Reflexiones con motivo de la revancha contra el General Franco y el fin de la Transición (y 2)

Reflexiones con motivo de la revancha contra el General Franco y el fin de la Transición (1)

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Reflexiones con motivo de la revancha contra el General Franco y el fin de la Transición (y 2)

El Régimen de la Transición, y sus valedores, intenta resucitar y sacralizar personajes que había arrinconado o cubierto con tupidos velos, como Suárez; o busca recambios de emergencia en figuras hasta hace escasos años indiscutidas como Don Juan Carlos de Borbón, con abdicaciones-exprés. El Régimen de la Transición aún tiene fuertes resortes para reconfigurar imaginarios y sin lugar a dudas los empleará. Incluso, en caso de emergencia, como los escándalos que han salpicado a la Casa Real, se redefine la línea sucesora y se aparta de ella a los elementos incómodos. Los peones se sacrifican pues hay un régimen en juego. O bien, por otro lado, las viejas glorias protagonistas de la transición –como Felipe González– siguen teniendo un tratamiento privilegiado en los Medios para pontificar sobre lo que “debe hacerse” y qué sendas no debe tomar la izquierda.

Hechos periodísticos como estos, son meramente manifestaciones de la confrontación a la que nos estamos refiriendo entre dos cosmovisiones de lo que ha sido la Transición. Como contrapunto ilustrador, lo que los periodistas sabían que eran líneas rojas vedadas a la información, hoy son traspasadas por muchos de ellos como si se les hubiera concedido licencia de caza. Ya quedan pocos privilegiados exentos de estar expuestos a la prensa. Algo está cambiando, eso es evidente, pero qué y hacia dónde. ¿Estamos ante el inicio de una transición de la Transición? O quizá el planteamiento deba ser algo más complejo y radical: estamos a las puertas de una fractura política de alta intensidad. Intentemos esbozar los trazos generales que moverán nuestras reflexiones.

las viejas glorias protagonistas de la transición –como Felipe González– siguen teniendo un tratamiento privilegiado en los Medios para pontificar sobre lo que “debe hacerse” y qué sendas no debe tomar la izquierda.

2017040619135192528.jpg¿La Transición fue meramente un paso hacia un Régimen democrático y por tanto algo inevitablemente pasajero? O bien, la Transición es un Régimen en sí mismo que ya se ha perpetuado y como mucho debe reformarse ligeramente cada cierto tiempo. Si es un Régimen en sí, tendrá los mecanismos propios de supervivencia y permanencia que le impedirán ser flexible a la propuesta de cambios excesivamente radicales. O, y estamos ante otra hipótesis de trabajo, hay que plantearse que la Transición, estaba llamada a ser el camino a recorrer hacia el verdadero régimen democrático que aún no se ha producido. La verdadera democracia, especialmente para los más críticos, no habría llegado aún. La Transición que debía ser un transeat –según actuales exégetas de la izquierda-, que se petrificó. Ello explicaría –según ellos- todas sus deficiencias: la partitocracia, la corrupción sistemática, o la hipertrofia burocrática serían problemas estructurales y consustanciales a esta perversión. ¿Esta Transición-Régimen estaría llegando a su fin? ¿Ello nos abocaría a un cambio drástico y traumático de Régimen? Surgen demasiadas preguntas, que esperamos contestar o al menos arrojar alguna luz sobre esta nueva etapa política que estamos viviendo en España.

De momento, como síntoma, poco a poco se van acumulando voces que, en un sentido u otro, relativizan juicios que antes eran absolutos y no permitían discusión. Julián Zubieta Martínez, en un artículo significativamente titulado La Transición, el engaño de un camino encantado, afirmaba que: “La cuestión más frecuente sobre la Transición española que asoma en la mayoría de los ámbitos sociales trata sobre cuándo acabó, en qué fecha se puede dar por finalizada. Las respuestas son variopintas, pero la generalidad acota las fechas que tienen relación con el golpe de Estado de 1981 o la victoria socialista en las elecciones de octubre de 1982. Pero ¿cuándo empezó a gestarse la Transición? No fue un aquí te pillo, aquí te pongo. La Transición se había fraguado mucho antes”. Este juicio, nos parece sumamente interesante, pues plantea que la Transición de “verdad”, acabó prematuramente y abortada con un extraño Golpe de Estado que permitió la llegada, contra todo pronóstico, del socialismo al poder.

¿La Transición fue meramente un paso hacia un Régimen democrático y por tanto algo inevitablemente pasajero? O bien, la Transición es un Régimen en sí mismo que ya se ha perpetuado y como mucho debe reformarse ligeramente cada cierto tiempo.

58Para otros, la Transición culminó con la llegada del Partido Popular al poder, pues así se cerraba un primer ciclo de bipartidismo, en el que una derecha demasiado vinculada con el franquismo (Alianza Popular) era sustituida por un partido homologado con las derechas europeas y (teóricamente) sin amarras con el franquismo. Para otros, la Transición no ha acabado y, por recabar todas las opciones, para otros nunca empezó.  En el imaginario de muchos españoles, ya hemos comentado, la Transición fue una acción colectiva y espontánea del pueblo español que deseaba ardientemente la democracia.

El autor antes citado, Julián Zubieta, dinamita el idilio de los españoles congraciados y condescendientes consigo mismos por su probado talante democrático: “la Transición fue el engaño, la coartada, para la autotransformación del franquismo hacia una democracia de masa, de control y de opinión (sin la participación de los partidos políticos, quedando los ideales y orientaciones políticas dentro del corsé franquista, de manera que la población quedó al margen de la transformación)”. La afirmación no es baladí si consideramos que todas las transiciones democráticas operadas entre los años 70 y 80 del siglo XX –y España no fue una excepción- se hicieron bajo el control de la todavía actual primera potencia mundial: Estados Unidos.

la Transición fue el engaño, la coartada, para la autotransformación del franquismo hacia una democracia de masa, de control y de opinión

51ye2oFVHVLEl General Manuel Fernández Monzón, testigo de excepción de esos años, recordaba –como repetirá más adelante Alfredo Grimaldos– que: “No es verdad todo lo que se ha dicho de la Transición; como eso de que el rey fue el motor, ni Suárez ni él fueron motores de nada […] sólo piezas importantes de un plan muy bien diseñado y concebido al otro lado del Atlántico, que se tradujo en una serie de líneas de acción, en unas operaciones que desembocaron en la Transición; todo estuvo diseñado por la secretaría de Estado y la CIA”. Quizá esta afirmación parezca demasiado osada o conspiranoica. Pero hoy en día ya se ha recopilado suficiente literatura al respecto. Al igual que Estados Unidos ha desclasificado documentos que permiten que ello pueda ser corroborado por investigadores y periodistas. Otra cosa es que, el último resto de inocencia que queda a muchos españoles, les impida cambiar la idea que se habían forjado de un periodo histórico del que creían haber sido protagonistas. Ahora toca el desengaño de comprobar que muchos fueron simples espectadores y otros, a lo sumo, figurantes de segunda fila.

Si lo que advino a España bajo el nombre de Transición fue propiamente un “Régimen” en sí mismo, se entenderá mejor el juicio que ha realizado Alejandro Nieto: “El régimen de Franco llegó a ser calificado en sus postrimerías como una dictadura atemperada por la ineficacia y la corrupción. Es posible que, en efecto, fuera dictadura a pesar de la corrupción; pero no puede ahora decirse que el régimen constitucional español actual sea una democracia atemperada por la corrupción, ya que aquí –como se está diciendo– no caben términos medios: cuando en una democracia la corrupción se institucionaliza no cabe seguir hablando de democracia. La democracia ha sido secuestrada por una clase política activamente corrupta y que, además, tolera con su pasividad las prácticas de este carácter que perpetra el aparato administrativo”. Este sintético juicio de Alejandro Nieto, uno de los más prestigiosos intelectuales y ensayista experto en sistemas políticos, nos abre las puertas de la estructura de la obra que presentamos.

“No es verdad todo lo que se ha dicho de la Transición; como eso de que el rey fue el motor, ni Suárez ni él fueron motores de nada […] sólo piezas importantes de un plan muy bien diseñado y concebido al otro lado del Atlántico, que se tradujo en una serie de líneas de acción, en unas operaciones que desembocaron en la Transición; todo estuvo diseñado por la secretaría de Estado y la CIA”

cHasta ahora la Constitución ha sido el vellocino de oro para muchos. Hoy, para otros, empieza a supurar herrumbre y a ella se la achacan buena parte de los males que estamos viviendo. Las aportaciones que se realizarán sobre la estructura del texto constitucional y su soporte legitimador, nos llevarán a preguntarnos por la artificialidad del bipartidismo que imperó en las últimas décadas. Dependiendo de la respuesta que se dé a esta cuestión, podremos entender si el “Régimen” se está agotando, o bien si podrá sobrevivir, sea con cambios suaves o bien abruptos. De hecho, un capítulo importante para entender nuestra actualidad será el que tratará de la “refundación” de la Transición. Nos referimos al complejo, estereotipado y casi olvidado Golpe de Estado del 23-F y qué función cumplió en toda esta historia.

Nos encontraremos, una vez más, con que ciertos mitos interpretativos empiezan a decaer y que, por fin, se pueden realizar juicios públicos que antes eran impensables. Desde nuestra perspectiva, esa “refundación” –a través de un sorprendente Golpe de Estado- es la que salvó la Transición, pero la convirtió en un “Régimen” con vocación de quedarse y no tanto en un escalón hacia una teórica forma más perfecta de Democracia. La Transición, refundada en Régimen tras el Golpe de Estado, adquirirá unas características especiales que no se dan en otras democracias europeas. Entre ellas, la más reseñable es la “supremacía moral y cultural” de la izquierda en nuestro actual sistema democrático. La derecha siempre se ha encontrado desencajada en la democracia española. Siendo ella el factótum principal de la misma, es como si un eterno acomplejamiento la acompañara o un sentimiento de culpabilidad por su ilación –siempre recordada por la izquierda- con el régimen anterior.

La Transición, refundada en Régimen tras el Golpe de Estado, adquirirá unas características especiales que no se dan en otras democracias europeas. Entre ellas, la más reseñable es la “supremacía moral y cultural” de la izquierda en nuestro actual sistema democrático.

Cuando la derecha llega al poder es presentado por la izquierda más como una accidentalidad histórica que no un derecho ganado por las urnas. Con otras palabras, es como si la esencia de la democracia fuera inevitablemente ser de izquierdas (cuestión filosófica nada desechable), y la derecha un mal menor tolerable solo para regenerar o reactivar a la izquierda cuando esta desfallece. La izquierda, cuando alcanza el poder, lo hace como quien retoma un derecho a perpetuidad que sólo casual y temporalmente ha perdido. Un observador imparcial podría percibir que incluso la derecha política ejerce el poder con una cierta prudencia y miedo como el que está en casa ajena.

Javier Barraycoa en La Constitución incumplida

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