¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La debacle del lenguaje

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¿Cómo hemos llegado hasta aquí?, podría preguntarse cualquier analista del actual “caos comunicativo”. Sin referencias objetivas, sumidos en la multiplicidad de escuelas, interpretaciones, intereses, subjetivismo y relativismos, parece que ya no dominamos la comunicación sino que es ella quien nos domina. Si queremos profundizar en las presentes formas y dinámicas de la comunicación, deberemos atender -con sorpresa- a la enorme influencia del estructuralismo, allá por la mitad del siglo XX.

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Lévi-Strauss

Lévi-Strauss, influido por Franz Boas, decantó la antropología a la búsqueda de una naturaleza inconsciente cuyo único camino de acceso era las leyes del lenguaje. El encuentro de Lévi-Srauss con Jakobson (actualmente reivindicado por los defensores de los sistemas comunicativos alógicos) fue fundamental para que el antropólogo francés descartara el análisis del sujeto parlante a la hora de comprender la comunicación. Nacía así la lingüística estructural bajo cuya sombra desaparecería el hombre como centro de la comunicación.

Una variante de esta lingüística inspiraría a Ferdinand Saussure. Las pocas grandes teorizaciones actuales sobre la publicidad y el periodismo beben de su Curso de Lingüística General. Saussure pensó la lengua como un sistema capaz de replegarse sobre sí mismo, generando un todo completo y cerrado. La afirmación de que La lengua es un sistema que sólo conoce su propio orden llevaba a que el lenguaje fuera concebido como un sistema que conectaba simplemente conceptos con imágenes. El “referente” -esto es la conexión con la realidad- quedaba fuera del sistema comunicativo. El sujeto racional y la realidad quedaban asimismo fuera de las estructuras del lenguaje, que adquirían así una autonomía casi divina.

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Roland Barthes

Desde estas derivaciones de la lingüística, Roland Barthes -padre intelectual de la pospublicidad– pudo argumentar, en su obra El grado cero de la escritura, que la escritura debía estar liberada de las coacciones conscientes. La lengua pasaba de ser un medio para transformarse en un fin liberado de normas éticas. Con otras palabras, era una nueva forma de “liberación“ que el viejo marxismo ya no podía garantizar. Barthes, en su Mitologías, declaraba sus intenciones: “La función del mito es vaciar lo real”. Si, según Saussure, el lenguaje es el acceso al mito, entonces el lenguaje -para él- se ha de convertir no en el “desvelador” de la realidad sino en su “vaciador”.

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Jacques Lacan

Jacques Lacan, en sus Escritos, supo arrastrar los presupuestos estructuralistas a la búsqueda de un inconsciente freudiano reformulado. Los sistemas comunicativos debían tornarse caminos para dos realidades diferentes e irremediablemente separadas: el consciente y el inconsciente. Por tanto, propiamente, deberíamos hablar de dos sistemas comunicativos: el consciente (¿será el tomado por el periodismo?) y el inconsciente (¿será el apropiado por la publicidad?).

El viejo “hombre racional”, preconizado por el cristianismo y su secularización ilustrada, no era apto para los dos sistemas comunicativos. Pues los dos escapaban a la lógica racional individual. Sin Lacan, el Foucault que conocemos no hubiera sido el mismo. Desde Las palabras y las cosas, Michel Foucault culminó el derribo del “Hombre”. El Hombre” no era más que el fruto nominal de la evolución de un sistema comunicativo (fruto de la cultura burguesa del XVIII) y, por tanto, estaba condenado a desaparecer. Mientras que los sistemas comunicativos seguirían existiendo y evolucionando.

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Jacques Derrida

Noam Chomsky reaccionó frente a la “disolución del hombre”. El suyo fue uno de los pocos intentos de reconducir el estructuralismo que se abocaba al nihilismo. Su reivindicación de una “estructura profunda y universal del lenguaje” de nada sirvió. El estructuralismo dejaría lugar al postestructuralismo. Jacques Derrida, el último gurú de la comunicación, quiso deconstruirlo todo, hasta el propio estructuralismo. La imperfecta traducción del término heideggeriano de “Destruktion” dio lugar a “Deconstrucción”. En su De la gramatología, sorprende encontrar una reivindicación de Rousseau cuando afirma “El abuso de los libros mata la ciencia”. Rousseau, y con el Derrida, denunciaba que una lengua compleja era una lengua que esclavizaba. Liberar las sociedades pasaba por “deconstruir” el lenguaje. El lingüista no debía entender el lenguaje sino transformarlo, simplificarlo, reducirlo (¿serán los publicistas y comunicadores sus mejores discípulos?).

Frente a la actual debacle del lenguaje y su comprensión, merece la pena reflexionar y ponerse a trabajar.

Javier Barraycoa

(Prólogo, a la obra Noticias frente a hechos de Joaquín García-Lavernia)

 

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