Reseña: “Una resistencia olvidada. Tradicionalistas mártires del terrorismo”

resitVíctor Javier Ibáñez

Una resistencia olvidada. Tradicionalistas mártires del terrorismo

Ediciones Auzolan, 2017, 227 pp.

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Reseña:

“Una resistencia olvidada. Tradicionalistas mártires del terrorismo”

 

Leer este libro crea doble y contradictorias sensaciones. Por un lado la tristeza al contemplar cómo las víctimas del terrorismo etarra fueron verdaderamente humilladas –una vez asesinadas- por sus verdugos, por la sociedad que les rodeaba y la casta política de la transición que se estaba forjando. Por otro lado, despierta la alegría y la esperanza de que estas páginas, escritas con amor –y a la vez rigor- nos permita perpetuar su recuerdo y memoria obligada. El texto que reseñamos se centra, bien es verdad, en aquellos carlistas que fueron asesinados por ETA. Muchos de ellos vascohablantes, euskaros por los cuatro costados, foralistas, euskalzales y, sin embargo, profundamente españoles.

BRITAIN NIRELAND ETAEl autor, Víctor Javier Ibáñez, un joven investigador, ha realizado una labor verdaderamente académica. Ha buceado en las publicaciones de la época, ha recogido testimonios orales, ha rescatado del olvido detalles de incalculable valor sobre la biografía de los asesinados, se ha encargado de una recopilación fotográfica que pone rostro humano a los fríos listados de nombres o ha enmarcado con el mayor acierto una potente hipótesis de trabajo: los asesinatos por parte de ETA de carlistas en las Vascongadas durante la transición era parte de una estrategia y no fue mera casualidad.

Para desarrollar esta tesis, evidentemente, el libro no podía limitarse a una, aunque meritoria, lista de mártires. Por el contrario, debía afrontar un análisis del contenido del mundo abertzale y lo que realmente ha representado: “se constituyó entonces como una religión de sustitución, con la patria elevada a los altares en el centro de su cosmovisión” (p. 12). El mundo etarra tuvo sus evoluciones ideológicas y buscó modelos en Israel, en los movimientos de liberación tercermundistas o en el marxismo, pero siempre tuvo un último objetivo: monopolizar todo lo que representara o se dijera vascuence. Por eso en el carlismo encontró su primer enemigo.

Y por eso los primeros ataques, todavía de una inexperta ETA se dirigieron contra carlistas. Ejemplo de ello fue el intento de hacer descarrilar, el 18 de julio de 1961, un tren que transportaba más de 500 requetés vascos excombatientes a San Sebastián (p. 34). A este infructuoso ataque siguieron asaltos a Iglesias donde se hallaban banderas de tercios carlistas vascongados, para quemarlas; o destrucción de monolitos y monumentos que recordaban la ofrenda martirial de requetés vascos y navarros en la Cruzada del 36. O, en otro orden de agresiones, la presión brutal que recibió El pensamiento Navarro, los ataques hasta con bombas, los robos de ejemplares para evitar su distribución, en fin, toda una serie de acciones hasta que lograron su cierre en 1981.

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Caserón de los Baleztena en Leiza

Los ataques más cercanos pronto alcanzaron incluso las viviendas de los tradicionalistas más significativos. Donde, por ejemplo, en 1968 destruyeron el caserío del alcalde tradicionalista de Lazcano. No fue el único. Igual suerte sufrieron los Landaluce y muchos otros carlistas que vieron saltar hechos pedazos sus caseríos. Meritorio reconocimiento es el que hace el autor a la familia Baleztena, en Leiza, en la Navarra más vascohablante y que fuera señera del carlismo navarro. Su caserón en la plaza principal del pueblo, fue testigo y recoge recuerdos de casi dos siglos de historia vasco-navarra. Pero poco importa a los abertzales que siempre, aún hoy, han convertido el caserón en objeto de sus iras y agresiones.

Pero también llegaron los asesinatos de personas reales y concretas. En este punto el libro recoge perfectamente la estrategia de ETA: cada asesinato implicaba terror, desmoralización, desmovilización e incluso la diáspora, de aquellos que se enfrentaban cara a cara al nacionalismo, fuera del PNV, fuera de ETA. Ello queda reflejado en un libro de Florencio Dominguez, cuando relata el asesinato del tradicionalista Carlos Arguimberri: “La extensión del miedo se produce cuando diferentes sectores de la sociedad vasca empiezan a sentir que corren peligro de ser atacados … con el asesinato de Carlos Arguimberri, ETA comienza a atacar ciudadanos vascos de a pié … desde 1975 a 1977, la práctica totalidad de las víctimas son de origen vasco como lo revelan sus apellidos” (p. 39) y carlistas, añadimos nosotros.

Víctor Javier Ibáñez, teje muy bien el ambiente que creaban estos asesinatos: “Esta limpieza ideológica iba paradójicamente acompañada de una limpieza étnica pues el clima de imposición nacionalista se ceba contra muchos linajes históricamente vascos … (que) se encontraron socialmente aislados y desamparados de toda protección pública” (p. 40).

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Carlos Aguimberri

Muchos carlistas-tradicionalistas asesinados eran bien conocidos en sus pueblos y, por tanto, víctimas fáciles. El gobierno central se destacó por su inoperancia y falta de responsabilidad para con las víctimas potenciales. Tardaría mucho en llegar los dispositivos de seguridad pública y privada especialmente para los políticos de los grandes partidos ya sentados en el poder. Por el contrario, en los orígenes de la transición, muchos carlistas que aún mantenía el rescoldo de lo que era la herencia de un siglo y medio de resistencia, se comprometieron en la política local. La falta de una estructura política en el carlismo suficientemente sólida (por impedimentos del anterior régimen), les llevó a militar en los nuevos partidos que se habían formado. Pero fueron asesinados por carlistas, no por militantes de partidos democráticos.

El mundo abertzale, con estos asesinatos pretendía influir directamente en el estatuto vasco que se estaba negociando. En la República el Estatuto fue refrendado por los alcaldes, y por ello vieron que toda presión contra los cargos municipales permitiría un estatuto con grandes beneficios para sus intereses. Dejando de lado este asunto, el autor consigue aproximar al lector a la complejidad que vivía el carlismo vasco y por ende el español. El desgaste ante el Régimen franquista, las desviaciones eclesiásticas hacia el nacionalismo, las dificultades dinásticas en las que quedó inmerso, por no decir atascado, el propio carlismo y, sobre todo, el desastre doctrinal posconciliar, dejaron al carlismo en ciernes. Aún así, sus ganas de luchar por la foralidad y la españolidad de las Vascongadas, les colocaron a muchos en el disparadero.

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Josemari Arrizabalaga

Una vez contextualizado el eje principal del libro, llega el relato de las vidas de los asesinados, su ejecución, y casi siempre el desprecio del silencio tras su sacrificio. Un silencio cómplice tanto por parte de los vecinos más cercanos, como por los políticos de Madrid, que muchas veces impidieron que los funerales fueran públicos. Era la doble muerte: la que segaba su vida y la que enterraba su memoria. En el capítulo III (p. 65) se inicia un trepidante y doloroso repaso de doce militantes carlistas asesinados, que van desde el ya mencionado Carlos Arguimberri Elorriaga, hasta los hermanos Toca Echeverría, pasando por el inolvidable Josemari Arrizabalaga, modelo actual para toda la juventud tradicionalista. Asesinado a sus 27 años. En el capítulo IV (p. 109), se recogerán los asesinatos de aquellos que habían militado en algún momento en el carlismo, aunque por cuestiones en la que no podemos entrar (habría que entrar en sus conciencias) abandonaron esa militancia o recorrieron otros senderos políticos. Este capítulo es importante para entender que estas muertes ayudaron a causar un efecto devastador en la moral del carlismo. La sociedad vasca es relativamente pequeña, y poco costaba relacionar a los asesinados con sus antecedentes políticos, siguieran fieles o no a ellos. Así, se recopilan hasta ocho casos, entre los que se hallan el del desgraciadamente conocido Gregorio Ordóñez. Este dirigente del Partido Popular, cuyo crimen conmocionó a toda la sociedad española, había militado en su juventud en la Agrupación de Jóvenes Tradicionalistas (AJT). Ya su abuelo había sido asesinado por los republicanos en 1936. (p. 130).

arri2El capítulo V (p. 141) está dedicado a otras víctimas especiales: militares relacionados de una u otra forma con el carlismo. Precisamente por su condición de militares no podían profesar sus opiniones políticas en público, pero ello no quita que su corazón fuera carlista. Sus asesinatos bien pudieron ser algunos por casualidad, o bien por sus concomitancias ideológicas. En total se recoge en el libro la biografía de cinco tradicionalistas. En total, pues, el libro recoge la memoria de 25 tradicionalistas asesinados por ETA en Euskalherría. Si pensamos que los asesinatos etarras en Vascongadas fueron algo más de 500, aproximadamente un 10% los fueron de tradicionalistas y concentrados en los primeros impases de la transición donde se jugaba todo.

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Gregorio Ordóñez

Ni ETA, ni las nuevas fuerzas políticas emergentes, podían permitir que la sociedad tuviera otro modelo de lo vasco que no fuera el nacionalista. En el libro Requetés, se recoge el testimonio del requeté de Ermua, Antonio Zubizarreta Garro, donde afirma: “Mi familia era carlista y vasca por los cuatro costados. Los dieciocho apellidos que conozco son todos vascos” (p. 159). Los Baleztena, a los que nos hemos referido, fueron los fundadores de la Sociedad de Estudios Vascos y así podríamos nombrar decenas de méritos que acreditaban el amor a Euskalherría de los asesinados por ETA. Tampoco nos extraña encontrar en el libro la suculenta anécdota de cuando se organizó en Bilbao la Jornada de Estudios Forales del Señorío de Vizcaya. Acudieron la flor y nata de la intelectualidad carlista, encabezados por Elías de Tejada. Poco antes de celebrarse las sesiones, la policía se puso en contacto con uno de los organizadores para avisarles que no podían protegerles ni garantizar su seguridad. Ante el estupor del responsable, el policía reconoció que habían llegado órdenes de Madrid de no permitir o alentar actos que pudieran ofrecer otra idea del País Vasco que no fuera la propugnada por el PNV. ¿Increíble, o no tanto? Se estaba gestando una inmensa traición a las Vascongadas y España, y el sacrificio del carlismo era el precio a pagar.

reqEl libro termina con dos apartados realmente importantes, a pesar de que el protagonismo debe ser para las víctimas. Por una banda se explora el exilio obligado de la patria chica. Cuántos vascohablantes, carlistas, foralistas y españolísimos debieron abandonar sus pueblos; bien atemorizados, bien asqueados por la miseria espiritual de sus convecinos entregados al nacionalismo. Por otra banda, el carlismo vascongado parecía condenado a desaparecer, pero aún se mantuvieron bastiones en familias irreductibles. Igualmente, desde el generoso anonimato, se impulsaron y apoyaron iniciativas políticas que tuvieron su repercusión en la vida política vasca. Todo ello lo sintetiza magistralmente el autor.

En definitiva, este es un libro más que recomendable, por no decir imprescindible, para los que quieran entender la endiablada transición especialmente en Euskalherría. También para entender que contra lo que dice el pensamiento dominante, las víctimas –no todas ellas al menos- murieron “por la democracia”. Muchas de ellas murieron por defender y encarnar valores mucho más profundos enraizados con la esencia del pueblo vasco. Felicidades al autor por esta su opera prima y esperamos que mantenga vivo ese amor e inquietud por desvelar la verdad pasada que pueda ayudarnos a entender nuestro presente.

Javier Barraycoa

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3 comentarios en “Reseña: “Una resistencia olvidada. Tradicionalistas mártires del terrorismo”

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