto crucial Dante descubrimos el averroísmo de Dante y el alejamiento de la interpretación tomista de Aristóteles.

Entre las tesis del averroísmo, una especialmente atañe a la filosofía política de Dante y su concepción del imperio como desarrollo propio y autónomo de la naturaleza humana. Esta tesis propone la existencia de una razón humana referida a un entendimiento único y universal. Para el autor, sólo una estructura supraindividual del entendimiento explicaría que un sujeto particular pueda inteligir. Esta peculiar concepción del entendimiento humano establecería una relación indisoluble, de relevantes consecuencias políticas, entre el ejercicio de la inteligencia particular y lo común con otros. Con otras palabras, el individuo no piensa ni entiende si no es siempre dentro de una comunidad intelectual y conceptual previa. Para Dante, la misma poesía está movida para proseguir el trabajo intelectual del que es receptora la humanidad, en cuya razón Dios ha impreso un indeleble amor a la verdad[12].

La materia del De Monarquia no se dirige a la especulación, sino a la acción y puesto que en la filosofía política el fin juega el papel del principio, el principio del De Monarchia habrá de existe como propio un fin de la sociedad civil universal del género humano[13]. Influido por el concepto de entendimiento averroísta, Dante concluirá que: “Hay, en efecto, una operación propia de toda la humanidad, a la que se ordena todo el género humano en su multiplicidad; operación, ciertamente, que no puede llegar a realizar ni un hombre solo, ni una sola familia, ni un pueblo, ni una ciudad, ni un reino en particular”[14]. Por tanto, la perfección última de la humanidad en su conjunto no será una potencia participada por otras especies distintas de la humana ni propia de los individuos racionales. De ahí que la humanidad sea ontológicamente merecedora de un modo de perfección inaccesible para otros seres.

Así, Dante afirma que la vida feliz, que nadie está en condiciones de alcanzar por sí mismo, presupone la ley ontológica según la cual distintas cosas ordenadas a un fin se estarán gobernadas por la más noble de las mismas. Así pues, la monarquía representa un remedio eficaz contra la infirmitatem peccati[15]. Es de esperar que el monarca, al poseerlo todo y no pudiendo desear más que lo que tiene, carezca de ambiciones y favorezca la paz entre los ciudadanos, así como entre los reinos. Se consolida así la idea de que sólo el imperio puede encaminar a la humanidad en cuanto tal a su fin ideal. Sólo bajo estos presupuestos filosóficos, entenderemos la importancia del concepto imperium para su obra.

3.- Concepto de Imperium en el De Monarchia

Dejando de lado los trasfondos políticos, debemos analizar con más detalle el pensamiento de Dante respecto a “la monarquía temporal, llamada Imperio”. Este queda definido como “el Principado único, superior a todos los demás poderes en el tiempo y a los seres y cosas que por el tiempo se miden”[16]. Dante enumerará los tres aspectos que incluye la noción de Imperio universal: su necesidad, la legitimidad del Imperio romano -para convalidar así la herencia que de él reivindicaron los emperadores germánicos-, y la dependencia del Imperio directamente de Dios, sin mediación del Papado. La idea de Imperio universal surge en Dante, al igual que en todo el pensamiento medieval, como consecuencia de la idea de unidad. El universo fue comprendido como un todo creado por Dios cuyas partes tienden armónicamente a un objetivo común.

Cada una de las partes, a su vez, es inteligida como un microcosmos, reflejo del macrocosmos que es la creación: por eso para Dante es licito comparar al individuo con la familia, la aldea, ciudad, reino e imperio ya que en cada una de estas entidades está reproducido el principio creador y todas deben armonizarse[17]. El orden natural es, por tanto, orden divino que se debe buscar y seguir. Por ende, el orden social contra natura será ilícito o aberrante. La unidad de la humanidad queda justificada, como hemos dicho, por la operación que es propia y característica del género humano: “comprender, por medio de un intelecto posible”[18]. Esta fuerza intelectiva tiene como objeto la acción ya que el objetivo de la humanidad es la acción inteligente o la acción impulsada por la razón. Para que esta acción sea eficaz, sólo existe un medio adecuado: la paz, como ya hemos señalado. En efecto, “como lo que conviene a la parte conviene al todo, y en el hombre particular ocurre que, con la inmovilidad y el descanso, adquiere prudencia y sabiduría, resulta evidente que el género humano, en la quietud y tranquilidad de la paz, más libre y fácilmente podrá dedicarse a su obra propia, que es casi divina”[19].

Con todo lo propuesto, Dante puede dar un paso más y establecer la necesidad del Imperio como consecuencia del principio de unidad y del fin propio de la humanidad. Bajo estas premisas, el argumento es contundente: es preciso que haya quien conduzca al género humano al cumplimiento de su objetivo. Si en el individuo ese conductor es la fuerza intelectual, en el hogar lo es el pater familiae, en la aldea y en la ciudad conviene que haya un gobierno único y en el reino particular un rey, también conviene para el género humano “que haya uno que mande, o reine: y este debe ser llamado Monarca o Emperador. Y así resulta evidente que, para el bien del mundo, es necesaria la Monarquía, o sea el Imperio”[20]. Este razonamiento lleva inevitablemente a afirmar que el Imperio es necesario para bien del mundo porque su unicidad imita el modelo de la naturaleza, es decir, del cielo, cuyo motor es Dios[21].

Otra consecuencia inmediata de esta argumentación es que la existencia del emperador es, más que deseable, necesaria al género humano para lograr el cumplimiento de su fin. Pero su existencia no niega las entidades políticas menores. Los más importantes de estos poderes son, naturalmente, los reinos. Como en toda su obra, Dante busca para cada afirmación un hecho político que pueda realzarla. Así, la consistencia de los reinos temporales quedaría simbolizada en la victoria de Felipe el Hermoso sobre Bonifacio VIII. Ello parecería un retroceso del principio universal enunciado anteriormente, pero, ello no es aceptado por el autor de La Divina Comedia, quien reprocha a los “juristas presuntuosos” que no admiten que la superioridad del Imperio romano ha sido querida por Dios[22]. El deseo divino justifica el empleo de la fuerza contra quien se oponga a él. En una exhortación que Dante, en 1311, dirige a Enrique VII, le anima a atacar Florencia porque ésta “resiste él ordenamiento de Dios, adorando al ídolo de su propia voluntad, cuando al rechazar a su legítimo rey [Enrique de Luxemburgo], no se avergüenza, en su locura, de pactar con un rey que no es el suyo, derechos que no son suyos, para lograr el poder de obrar contra justicia”.

Lógicamente, el fundamento de la superioridad del emperador sobre los reyes es inseparable del carácter “de necesidad” del Imperio. Esta “necesidad” se manifiesta en el carácter “inmediatista” de la fuente de la autoridad imperial proviene directamente de Dios, quien revela su voluntad a los electores. Por el contrario, la de los reyes y gobernantes se origina en la voluntad del Emperador[23]. Y respecto del género humano, objeto de esa autoridad, su relación con el Emperador es directa, y con los monarcas indirecta, a través de aquél[24]. Dejando de lado el origen de la autoridad, al igual que el imperio, la existencia de los reinos y demás entidades políticas menores son concebidas también concebidas como necesarias: “cuando se dice que el género humano puede ser regido por un príncipe supremo; no debe entenderse que cualquier pleito menor de cualquier municipio haya de ser sometido a su decisión inmediata; pues las leyes municipales pueden ser deficientes y necesitan dirección […]. Las naciones, reinos y ciudades, poseen cualidades propias, que conviene regular con leyes diferentes”[25].

Aunque el Imperio es el poder máximo u óptimo, ello no significa que Dante conciba su poder como absoluto o arbitrario. Muy por el contrario, el comportamiento del monarca universal está sujeto a la necesidad de “conducir según las enseñanzas filosóficas, al género humano hacia la felicidad temporal”[26]. Y hasta el propio emperador debe actuar conforme a derecho: “no le es lícito al Imperio hacer nada contra el derecho humano”[27]. Por eso, en el De Monarquia, se propone que el emperador y todo gobernante “son servidores de los demás”[28], y su misión es asegurar el imperio del orden y, en consecuencia, de la justicia[29]. Él es considerado la suprema instancia, el árbitro de príncipes o reyes. Y su misión última, como ya se ha señalado reiteradamente, reside en asegurar la paz y la libertad a sus súbditos, ya que éstas son garantía del cumplimiento de la misión de actuar inteligente propia del género humano. La misión de todo gobernante, trátese del monarca universal o de quienes presiden las entidades políticas menores, es atender a la conservación de la paz y la libertad de sus súbditos[30].

La apología del Emperador, no excluye en Dante una concepción aristocrática de gobierno, esto es, de los más capaces. Esto concuerda con la idea de que el gobierno de los hombres debe imitar el ejemplo de la naturaleza, que es lo mismo que decir el ejemplo divino. Si el emperador ha de ser necesariamente el mejor, en las entidades políticas menores, su gobierno debe estar en manos de los más aptos[31]. El posicionamiento de gobiernos aristocráticos en Dante, corresponde esencialmente a su propia condición burguesa, una condición vinculada en la edad Media a los poderosos gremios o artes. Al principio ya vimos cómo Dante participó en la vida política de Florencia gracias a su adscripción a uno de los gremios. Pero de esta concepción, no debemos equivocarnos y llegar a la falsa conclusión de que en la obra de Dante pesa la escolástica y el pensamiento medievalizante. Antes al contrario, en el De Monarquia se encuentran los principios argumentativos de la modernidad política y encontraremos primeramente reproducidos en el protestantismo.

4.- Conclusión: la modernidad en el De Monarchia

Algunos comentaristas han querido ver en Dante el contrapunto medieval al Maquiavelo renacentista. Sin embargo, la categorización de nuestro autor como representante de la filosofía política medieval no sería acertada. En él hay muchos rasgos distintivos de lo que será la primera modernidad política y su divinización del poder para oponerlo a la autoridad papal. Por tanto la proclamación de la autonomía política y su divinización como expresión directa de la voluntad de Dios no son incompatibles. Ciertamente, en el De Monarquia laten conceptos aristotélicos y tomistas. O también resuenan los anhelos de paz que se encuentran en la Ciudad de Dios de San Agustín. Pero hay que saber situar los contenidos y las intenciones.

Ciertamente, el ambiente de guerra de todos contra todos y de disolución moral en los individuos y los pueblos que experimentó Dante, le llevan a buscar en la paz la justificación del Imperio. Pero no es menos cierto que su defensa del Imperio esconde su drama y posicionamiento político. Igualmente, esconde un panteísmo de corte averroísta al considerar indirectamente un entendimiento agente único para toda la especie humana. Sólo desde esta perspectiva, la humanidad como una realidad ontológica, se debe entender su propuesta de ésta se perfecciona plenamente recorriendo el “camino de la pax uniiversalis”. Para Dante ese camino es “la última potentia de toda la humanidad”. La pax universalis es por tanto la tarea moral y política del hombre al servicio de la humanidad. Así descubrimos que el De Monarchia es un escrito más comparable a La Paz Eterna de Kant, que al Del gobierno de los príncipes de Santo Tomás.

Giorgio Agamben es partidario de esta posición al afirmar que: “la filosofía política moderna no comienza con el pensamiento clásico, que había hecho de la contemplación, del bios theoreticós, una actividad separada y solitaria (“exilio de uno solo cabe uno solo”), sino sólo con el averroísmo, es decir, con el pensamiento del único entendimiento posible común a todos los hombres, y, significativamente, en el punto en el que Dante, en Monarchia, afirma la inherencia de una multitudo en la misma potencia del pensar: `Puesto que la potencia del pensamiento humano no puede ser íntegramente y simultáneamente actualizada por un solo hombre o por una sola comunidad particular, es necesario que se dé en el género humano una multitud a través de la cual la potencia entera sea actuada […]. La tarea del género humano, tomado en su totalidad, es la de actuar incesantemente toda la potencia del entendimiento posible, en primer lugar con vistas a la contemplación y, por consiguiente, con vistas a la acción´”[32].

Un análisis detallado del pensamiento político nos desvela la extraña síntesis, o al menos emparejamiento, entre la exaltación de la libertad cívica y el determinismo bajo múltiples formas. La pugna que plantea Rousseau entre la Voluntad individual y la Voluntad General, no deja de ser el planteamiento dialéctico panteísta de Averroes entre un entendimiento individual y otro universal. Esta dialéctica, en forma más confusa pero no menos real la encontramos entre la negación del libre albedrío protestante y el voluntarismo divino ejercido de forma inmediatista sobre los gobernantes. Es desde esta perspectiva desde la que debemos leer el De Monarquia, y que nos acerca a Dante más a Marsilio de Padua que a Santo Tomás.

Por eso, no es de extrañar que los argumentos sobre el imperio y la autoridad del gobernante se vean reproducidos dos siglos más tarde en las disputas protestantes contra el Papado y su autoridad. El derecho divino de los reyes, en cuanto categoría política moderna, será recogido tanto por Lutero como por Calvino y tendrá una clara relación con el inmediatismo como trasmisión de la voluntad divina, tal y como ya diseñara Dante: “la autoridad del monarca temporal, sin ningún intermediario, desciende sobre éste desde la fuente de la Autoridad universal”[33]. Muy posteriormente, el gran sistematizador de las ideas protestantes ya secularizadas, Hobbes, afirmará: “el rey, y cualquier otro soberano, desempeña su cargo de pastor supremo por autorización inmediata de Dios, es decir por derecho divino, iure divino”[34].

El derecho divino de los reyes es, como hemos dicho, una categoría política moderna, que arraigó tras el cisma anglicano y para dar preponderancia al poder político enfrentado al Papa. Con el tiempo, el protestantismo secularizado mantuvo ese carácter pseudo divino del poder político. Y como diría Max Stirner, tras la Revolución Francesa, sólo hubo que cambiar el poder divino de los reyes, por el poder divino de los pueblos.

Javier Barraycoa

Bibliografía

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[1] Cf., García, Jurado, R., “Dante y Maquiavelo. De la teoría política medieval a la moderna” en Estancias. Revista de Investigación en Derecho y Ciencias Sociales, año 1, núm. 2, julio-diciembre 2021, pp. 15-41.

[2] Dante se integró al arte (gremio) VI, el de médicos y boticarios. Con esa decisión ingresó a la vida política, en la que tuvo éxito desde un principio. El 5 de junio de 1296 fue declarado miembro del “Concejo de los cien” y en junio 1300, de regreso de una embajada exitosa a la ciudad de San Gimignano, fue nombrado Prior de su Arte.

[3] Cuando el cardenal Mateo d’Acquasparta pidió a Florencia cien caballeros perfectamente equipados y con futuros gastos cubiertos para que sirvieran en una empresa de Bonifacio VIII, los florentinos se los negaron. Por lo que los güelfos de esta ciudad Estado temiendo la excomunión, decidieron mandar embajadores que debían justificar la decisión tomada. En esta misión partieron Dante Alighieri, Maso di Ruggerino Minerbetti y Corazza da Signa.

[4] Orsi, P., Historia de Italia, Labor, Barcelona, 1927, pp. 133 y 134.

[5] Los gibelinos fueron dueños de la ciudad hasta 1267, cuando perdieron definitivamente el poder en esta fecha, merced al apoyo al partido güelfo por parte de Carlos de Anjou y Clemente IV.

[6] Mientras Dante vivía en el exilio, su mujer se quedó en Florencia para evitar que todos sus bienes fueran confiscados.

[7] Los güelfos negros pidieron al Papa que enviaran a Carlos de Valois ocupando la ciudad. Aceptada la sugerencia su consecuencia fue que la tropa francesa se adueñó de Florencia imponiendo un régimen de terror.

[8] 31 de marzo de 1311, dirigida «a los malvados florentinos que residen en la ciudad»: “La piadosa providencia del eterno Rey / . . . / ha dispuesto que la humanidad entera sea gobernada por el sacro imperio de los romanos, para que el género humano, bajo la serena seguridad de una defensa tan grande, viviese tranquilo y en todas partes se lograse, como exige la naturaleza, una vida civilizada”.

[9] Dante pasó por la Escuela de Derecho de Bolonia, donde asumió la crítica a la donación de Constantino. Cf- De Monarquia, III, 10.

[10] De Monarquia, II, 11.

[11] Se registran más de ochenta referencias a las Escrituras. De los Padres de la Iglesia y filósofos cristianos, menciona a Orosio cuatro veces, a Agustín y Boecio dos, una a Gilberto de Poitiers, Pedro Lombardo y Tomás de Aquino. También a San Martín de Dumio, pero atribuyendo su obra a Séneca.

[12] Convivio, I, 1.

[13] De Monarquia, I, 2.

[14] De Monarquia, I, 3.

[15] De Monarquia, III, 4.

[16] De Monarquia, I, 2.

[17] De Monarquia, I, 2.

[18] De Monarquia, I, 4.

[19] De Monarquia, I, 5.

[20] De Monarquia, I, 7.

[21] De Monarquia, I, 11.

[22] De Monarquia, II, 11.

[23] De Monarquia, III, 16.

[24] De Monarchia, I, 13.

[25] De Monarquia, I, 13.

[26] De Monarquia, III, 16.

[27] De Monarquia, III, 10.

[28] De Monarquia I, 4.

[29] De Monarquia, I, 12-13.

[30] De Monarquia, I, 7.

[31] De Monarquia, II, 7.

[32] Agamben, G. – “Forma-di-vita”. en AA.VV., Politica. Cronopio, Napoli, 1992, p. 113.

[33] De Monarquia, III, 16.

[34] Hobbes, Th., Leviatán, III, c. 42.

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