La asociación Luz de Trento y Jóvenes por España, han organizado nuevamente una visita de Mn. Schneider a España. Esta vez decidieron que tenía estar un par de días en Cataluña, esta tierra tan necesitada de pastores, luz y orientación espíritual. El tema escogido para su encuentro fu sobre «La responsabilidad de los católico en política». En los últimos años, las intervenciones de monseñor Schneider han alcanzado resonancia mundial porque ha sido de los pocos obispos en activo que ha dicho verdades como puños, sin temor a la opinión pública o a las represiones venidas de donde sean.
El lunes 6 de febrero tuvo un encuentro privado con jóvenes en el Club Empel, en el que se ofreció a responder las preguntas e inquietudes y después cenó con ellos. El plato fuerte vendría el martes 7, en el Círculo Ecuestre de Barcelona. Allí impartió su magnífica conferencia sobre la naturaleza de la política y el papel de los católicos. Culminó su exposición con la semblanza de dos políticos santos: Santo Tomás Moro y el Beato Carlos de Austria. Posteriormente en una cena de gala, se sometió también a las preguntas de los comensales.
La conferencia de Monseñor Schneider estuvo precedida la una breva intervención mía sobre «La virtud y la política» y la participación de D. Manuel Acosta, Diputado autonómico, de la formación Vox, en la que expuso las condiciones para un católico a la hora de comprometerse en el orden político y dio un valiente testimonio de por qué él había decidido dar ese paso.
La asistencia al acto fue numerosísima. Se cerró el aforo con 230 apuntados y se tuvo que denegar muchísimas peticiones. Agradecemos a los organizadores por su generosidad y a Mn. Schneider por el cariño con el que nos acompañó.






Intervención de Javier Barraycoa “La Virtud y la Política”, precediendo la conferencia Mn. Schneider “La responsabilidad de los católicos en Política”, dictada el 7 de enero de 2023, en el Círculo Ecuestre de Barcelona
Santo Tomás de Aquino distingue tres tipos de vida: voluptuosa, activa y contemplativa.
La vida voluptuosa es incompatible con la felicidad por ser contraria a la razón, subordinando lo superior -el alma- a los instintos inferiores. Cuando una comunidad se constituye de hombres y gobernantes voluptuosos estaríamos ante lo que Platón denominó literalmente una “República de cerdos” (esto es, aquella en la que los individuos sólo se dedican a lo sensible: comer y reproducirse).
La vida contemplativa, donde reside la felicidad más sublime puesaplica la facultad más perfecta de la razón -la contemplación- del Ser más perfecto: Dios. El principio de la vida contemplativa son las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo. Aunque todos estamos llamados a esta contemplación como nuestra felicidad eterna, en la vida ordinaria, decía San Gregorio, no todos pueden alcanzar plenamente esta perfección.
La vida activa en su relación con los otros hombres, la práxis, se desdobla en la ética y la política. En este ámbito, las virtudes morales (Templanza, Prudencia, Fortaleza y Justicia) son su principio constitutivo. Siendo la prudencia la virtud propia del político, no hay que olvidar, como nos enseña Santo Tomás que “En la justicia se contienen todas las virtudes”. Por eso es propio del buen gobernante ser justo y establecer leyes justas. Por ende, en una sociedad injusta no se puede alcanzar la felicidad.
Decía Aristóteles que el que quiera hacer el bien se dedique a sus amigos, pero si uno quiere hacer el bien a muchos que se haga legislador. Pues con leyes buenas se hace bien a toda la comunidad procurando buenos hábitos a los ciudadanos, consiguiéndose así el bien común.
Igualmente, Santo Tomás escribe que: «Es imposible que el bien común se consiga si los ciudadanos no son virtuosos, al menos aquellos a quienes compete gobernar» y sigue diciendo que «el bien común es mejor y más divino que el bien de los particulares» pues «la sociedad no es sólo para que los hombres vivan, sino para que vivan bien«. Este “vivir bien” no se puede entender como un “bienestar material” (propio de la República de los cerdos) sino es el que logra en nosotros la eu-daimonia, el “buen-espíritu”, que de los griegos hemos traducido como “felicidad”.
De ahí la importancia del papel de católicos en la participación política en las sociedades modernas. León XIII, en su Inmortale Dei, recomendaba que: “en general, querer tomar parte alguna en la vida pública sería tan reprensible como no querer prestar ayuda alguna al bien común. Tanto más cuando los católicos están obligados en conciencia a cumplir estas obligaciones con toda felicidad. De lo contrario, si se abstienen políticamente, los asuntos públicos caerán en manos de personas cuya manera de pensar puede ofrecer escasas esperanzas de salvación para el Estado [….] Queda, por tanto, bien claro que los católicos tienen motivos justos para intervenir en la vida política de los pueblos”.
A estas “malas personas”, se podría aplicar lo que sentenciaba Aristóteles: “el vicioso será mal gobernante porque, siguiendo sus malas pasiones, se perjudicará tanto a sí mismo como al prójimo”. De forma más ilustrativa lo señalaba Platón: si uno no puede gobernar sus pasiones cómo gobernará su casa, y si uno no puede gobernar su casa, ¿cómo gobernará la Polis?
Y es en esta diatriba, la del gobierno de los malos y perversos, en la que nos encontramos.
En la Política, Aristóteles se planteaba una cuestión de total actualidad: Qué es mejor una sociedad virtuosa regida por un gobernante vicioso; o bien un gobernante virtuoso en una polis corrupta y viciosa. En cierta medida, responde, la polis virtuosa puede contener la influencia perversa de un gobernante corrupto, pero con el tiempo, este, con sus leyes inicuas corromperá la sociedad, como hemos podido contemplar en nuestra historia reciente de las últimas décadas.
Si la democracia es la forma de gobierno en la que el pueblo se gobierna a sí mismo, qué ocurre cuando la sociedad pierde la vida virtuosa. A ello responde Santo Tomás en su obra “Del Gobierno de los Príncipes”: La tiranía puede existir en cualquier régimen político sea Monarquía, sea Aristocracia, sea República, pero se ha que tener en cuenta que la tiranía de uno solo es más soportable que la de muchos, porque generalmente mantiene el orden y la paz (aunque sólo sea para garantizar su propia supervivencia).
Hoy vivimos, en palabras de Tocqueville, la tiranía de la mayoría, teledirigida por una oligarquía que detesta el bien y la virtud. Vivimos inmersos entre una multitud de individuos y dirigentes que intentan imponer despóticamente su desorden moral y existencial. Y cuando una comunidad política arriba a semejante estado, la amistad y la felicidad se vuelven imposibles, así como lo bello y lo excelso se convierten en realidades inalcanzables. Es por esto que nuestra sociedad, incluso formalmente, adquiere características de descreencia, vulgaridad, tristeza y fealdad.
Decía Aristóteles que “el honor es el precio de la virtud que se otorga a los buenos”. Por desgracia estamos en una sociedad donde el honor nada significa, y sin honor no hay honra, y sin ella, evidentemente, no hay ni ciudadanos ni políticos honrados. Por eso es precisamente ahora cuando la aplicación de los principios católicos se hace más urgentes en la vida política.
Así, hacemos nuestro la proclama de Pío XII en su radiomensaje, Con Sempre, cuando solicitaba a los católicos a reconstruir el mundo tras la Segunda Guerra Mundial con estas palabras: “Vosotros, cruzados voluntarios de una nueva y noble sociedad, alzad el nuevo lábaro de la regeneración moral y cristiana, declarad la lucha a las tinieblas de la apostasía de Dios, (iniciemos pues) una lucha en nombre de una humanidad gravemente enferma y que hay que sanar en nombre de la conciencia cristianamente”.
Que Dios nos escuche y nos dé fuerzas para cumplir con nuestra obligación, muchas gracias.