ORÍGENES DE LA CELEBRACIÓN DEL 11 DE SEPTIEMBRE: INICIOS DE UN MITO

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Los pueblos olvidan rápido y tras la Guerra de Sucesión, en breve Cataluña había acogido la nueva situación incluso con entusiasmo. Sorprendentemente la primera vez que se quiso conmemorar la derrota del 11 de septiembre, no fue con ningún motivo político, sino esencialmente religioso. Fue el año de 1886, cuando aún no se había formado ningún partido catalanista. Eso sí, existía lo que podríamos llamar un catalanismo cultural, literario y un deseo de recuperar (o modelar) la historia de Cataluña bajo los cánones románticos imperantes. Este movimiento era esencialmente católico y conservador en sus orígenes. El acto consistió en la celebración de una misa en la magnífica basílica gótica de Santa María del Mar, en cuyo cementerio (fossar) adyacente descansaban los restos de algunos de los defensores de la ciudad en 1714. Por aquel entonces los republicanos federales y los movimientos más revolucionarios, repudiaron desde sus publicaciones dicha convocatoria pues la veían como una beatería y una cosa de «derechas».

Esa celebración no hubiera ido a más sino fuera porque el sermón, a cargo del canónigo de Vich, mosén Collell, se había de pronunciar en catalán. Pero llegó la orden de las autorida- des civiles de que si iba a ser así se prohibiría la celebración. La interdicción ocurrió gobernando en Madrid Sagasta, del Partido Liberal, léase las «izquierdas» del sistema del momento. Aunque parezca mentira la izquierda española de entonces, salvo alguna excepción, consideraba que se había de construir un Estado según el modelo francés: centralista y uniformizador. Por tanto, la lengua oficial debía ser el castellano. Se acabó celebrando la misa, pero sin sermón. Mosén Collell era el entusiasta director de La Veu de Montserrat, una revista religiosa que iría derivando cada vez más hacia posiciones de catalanismo político. Era amigo del afamado poeta Verdaguer y compañero de Torras i Bages, el obispo de Vich que había fundado la Lliga espiritual de la Mare de Déu de Montserrat. A partir de 1900, la misa por los «mártires» de 1714 fue convocada o cialmente por la Lliga espiritual de la Mare de Déu de Montserrat. Por tanto, era aparentemente un acto esencialmente religioso y accidentalmente catalanista.

La estatua de Casanova se convirtió en un punto de encuentro y protesta ante lo que los conservadores consideraban un atropello del gobierno central.

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Homenaje A Rafael Casanova en la Diada de 1914.

Dos años después de la relatada primera misa del 11 de septiembre, ocurrió algo paradójico. Por un lado, se inauguraba la Exposición Universal de 1888 en Barcelona. Con motivo de ello se mandó elaborar una escultura dedicada a Rafael Casanova. Por otro lado, el gobierno liberal de Sagasta decretó la unicación del código civil, relegando el uso del código civil catalán. Ello fue visto como un ataque del liberalismo centralista por muchos sectores de la sociedad catalana que iban desde los conservadores catalanistas hasta los escasos republicanos federalistas. La estatua de Casanova se convirtió en un punto de encuentro y protesta ante lo que los conservadores consideraban un atropello del gobierno central.

En la medida que pasaron los años, y con estas tensiones políticas, la celebración del 11 de septiembre se fue institucionalizando en el mundo catalanista, y más en la medida que ya se iba preconfigurando como un movimiento político. A partir de 1891, los actos se extendieron por toda Cataluña promovidos por el Foment Catalanista, una asociación adherida a la Unió Catalanista que a su vez estaba controlada por catalanistas conservadores. Los actos que se celebraban siempre eran iniciados por una misa y luego disertaciones o conferencias de un marcado carácter conservador y tradicional. En 1894 se iniciaron las primeras marchas y ofrendas orales a la estatua de Rafael Casanova. Corría el año 1901, el catalanismo cultural y religioso se estaba transformando en un movimiento claramente político y era inevitable que, tarde o temprano, la violencia surgiera en torno a ese acto precisamente por su carácter conservador.

En 1894 se iniciaron las primeras marchas y ofrendas orales a la estatua de Rafael Casanova. Corría el año 1901, el catalanismo cultural y religioso se estaba transformando en un movimiento claramente político y era inevitable que, tarde o temprano, la violencia surgiera en torno a ese acto

En la ofrenda oral aparecieron los lerrouxistas (republicanos laicistas y profundamente españolistas y anticatalanistas) y hubo confrontaciones más que leves. Al acabar los tortazos, fueron detenidos treinta catalanistas que fueron considerados los nuevos mártires de 1714. Por aquel entonces en Madrid había vuelto a gobernar el liberal Sagasta y en Barcelona el alcalde era Juan Amat y Somartí, que pertenecía a la Junta Liberal Monárquica.

En 1905 fue la Liga Regionalista, el primer partido catalanista, fundado por Prat de la Riba —profundamente conservador y servidor de los intereses de la burguesía catalana— la que convocó el acto del 11 de septiembre. Ya no era un acto religioso sino netamente político. Por primera vez se hizo un llamamiento a adornar los balcones con banderas catalanas. El gobernador civil, que recibía órdenes de Madrid, lo prohibió y puso fuertes multas a los que desobedecieron. Nuevamente, el Gobierno de España en aquel momento estaba en manos de Eugenio Montero Ríos, miembro del Partido Liberal (de izquierda). Anteriormente en el Sexenio Democrático, Eugenio Montero había sido un hombre de con anza del masón general Prim y fue de los que apostó por la Primera República en la que ocupó cargos importantes.

año tras año los incidentes e impedimentos que sufría la conmemoración siempre tenían como causa, en última instancia, la repugnancia que esta celebración producía en las izquierdas. A veces incluso la excusa fueron la existencia de huelgas generales, como la famosa huelga en la Canadiense

En las diadas de 1912 y 1913 fueron prohibidas las ofrendas florales por el Ayuntamiento de Barcelona, que estaba gobernado por los republicanos lerrouxistas. Y así, año tras año los incidentes e impedimentos que sufría la conmemoración siempre tenían como causa, en última instancia, la repugnancia que esta celebración producía en las izquierdas. A veces incluso la excusa fueron la existencia de huelgas generales, como la famosa huelga en la Canadiense. Ciertamente, la ofuscación obrerista se cernía sobre la burguesía catalana y en sus actos identitarios como el 11 de septiembre. Cuando llegó la Segunda República en 1931, el mito de Rafael Casanova estaba consolidado, pero el catalanismo conservador estaba a la baja, siendo sustituido por un catalanismo de izquierdas representado por Esquerra Republicana de Cataluña (ERC).

Por eso no es de extrañar que, en la Diada de 1935, los representantes de la Liga Regionalista, a la hora de ir a realizar la ofrenda oral, fueran recibidos con inusitada hostilidad y violencia por parte de los republicanos. Ya en plena Guerra Civil las celebraciones del 11 de septiembre nada tenían que ver con sus orígenes piadosos. Se transformaron en meros alegatos contra el fascismo. Los pobres defensores de 1714, apenas hubieran entendido —si hubieran levantado la cabeza de sus tumbas— qué tenían que ver aquellos actos y discursos con ellos.

Visto lo visto, nada tiene que ver lo que actualmente se celebra en la Diada del 11 de septiembre, con lo que sus iniciado- res decimonónicos pretendían.

 

Fuente: Eso no estaba en mi libro de historia de Cataluña, de Javier Barraycoa

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