El sueño eterno

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El sueño eterno significó la cima del cine negro. Un magistral Howard Hawks en la dirección y la interpretación de Humphrey Bogart y Lauren Bacall, dieron forma a la novela homónima de Raymond Chandler. Entre las leyendas hollywoodenses cuentan que el guion era tan enrevesado que el director y los guionistas tenían que llamar al autor de la novela para que les indicara que pasos seguir y, en definitiva, dilucidar quién era el malo o quién estaba vivo o muerto. Alguien definió esta obra maestra del cine en blanco y negro como una película con “demasiados personajes y demasiados entre enrevesados diálogos, escenarios y muertos en un mar de escenarios y giros confusos”. Y no sé por qué, esta definición le viene como anillo al dedo al “prucés”.

Si bien la película de Howard Hawks mantiene la tensión en todo momento hasta el minuto final, el “prucés” más que un sueño eterno, se está convirtiendo en un sopor perpetuo. El final se va alargando y estirando como un chicle. Y cuando parece que ya no da más de sí, algún guionista es capaz de darle otro estirón. Y eso es lo que más y menos están intentado los dos partidos separatistas enfrentados: Junts pel Si y ERC. La última boutade colectiva para mantenernos en el espejismo eterno es la aparatosa idea de investir a Puigdemont en Bruselas. Una idea que “suena bien”, dicen los de ERC para contentar a su víctima propicia Puigdemont. Pero claro, hasta un alumno primerizo de Derecho podrá entender que la cosa es algo esperpéntica. Los defensores de la democracia, democracia, democracia (el lema electoral de ERC en las últimas elecciones fue: “La democracia siempre gana”), están dispuestos a no dejar una ley en pie. La investidura de las coles de Bruselas, por llamarla de alguna forma, la realizaría una Asamblea de Electos; entre los que se encontrarían hasta los alcaldes independentistas. ¡Cómo si alguien les hubiera elegido para investir presidentes en vez de administrar sus poblaciones.

El soberanismo vive en un sueño eterno del que no quiere despertar. Y esta fase nos recuerda el ensueño en el que vivieron los catalanistas en su debacle a partir de 1938. Más en concreto, Puigemont nos recuerda a Josep Irla, gerundense, que nunca acabó estudios y en política se hizo así mismo. En 1938, cuando las tropas de Franco ya entraban el Lérida, aceptó ser, como buen “tonto útil”, el presidente del Parlamento de Cataluña pues ya nadie aspiraba a ese cargo (nos recuerda a Mas cuando le cedió la presidencia de la Generalitat a Puigdemont). Tras la guerra, al ser fusilado Companys, y sin que nadie le hubiera votado, Irla se autoproclamó automáticamente presidente de la Generalitat. Daba igual las normas o leyes para la elección del cargo. La cuestión era mantener la fantasía de una Generalitat viva e ininterrumpida. No importaban las leyes estatutarias o que Irla ni siquiera pisara jamás el Palau de la Generalitat tras su autoproclamación en el exilo.

En 1950, y tras sufrir mil conspiraciones por parte de los propios catalanistas en el exilio, decidió dimitir tras diez años en el “cargo” sin que nadie lo hubiera elegido. Escribió una carta a Josep Tarradellas en la que le reconocía que se sentía viejo y enfermo; y que preparara la elección para un nuevo presidente. Tarradellas, ni corto ni perezoso, vio la ocasión que siempre había soñado: ostentar el cargo de “Molt Honorable”. El 5 de agosto convocó en México una reunión del pleno del Parlamento de Cataluña, en la embajada de la República Española en México. Asistieron ocho diputados para la elección y llegaron unos pocos votos más por correo. Y claro, Tarradellas ganó la presidencia. Aunque esta elección fue una astracanada, permitió mantener el sueño del autogobierno a los catalanistas en el exilio. Aunque eso sí, Tarradellas que era un hombre frío y racional hasta la médula, renunció a formar gobierno. El argumento era más que contundente: “el poder es para ejercerlo” y “Todo menos hacer el ridículo”, son dos de las frases que espetó a los que le exigían que nombrara un gobierno en el exilio. ¿Para qué? Tarradellas era consciente que el catalanismo sólo necesitaba una ilusión sobre la que sustentarse y con un presidente, aunque sin gobierno, era más que suficiente.

Y el tiempo le dio la razón. Mantuvo en el limbo al catalanismo hasta la muerte del general Franco y regresó a España como si la Generalitat hubiera estado funcionando a pleno rendimiento durante cuarenta años. Daba igual, las masas se alimentan de símbolos y esperanzas. ¡Cuán parecido y cuánta diferencia entre Tarradellas y Puigdemont! La diferencia reside en que en sus últimos años de vida, Tarradellas había despertado del sueño y tenía ataques de realismo y clarividencia, como la carta privada escribía un 26 de marzo de 1981 al entonces director de La Vanguardia, Horacio Sáenz de Guerrero. Tras el golpe de Estado del 23-F, éste decidió publicarla el 16 de abril del mismo año. El escrito es más que revelador estaba dedicado a advertir a los catalanes sobre Pujol, pero ustedes lo pueden aplicar a cualquiera de sus sucesores: “Era inevitable la ruptura de la unidad de nuestro pueblo … Es desolador que hoy la megalomanía y la ambición personal de algunos, nos hayan conducido al estado lamentable en que nos encontramos y que nuestro pueblo haya perdido, de momento, la ilusión y la confianza en su futuro. ¿Cómo es posible que Cataluña haya caído nuevamente para hundirse poco a poco en una situación dolorosa, como la que está empezando a producirse?”.

La película El sueño eterno, que contó con tres de los mejores guionistas del momento, produjo algunos de los mejores diálogos de la historia del cine. El “prucés”, y los que redactan sus múltiples, variantes y contradictorias hojas de rutas, sólo es capaz de procurar titulares y sonrojo en los catalanes que huimos de las pesadillas y necesitamos ya un largo descanso, en lugar de un sueño eterno … e inalcanzable.

Javier Barraycoa

Publicado en LaGaceta

3 comentarios en “El sueño eterno

  1. Pingback: “El sueño eterno”, por Javier Barraycoa

  2. Otra película que me parece una obra de arte y como tal podemos verla disfrutando cada vez más , todo lo contrario que el esperpéntico procés en el que por cierto quién paga la fiesta ? Ellos no , si así fuese ya se hubiera acabado.

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  3. El proceso separatista no hubiera sido posible sin la traición de aquellos que cambiaron de bandera y participaron en la formación del régimen de 1978, eso ha sido lo que nos ha llevado a la situación actual.

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