La Monarquía en la Teología de la Historia (5): La Democracia atea y el Reino de Cristo

 

5.- La Democracia atea y el Reino de Cristo: la atemporalidad gnóstica en el devenir histórico del falso mesianismo.

La paradoja de la herejía gnóstica es que ha surgido en el tiempo histórico y se ha desarrollado en él, a pesar de rechazarlo y negarlo. Los combates entres gnósticos y san Ireneo en el siglo II, reflejados en su Adversus haereses (Contra las Herejías), se prolonga e incrementa en la historia con el movimiento cátaro, los husitas, y tantas y tantas herejías protestantes. Pero, su verdadero triunfo, cuando eclosiona precisamente a nivel universal, será cuando se alcanza la síntesis de ebionismo y la gnosis bajo forma secularizada.

SAMSUNG DIGITAL CAMERAEste hecho correspondería en su plenitud con lo descrito en el CIC: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el «misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Ts 2, 4-12; 1Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22)” (675). Esta exposición del catecismo culminaría con el punto 677 en el que –contra las tesis progresistas- se niega que la Iglesia pueda triunfar “por un proceso creciente”[1].

La comprensión de la Teología de la Historia exige una interpretación del despliegue de la historia evitando caer en historicismos deterministas derivados del hegelianismo. Por ello es legítimo ciertas periodificaciones históricas (sobre las que tampoco hay normas firmes y establecidas) que nos permitan entender mejor los acontecimientos presentes y realizar una legítima prognosis sobre el futuro que nos espera.

durero13Louis Salleron, por ejemplo, en un artículo publicado en Verbo, y titulado Cristianismo y política, categoriza temporalmente el cristianismo en su relación con el poder político, en la que ya habríamos pasado por tres fases: la primera que va de la muerte de Cristo a Constantino; la segunda, de Constantino a la Revolución francesa; y la tercera, de la Revolución francesa hasta nuestros días (segundo tercio del siglo XX). Una cuarta fase, indecisa, estaría actualmente esbozándose[2]. Este esquema fue comentado en su momento por el profesor Miguel Ayuso en su artículo en la revista Verbo titulado El orden político cristiano en la doctrina de la Iglesia[3].

En esa cuarta fase que está “esbozándose” acontecerían lo que el Apocalipsis revela y bajo el marco de lo que hemos leído en el Catecismo de la Iglesia Católica, pero queda ya contenida en la plenitud de los tiempos correspondiente a la encarnación de Cristo y el inicio de la sexta etapa de la historia propuesta, entre otros, por San Agustín. Este tipo de alineamientos temporales pueden ser muy diferentes en diversos autores pero no contradictorios ni excluyentes. Como regla general, se debe respetar aquello que propone San Buenaventura. Como señalaba el Doctor Canals, el pensamiento de San Buenaventura sobre este tiempo futuro se aclara todavía si advertimos lo que había dicho al tratar del “sexto tiempo”, el de “la clara doctrina”, que dice comenzar con el Papa Adriano, contemporáneamente a los comienzos del imperio de Carlomagno; sobre este tiempo y sobre su fin dice: “¿Quién ha dicho cuánto durará? Es cierto que nos encontramos en este tiempo; cierto es también que durará hasta que sea arrojada la bestia que sube del abismo, cuando Babilonia será confundida y derribada, y después se dará la paz; pero primero es necesario que venga la tribulación”[4].

durero14Por no extendernos en demasía, recopilamos una síntesis con motivo de una reseña del libro Mundo histórico y Reino de Dios, publicada en la revista Espíritu: “La consumación del Reino de Dios, estará precedida de la consumación del reino anticrístico. Las claves de esta consumación las encontramos en el Apocalipsis bajo diversas figuras como la Babilonia, la Ramera, las dos Bestias –una procedente del mar y otra de la tierra–, o el Dragón. Babilonia es la Roma infiel, nuevamente paganizada y viciada, apostata y perseguidora del cristianismo. De ella surgirá la gran Ramera “con la que fornicarán los reyes de la tierra”. Canals interpreta genialmente cómo el deseo de lujo y riquezas representa a la Ramera y cómo en el origen de la modernidad se manifiesta ese deseo en Occidente. La burguesía calvinista anticatólica o la aristocracia whig inglesa que apoyó a Cromwell ilustran los orígenes del capitalismo y de los Estados burgueses. Esta Ramera se sentará sobre la Bestia de diez cuernos que la odiarán y le harán la guerra. Canals apunta que: «`Los diez cuernos de la bestia son el poder político ya no aristocrático, ni monárquico, ni burgués, sino plenamente democrático. El poder político plenamente democrático consuma la oposición del mundo a Cristo y odia al mismo tiempo el orgullo de la riqueza, de la aristocracia, de la monarquía y lo derriba. Dios quiere que lo derribe porque ha juzgado a la ciudad mundana y los santos canta aleluya por el hundimiento de Babilonia´. Este poder político será democrático y globalizado, oponiéndose a otras idolatrías como el propio Estado burgués o el Estado racial (Canals señala que el fascismo fue la última gran idolatría). Una vez manifestado plenamente el Anticristo, destruida Babilonia y consumada la persecución contra los Santos, vendrá Cristo a consumar su Reino y juzgar a las naciones”[5].

babilonia2Canals insistía en el siguiente texto paulino y en su interpretación; “Que nadie os engañe de ninguna manera. Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios” (II Tes. 2, 3-4.). Solicitaba a sus oyentes que atendieran a la siguiente manifestación anticrística, contenida en estos versículos: “El anticristo, si es personal, no invocará título trascendentes, no será defensor de una fe, no solicitará siquiera idolatría”[6]. Por tanto, si se nos permite la expresión, su reinado estará asentado por un antireinado bajo forma igualitarista-democrática, antiteística y destructora de todo lujo corruptor de la civilización.

Este antireinado anticrístico, se va prefigurando en la historia reciente de formas diferentes: “Así, de una premisa que invoca la trascendencia de la fe cristiana y de la Iglesia sobre las causas humanas y temporales, para negar legitimidad a una defensa política del orden cristiano frente a la destrucción revolucionaria del mismo, se ha venido a deducir en bastantes casos una conclusión inmanentista y política: cristianos para el liberalismo, cristianos para la democracia, cristianos para el socialismo, cristianos para la liberación nacionalista de los pueblos”[7]. Todo ello puede convivir perfectamente, como la historia reciente nos demuestra, con pseudomonarquías parlamentarias –contradicción entre las contradicciones- también como prefiguraciones de ese antireinado anticrístico[8]. En un sentido más general, y volviendo a citar a Canals: “Intrínsecamente ligado a este absolutismo de la democracia atea, es decir, de la democracia derivada de la revolución atea, es aquella concepción que Pío XI llamaba «laicismo» y presentaba como la peste de nuestro siglo”[9].

CONCLUSIONES

A modo de conclusión y teniendo en cuanta las advertencias de la introducción a esta ponencia, nos atrevemos a señalar lo siguiente:

1.- Como seña la el P. Sáenz, “En razón de la teoría del typo y el anti-typo, dicho sentido es doble. Así la Primera Bestia puede significar simultáneamente a Nerón y al Anticristo, la Mujer calzada de luna a la Iglesia y al pueblo de Israel, la Gran Ramera a la Roma Pagana y a la ciudad que será la capital del Anticristo…”[10], así la rebelión contra Dios tiene su Tipo y Antitipo que van de la tentación y caída en el paraíso hasta la última impostura: “La venida del Impío estará señalada por el influjo de Satanás, con toda clase de milagros, señales, prodigios engañosos, y todo tipo de maldades que seducirán a los que se han de condenar por no haber aceptado el amor de la verdad que les hubiera salvado” (II Tes. 2, 9-10).

2.- La tentación tanto es personal como social. Y esto ocurre en el Paraíso, pues en Adán confluye el hombre tentado y toda la humanidad que heredará el pecado como en el Apocalipsis; en este último reflejado de múltiples formas como las cartas a las siete Iglesias (Ap. 2, 1 y ss.) a las naciones: “Me dijo además: Las aguas que has visto, donde está sentada la Ramera, son pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas” (Ap. 17, 15). Pero esta tentación se irá incrementando y volviendo irresistibles, de tal modo que, según la Revelación Dios deberá acortar esos días para que no se pierdan muchos de los escogidos. Igualmente, como toda tentación o mal siempre se presenta bajo apariencia de bien: el fruto en el paraíso como bien personal, o el reino anticrístico, como lo hemos descrito, en cuanto que bien colectivo.

  1. Una de las muchas figuras con materialización real, que encontramos en las Escrituras, es la monarquía. De hecho el Hijo de la perdición ocupará su trono. Este antireino tiene formas materiales monárquicas, como la monarquía que le pide el pueblo de Israel a Saúl (Tipo) y su Antitipo que se manifestará precisamente en su plenitud como forma democrática. De hecho, una de las mayores insistencias el Doctor Canals, al tratar estos temas era citar un comentario el P. Bover en su traducción de la Biblia al castellano. En ella definía así a la democracia: “el ejercicio del poder político independientemente de Dios se ejercita máximamente la soberbia humana antiteística. El más absoluto de los regímenes políticos, el más antidivino es la moderna democracia, según se demuestra estudiando las fuentes filosóficas de que ha surgido”.

  1. Una de las descripciones sociológicas de estos tiempos o sus primicias la encontramos en uno de las conferencias de clausura que Francisco Canals dictó en uno de los Encuentros de Amigos de la Ciudad Católica y que posteriormente fue publicado con el título de Modernidad y posmodernidad: inflexión del pseudoprofetismo[11]. De él entresacamos estas frases tan iluminadoras y concluimos nuestra exposición: “Este ejercicio, colectivo y universal, del antiteísmo antropocéntrico, que la Sagrada Escritura anuncia como el reinado del Anticristo, era interpretado por el P. Rovira y por él P. Orlandis como la culminación, en la historia de la humanidad, de la tiranía soberbia del poder político enfrentado al gobierno de Dios sobre el mundo y sobre las naciones. Se trata de aquella apostasía profetizada en el salmo segundo, en la que los pueblos y las naciones se conjuran contra Dios y su Mesías. La apostasía del mundo cristiano, negándose a aceptar el suavísimo dominio de Cristo Rey proclamado por el Papa Pío XI en la Quas primas. […] Ahora estamos en un tiempo en qué el ataque ejercido en el obrar del misterio de iniquidad por la acción de Satanás, se dirige contra todo lo que quede de bien natural en los hombres; en las sociedades, en la cultura, en la ciencia, en el arte. Este carácter anárquico, antinomista, inclinado al elogio de toda locura, y a la crítica de cualquier actividad rectamente ordenada, que será siempre calificada como rutinaria y aburrida […] Este antinomismo viene a ser ahora el núcleo central del mensaje del pseudoprofetismo”.

Laus Deo.

©Javier Barraycoa

NOTAS:

[1] CIC, 677: “La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13)”.

[2] Cfr. Louis Salleron, «Cristianismo y política», en Verbo, número 99 (1971), pp.. 895-897.

[3] “La primera fase se caracteriza por la incomunicación entre el cristianismo y la política. No podía ser de otro modo, pues el núcleo de creyentes apenas pasaba de una «pusillus grex». Pequeña comunidad que, además, se movía por la espera escatológica de una Parusía inminente y que solo ante el desmentido de los hechos evolucionó hacia una escatología de la perfección transhistórica y sobrenatural. En estas circunstancias de marginalidad, y con la tentación de indiferencia respecto de todo lo que atañe al momento presente, no se trata de «participar» en la vida pública, sino de «obedecer» las leyes, como acredita la teología paulina. Con la conversión de Constantino y el Edicto de Milán del 313 se inaugura una segunda fase, en la que el cristianismo pasa a ser religión oficial. En esa situación, hoy tan denostada por «triunfalista», que se extiende durante cerca de mil años, el principal problema de la Iglesia es distinguir -pero no para separar sino para unir- sus competencias de las de la comunidad política, lo espiritual de lo temporal. Porque el verdadero peligro en una sociedad cristiana, como lo fue la que estamos describiendo, es la teocracia. A la que si pudieron ceder en ocasiones algunos eclesiásticos con su conducta, nunca dejó de contemplarse como errónea por la doctrina de la Iglesia. La Revolución francesa da inicio al tercero de los períodos, en el que la persecución -vestida de neutralidad- del Estado va a desarrollarse en grados diversos según los países, para desembocar en la secularización general de la sociedad. Es una época en la que el poder social de la Iglesia retrocede constantemente: pierde, por de pronto, su poder temporal en Italia; pierde después la mayoría de sus zonas de poder de hecho en las instituciones y, finalmente, pierde su influencia sobre la legislación en materia de familia y costumbres.”, Miguel Ayuso, artículo citado, pp. 957 y s.

[4] San Buenaventura, o.c., Col. XVI, núm. 19, p. 481.

[5] Javier Barraycoa, “La Teología de la historia en Francisco Canals”, en Espíritu LXI (2012) ∙ nº 144, p. 383.

[6] Francisco Canals, Mundo histórico …, op. cit., p. 145.

[7] Francisco Canals, “La Democracia Atea”, en Cristiandad, 607, octubre 1981, p. 166.

[8] No hay que pensar mucho para darse cuenta que no hay nada más absurdo que una monarquía sustentada en la voluntad general. La única explicación de este fenómeno político que surge en la modernidad es que la realidad política monárquica es tan evidente que su eliminación, muchas veces no ha podido hacerse de golpe. No obstante el destino final lógico de las monarquías parlamentarias es su extinción.

[9] Francisco Canals, “La Democracia Atea”, en Cristiandad 607, octubre 1981, p. 168.

[10] Alfredo Sáenz, S.J., o.c., p. 6.

[11] Verbo, núm. 329-330 (1994), 1141-1149.

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