Los males de Cataluña y sus remedios (2): El inmanentismo

 

Parte 1 – El mal del liberalismo

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El mal del inmanentismo

En esta misma revista (Verbo), en un inolvidable artículo de Francisco Canals se exponía la uno de los aspectos más nucleares para la comprensión del nacionalismo: “El nacionalismo es al amor patrio lo que es un egocentrismo desordenado en lo afectivo (…) El nacionalismo, amor desordenado y soberbio de la “nación”, que se apoya con frecuencia en una proyección ficticia de su vida y de su historia, tiende a suplantar la tradición religiosa auténtica, y sustituirla por una mentalidad que conduce por su propio dinamismo a una “idolatría” inmanentista (…) El catalanismo está empujando siempre a los catalanes a avergonzarse de lo que han sido, y a ocultar todo aquello que en su historia no resulta coherente con la ‘Catalunya de paper’ que Torras y Bages denunciaba (…) El catalanismo se ha ejercido en dirección antitética a la tradición catalana. (…) El idealismo romántico que inspira al nacionalismo relativiza y subordina al mito metafísico de la ‘nacionalidad’ todos los bienes humanos, naturales y sobrenaturales. (…) El nacionalismo corre el riesgo de convertirse en una enfermedad mental colectiva“[1].

Cabe destacar de este intenso texto dos apreciaciones. Por un lado el carácter idolátrico del nacionalismo al desviarse el sano amor a la patria tal y como queda reflejado, por ejemplo, en la Suma teológica. De ello se derivaría en boca del propio Canals en una especie de narcisismo colectivo. Por otro lado, el carácter inmanentista, idolátrico y por lo tanto panteísta del nacionalismo, que ha sido detectado por muchos autores[2]. Respecto al panteísmo hay que decir que las condenas sobre el nacionalismo –que algunos teólogos niegan que se hayan producido nunca-, precisamente por ser un inmanentismo, las encontramos en los siguientes puntos de la Mit brennender Sorge: “26. Venerables hermanos, ejerced particular vigilancia cuando conceptos religiosos fundamentales son vaciados de su contenido genuino y son aplicados a significados profanos. 27. Revelación, en sentido cristiano, significa la palabra de Dios a los hombres. Usar este término para indicar las sugestiones que provienen de la sangre y de la raza o las irradiaciones de la historia de un pueblo es, en todo caso, causar desorientaciones. Estas monedas falsas no merecen pasar al tesoro lingüístico de un fiel cristiano. […] 29. La inmortalidad, en sentido cristiano, es la sobrevivencia del hombre después de la muerte terrena, como individuo personal, para la eterna recompensa o para el eterno castigo. Quien con la palabra inmortalidad no quiere expresar más que una supervivencia colectiva en la continuidad del propio pueblo, para un porvenir de indeterminada duración en este mundo, pervierte y falsifica una de las verdades fundamentales de la fe cristiana y conmueve los cimientos de cualquier concepción religiosa, la cual requiere un ordenamiento moral universal. Quien no quiere ser cristiano debería al menos renunciar a enriquecer el léxico de su incredulidad con el patrimonio lingüístico cristiano”[3].

Este ontologismo inmanentista llega hasta la exasperación cuando se otorga al marco geográfico (por no decir telúrico) de Cataluña, la fuerza de engendrar nuevos catalanes, aunque fueran extinguidos bológicamente.

Esta condena, perfectamente podría aplicarse sobre uno de tantos textos “racialistas” que proliferaron entre los intelectuales catalanistas del primer tercio del siglo XX. A modo de ejemplo en Herejías de Pompeu Gener, se afirma: “... de los estudios etnográficos, geográficos, climatológicos e históricos, [Cataluña] resulta ser una nación por la fusión de razas arias casi en su totalidad. Con un medio ambiente especial, con un pasado glorioso, con tradiciones propias, con una lengua literaria que ha dado grandes obras maestras, reinando sobre todo el Mediterráneo. Por tanto [los catalanistas] apoyan su aspiración a la autonomía, no sólo en el pasado histórico, sino en algo más hondo, en la raza, en la diferenciación antropológica, en la psicología y la lingüística, en el medio ambiente y en la directriz de la evolución, según el genio de la nacionalidad catalana, cuyas lineaciones una inducción seria determina. (…) Quisiéramos organizar Cataluña conforme el carácter que nos da la raza, el clima, la vegetación, la situación geográfica y las altas tradiciones de las edades pasadas, todo en armonía con el movimiento general de la civilización europea, con un gran esplendor de arte, de ciencia, de filosofía y de manifestaciones vitales”[4].

Este ontologismo inmanentista llega hasta la exasperación cuando se otorga al marco geográfico (por no decir telúrico) de Cataluña, la fuerza de engendrar nuevos catalanes, aunque fueran extinguidos bológicamente. Apropósito es increíble el siguiente texto: “… si fuera tan grande nuestra desventura que la gente catalana fuera del todo esclavizada y totalmente destruida, y no quedara ni una sola mujer catalana para parir; con la sangre de los vencedores, con esas u otras apariencias, nuestro paisaje volvería a producir con los siglos otra raza catalana tan esencialmente catalana como la nuestra”[5]. La relación de este tipo de pensamientos con el nacionalismo alemán es más que evidente y nos recuerda a Fichte cuando afirma que: “pueblo y patria en esta significación como portador y prenda de la eternidad telúrica y como aquello que puede ser eterno en este mundo”[6]. El hecho -consciente o inconsciente- de divinizar la nación, sólo puede desatar patologías colectivas como el narcisismo.

Javier Barraycoa

NOTAS

[1] Francisco Canals, La Cataluña que pelea contra Europa, en Verbo, nº347-348, 1996.

[2] Por ejemplo: “El nacionalismo, el comunismo, el fascismo, todas las pseudoreligiones del siglo XX, son típicas idolatrías del futuro”, Aldous Huxley, Sobre la divinidad: ensayos, Kairós, Barcelona, 2009, p. 93.

[3] Pío XI, Encíclica Mit brennender Sorge, 14 de marzo de 1937.

[4] R Gener, Herejías, citado por Enric Ucelay-Da Cal, El imperialismo catalán. Prat de la Riba, Cambó, D’Ors y la conquista moral de España, Barcelona, Edhasa, 2003, pág. 274.

[5] “si fos tan gran la nostra desventura que la gent catalana fos del tot dominada, esclavitzada i totalment destruida, i no restes ni una dona catalana per a parir; amb la sang dels vencedors, amb aquei-xes o unes altres aparences, el nostre paisatge tornaría a producir amb els segles una altra raça catalana tan essencialment catalana com la Nostra”, Ángel Duarte, “La ciutat, el paisatge i la nació. Una lectura de l’obra de Pere Coromines”, en Estudi General 13, Universitat de Girona 1993, pág. 100. En este trabajo hacía notar la similitud con los argumentos de gente tan dispar como Enric Prat de la Riba o Antoni Rovira i Virgili. Cf. Santiago Izquierdo, Pere Coromines (1870-1939), Catarroja-Barcelona, Afers, 2001. Angel Duarte, Op. cit. p 167.

[6] J. G. Fichte, Discursos a la nación alemana, Taurus, Madrid, 1968, p. 148.

 

7 comentarios en “Los males de Cataluña y sus remedios (2): El inmanentismo

  1. Los Patriotas españoles no somos nacionalistas, somos nacionales que es muy distinto.
    Aldous Huxley mete teorias distintas en el mismo saco sin razonar, en un clarisimo apoyo al sistema.

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