Reflexiones con motivo de la revancha contra el General Franco y el fin de la Transición (1)

Por su adecuación a estos momentos, reproduzco parcialmente la introducción de mi libro «La Constitución incumplida» de (SND editores). La exhumación del cuerpo del General Franco de su reposo en El Valle de los Caídos implica algo más que un revanchismo político. Es el deseo de finiquitar la Transición, y buscar una legitimidad política en la Segunda República. Por tanto, estamos ante la muerte anunciada de la dinastía que restauró el General franco

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Antonio García Trevijano en un artículo titulado 500 Claves de la Transición. sentenciaba: “Me llama mucho la atención que durante la transición que es un tema fundamentalmente político, aunque no exclusivamente, han faltado análisis de la transición. Hay comentarios de lo que el político dice, de lo que hace, de conductas, de resultados electorales, pero análisis de la transición no se ha publicado nunca ninguno. Entonces si todos los análisis que se hacen son más bien superficiales, explican las relaciones visibles entre acontecimientos, pero ninguno alude a las invisibles, ¿cómo se va a entender lo que pasa en la transición en profundidad?”. Esta reflexión, puede resumir perfectamente el leit motiv de este libro. Los últimos 40 años de la historia de España han supuesto una transformación tan radical que merecen una reflexión crítica, alejada de dulces elogios y fáciles autocomplacencias. Por otro lado, paradójicamente, los que más se han beneficiado de la trasformación que la sociedad española ha soportado en estas décadas, son los que ahora reniegan del instrumento que permitió ese profundo cambio sociológico y político. Nos referimos al actual populismo de izquierdas que, en el fondo, como pretenderemos demostrar, no ha sido más que el fruto lógico de la Transición; o el hijo malcriado que pretende dilapidar el patrimonio político heredado.

Lo que ocurre es que la izquierda tiene en sus genes la obsesión de aquello de: “matar al padre”. Ya tenemos estudios sociológicos suficientemente contundentes como para demostrar que una parte más que importante de las estructuras directivas de los nuevos partidos –fueran de derecha o de izquierdas- que se formaron en la transición, provenían de la administración franquista o de las grandes familias del Régimen. Esta afirmación puede chocar pues el continuismo de las elites franquistas en la democracia, muchas veces transmutadas en socialistas, es una perspectiva que se resiste salir a la luz. Ello posibilitó, en cierta medida, una Transición “eficaz”, pues sólo pudo funcionar en la medida que había pactos y consensos en esas elites acostumbradas a manejar los resortes del poder. Pero una de las tesis que mantendremos es que la Transición contenía en sí misma el germen de la destrucción del sistema que pretendía crear, de ahí la situación actual y de sus descendientes dilapidadores. Esta fractura no hubiera sido posible si la propia Constitución que sustentó la Transición no hubiera quedado pendiente de elaborar ciertos cerrajones. Hoy contiene demasiadas brechas y el sistema empieza a hacer aguas.

Pero una de las tesis que mantendremos es que la Transición contenía en sí misma el germen de la destrucción del sistema que pretendía crear, de ahí la situación actual y de sus descendientes dilapidadores

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Don Juan Carlos y Doña Sofía, ante las urnas

Concretamente, la tesis que subyace en este libro es si la Transición era en sí un régimen, y si ya está agotado; o bien si era simplemente una transición a un régimen que aún no ha llegado pero que podemos vislumbrar su nacimiento. ¿Fue la transición una fractura con el franquismo o todavía no se ha producido esa ruptura? Igualmente, este texto responde al hartazgo de los que durante años sólo hemos oído hablar de las mieles del nuevo régimen, mientras que los silencios sobre sus hieles se hacen plomizos. Enorgullecerse de haber superado el régimen franquista –categorizado como el de la censura totalitaria-, para consagrar el régimen de la autocensura sistemática no nos parece ningún avance sustancial en la consecución de las libertades reales.

En teoría ya está todo dicho sobre la Transición. Sin embargo, ahí está la trampa. Pues para algunos como nosotros, pesan más los silencios que lo relatado sobre ella. A lo largo de muchos años se han configurado intencionalmente unos estereotipos que no han dejado de repetirse como mantras, cumpliendo perfectamente su misión. Una de las características de los estereotipos es que adquieren vida propia, crecen, se arraigan y perviven en las psiqués individuales y colectivas. Una vez instalados ahí, se quedan petrificados y ya es casi imposible transmutarlos. Las conversiones intelectuales son escasas en nuestra época, entre otras cosas porque hemos dejado de pensar. Así, sin quererlo ni desearlo, muchísimos españoles no han podido evitar configurarse una idea o un imaginario de lo que fue la Transición: “el paso de una terrible dictadura a una democracia pura, por obra y gracia del Pueblo”.

Enorgullecerse de haber superado el régimen franquista –categorizado como el de la censura totalitaria-, para consagrar el régimen de la autocensura sistemática no nos parece ningún avance sustancial en la consecución de las libertades reales. 

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Abrazo de Suárez y Carrillo

La construcción de este sencillo e ingenuo imaginario, ha permitido que una parte muy importante de la ciudadanía sacase esta conclusión: comparada con la dictadura, las bondades democráticas no tenían necesidad de demostrarse ni justificarse. Su legitimidad provendría de sí misma y su carismática aparición en la historia, por la Gracia del Pueblo. Craso error. Un sistema o régimen político, por muy democrático que sea, si no se somete a continuos autocontroles, revisionismos, debates reales, decisiones de hombres de Estado, que parecen estar actualmente en vías de extinción, entonces el sistema flaqueará. La democracia no es el Régimen, sino un régimen y en cuanto tal –como ya nos enseñó Aristóteles- es susceptible como cualquier otro de corrupción e incluso de transformarse en un totalitarismo.

Pero es evidente que el estereotipo de la Transición ha funcionado mientras que ha durado un tácito “consenso” de silencios y complicidades entre la casta política que se fue forjando durante estas décadas. Pero las generaciones pasan y los pactos que sirvieron en su momento dejan de tener validez y vinculación ante nuevas generaciones de políticos y ciudadanos. Por eso, lo que denominamos el Régimen de la Transición ha empezado a quebrarse. Esta fractura se inicia al romperse un consenso intergeneracional que implica la pérdida de una legitimidad hasta entonces indiscutida. Las nuevas generaciones políticas, escoradas hacia una izquierda radical que quiere romper con la “izquierda institucionalizada” surgida de la transición, han iniciado esa ruptura. Por ello, aquella, profundamente populista, puede sin demasiados costes reinterpretar la Transición, pues las nuevas generaciones de jóvenes, carecen de anclajes experienciales, afectivos y sentimentales con aquellos tiempos.

lo que denominaremos el Régimen de la Transición ha empezado a quebrarse. Esta fractura se inicia al romperse un consenso intergeneracional que implica la pérdida de una legitimidad hasta entonces indiscutida.

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Manifestaciones de universitarios contra el Régimen franquista

La nueva lectura que realizan aquellos que consideran la Transición como un régimen en sí, ya caduco y que debe ser demolido, consiste en negar que hubiese una ruptura con el franquismo. Ello parece coincidir con lo que hemos argumentado anteriormente de una pervivencia de las elites del franquismo. Sin embargo el análisis es muy diferente, pues para nosotros las elites pervivieron pero cambió su estructura de valores y fidelidades. En cambio el populismo de izquierdas emergente en la política española, afirma que entre el franquismo y la Transición de produjo un continuismo de valores, referentes sociales y nada se transformó en realidad. Por tanto, fue una continuidad y aparente transformación con el viejo régimen franquista y este argumento legitimaría su demolición (controlada o no).

Desde estas nuevas categorías, muy recientes según los parámetros temporales de la historia, para la nueva izquierda la Transición carece de un halo de pureza democrática, y es una artimaña franquista que ha durado demasiado tiempo. Hacerla caer representaría acabar “definitivamente” con el franquismo que ha “pervivido” durante 40 años más; y la consecuencia lógica es que ha de advenir la III República. Y en esas estamos. Se ha inaugurado una dialéctica entre los que quieren perpetuar la Transición y los que pretenden finiquitarla junto a todos aquellos consensos que en su momento histórico se produjeron y desembocaron en la España que conocemos hoy en día, para bien o para mal.

el populismo de izquierdas emergente en la política española, afirma que entre el franquismo y la Transición de produjo un continuismo de valores, referentes sociales y nada se transformó en realidad

Ello explica por qué lo que parecía intocable y sagrado hace apenas unos años –la Monarquía, la unidad territorial de España, la propia Constitución como marco legal- pierde anclaje en la psiqué de una parte de la sociedad española. Y como tantas veces en la historia, al que parecía un gigante imbatible, le asoman los pies de barro.

Javier Barraycoa 

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