«Si algo nos demuestra la praxis política y moral es que los males menores acaban derivando inevitablemente en grandes males»
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Ángel exterminador cementerio de Comillas. Obra de Llimona.
Se atribuye a Vladímir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin, la frase “Cuanto peor, mejor”. La verdad sea dicha es una genialidad política como aquella otra frase comunista de dar “avanzar dos pasos para retroceder sólo uno”. No voy a negarlo, muchas veces, ante la debacle política, sobrevienen las tentaciones de dejar que todo se hunda para que algo nuevo renazca por sí mismo. Y actualmente parece que la condición de que cambien las cosas para bien, es que lo presente sea devorado por el caos. Lenin vendría a proponernos lo contrario que lo que se ha denominado el gatopardismo: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”, famosa sentencia puesta en boca del Príncipe de Salina, personaje de la novela El Gatopardo, escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa.
La premisa leninista, que insisto es una brillante estrategia, implica aceptar dos trampas: una intelectual y otra que atañe a la voluntad. La trampa intelectual de la frase “Cuanto peor, mejor” es que siempre acaba derivando en otra premisa: la de que el fin justifica los medios. Con otras palabras, cualquier mal sería aceptable para alcanzar el bien propuesto. Dicho así, parece y es una aberración. Por eso, este principio nunca es formulado directamente, sino que se oculta bajo una cara más amable para nuestra siempre contingente moral política: “es lícito aceptar un mal menor, siempre y cuando nos lleve a un bien”. Con este aserto, la serpiente del Paraíso esconde el plumero, pero se le sigue viendo. Pues si algo nos demuestra la praxis política y moral es que los males menores acaban derivando inevitablemente en grandes males.
Cuántas veces hemos escuchado la justificación: “la realidad es así y no se puede cambiar”; como viniendo a decir que el bien es un imposible en esta vida y sólo podemos aspirar a unas pocas migajas de bondad en lo social o lo personal
Más aún, los males mayores -que a priori serían rechazados por la razón- se nos cuelan porque previamente se nos presentan como pequeños peajes que debemos pagar por estar en la “realidad”. Cuántas veces hemos escuchado la justificación: “la realidad es así y no se puede cambiar”; como viniendo a decir que el bien es un imposible en esta vida y sólo podemos aspirar a unas pocas migajas de bondad en lo social o lo personal, para ir tirando. Los zapadores saben que para hacer caer las grandes murallas defensivas primero han de cavar pequeños huecos donde colocar el material explosivo. Y así, la portentosa civilización occidental empezó a tambalearse cuando la aceptación del mal menor se entronizó en los manuales y mentes de la inteligencia política. Entonces se inició un lento pero inexorable derrumbe de una fortaleza.
La segunda trampa de la genialidad leninista, es un ataque contra la voluntad. La tentación de aceptar la frase “Cuanto peor, mejor”, es el acicate para caer en el “quietismo” o la inanición política. ¡Qué pronto olvidamos que dejar de actuar en el orden político contra las causas que provocan el desmoronamiento social es pecado de omisión, comodidad o cobardía! O todo a la vez. Sí, a veces ante un proceso revolucionario, globalista y con inconmensurables medios a su disposición, parece inútil resistirse. Pero aquí caben dos objeciones. Por un lado, no podemos caer en el inmediatismo o, dicho de otro modo, en sólo realizar las acciones políticas en las que preveamos un éxito visible o inmediato. La verdadera política exige muchas acciones aparentemente inútiles, pero que sirven, a modo de sustratos o aluviones, para que otras acciones algún día se asienten y sobre ellas se pueda edificar una realidad.
La verdadera política exige muchas acciones aparentemente inútiles, pero que sirven, a modo de sustratos o aluviones, para que otras acciones algún día se asienten y sobre ellas se pueda edificar una realidad
Una segunda tentación, ante un enemigo aparentemente imparable, es dejarse arrastrar por los acontecimientos y verlas venir. En el ámbito militar caben estrategias de retirada incluso, si así lo exigen los hechos, de rendición. Pero en la Política, no. Afirmar que en la guerra y la política se pueden aplicar indistintamente las mismas premisas, sería darle la razón a Clausewitz cuando afirma que la guerra no es más que una de las muchas formas de la política de Estado. En el ámbito político y de las ideas, la rendición es inadmisible moralmente, pues entraña la extinción del propio sujeto político. Expresado de modo más concreto: la transacción en las ideas, la rendición de la voluntad, la renuncia al bien posible, nos transforma en aquello que combatimos. No en vano, lo que se conocía como “Derecha”, desde el mismo momento que aceptó la teoría del mal menor, se convirtió en izquierda, conservadora, pero izquierda moral y doctrinal, al fin y al cabo.
Vuelvo al comienzo. los principios leninista y el lampedusiano parecen opuestos, pero son dos formas de lo mismo. Aceptar cualquier medio -aunque sea el caos revolucionario- para lograr transformación social (izquierdismo) es tan erróneo como aceptar la entrega de cualquier principio -por nimio que parezca- con tal de mantenerse en el stablischment (conservadurismo). El conservadurismo siempre se nos presenta como la rendición aceptable ante la hegemonía acomplejadora de la izquierda. Pero no nos engañemos, el conservadurismo aburguesado es el otro fórceps de la tenaza que busca destruir la realidad social tal y como se forjó la historia. La única senda digna para continuar recorriendo la Historia -la política plasmada en el tiempo y el espacio- es la de la ontología del realismo y del bien. Ante ella sólo cabe afirmar: Cuanto mejor, mejor y cuanto peor … peor. Y si no hacemos nada, pero que peor.
Javier Barraycoa
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«Bienvenidos los malos tiempos, pues ellos realizarán la depuración de los cobardes»
«Bienvenidos los malos tiempos, pues ellos nos hacen fuertes»
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El «cuanto peor, mejor» no funcionará en España. Ahí tenemos el ejemplo de los países sudamericanos, cada vez están peor, y nada mejora. ¿Alguien cree de verdad que en Venezuela, o en Argentina, o en Bolivia, cuanto peor esté la situación económica-social-política, va a mejorar algo?
La gente, el lumpen, se adapta de forma servil y acrítica a la pobreza y el tercermundismo, no hay más que ver como todos los pobres del mundo tienen un Iphone, aunque no tengan donde caerse muertos. Por eso el conservadurismo (PP, Ciudadanos, VOX) no es la solución, no hay nada que conservar
Desde lo electoral no hay futuro, el juego democrático está vetado para opciones como ADÑ o Respeto
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