El consumidor consumido: La crisis en la educación (3)

Parte 1

El consumidor consumido: sintomatología del capitalismo posmoderno (1)

Parte 2

El consumidor consumido: El ciudadano-consumidor (2)

La crisis en la educación

edu3El recientemente fallecido Jean Baudrillard, había escrito en los años 60 una obra profética: La sociedad de Consumo. El filósofo francés auguraba que el capitalismo, para sobrevivir, debía realizar una profunda revolución consistente en transformar el “trabajador” en “consumidor”. Desde ciertos ámbitos intelectuales se quiso ver en la escuela al enemigo. El sistema escolar era enjuiciado como una perversa institución al servicio del capitalismo. Profesores y centros eran los encargados de engendrar los nuevos súbditos-consumidores, al replicar las normas y valores de la burguesía dominante. En la estela de esta crítica aparecieron obras como La sociedad desescolarizada de Iván Illich.

Las propuestas contraculturales se centraban en “desjerarquizar” las escuelas, desnormativizarlas y abrir las puertas a una sublime democratización. Hasta los libros y sus contenidos se convirtieron en los enemigos de los estudiantes pues reprimían su originalidad. Las tesis educativas de los años 60, defendidas por estrafalarios intelectuales, se hicieron realidad en los años 80, a través de reformas educativas que sacudieron todos los países occidentales. A principios del siglo XXI ya nos encontramos en disposición de emitir un juicio sobre esta transformación.

Desde ciertos ámbitos intelectuales se quiso ver en la escuela al enemigo. El sistema escolar era enjuiciado como una perversa institución al servicio del capitalismo.

edu1La profesora sueca Inger Enkvist, de la Universidad de Göteburg, se ha dado a conocer en nuestro país con una obra suculenta: La educación en peligro (Unipson, 2000). De su lectura, sorprende la conclusión a la que uno está obligado a llegar. Todas las tesis y premisas que dominan lo que llamamos una educación progresista favorecen el capitalismo salvaje que tanto denostaban los defensores de ese nuevo modelo educativo. La obra de Enkvist es determinante: “Cuando los padres o los docentes dirigen, pero no corrigen en armonía con sus convicciones, ello implica un debilitamiento de la formación, puesto que los sentimientos de los niños y los alumnos no están tan involucrados en la actividad y no maduran en relación con el aprendizaje ya que no se fusionan conocimientos, comportamientos y actitudes estéticas. Los jóvenes no se acostumbran a reflexionar sobre sus reacciones y a refinar sus expresiones. Cuando la mente de los jóvenes no está influida o solicitada por los padres y por los docentes, los jóvenes se dirigen a un mundo que sí los solicita, que es el comercial. Las vivencias se canalizan comercialmente, la expresión de la personalidad se da a través de artículos comprados, música, películas, moda y cosméticos, y estos mecanismos de mercado dan un sentimiento de identidad. El joven aprende a ver la identidad como una identidad de consumo”.

Un sistema educativo que se diseñó para que los jóvenes maduraran en la libertad ha acabado conduciendo a una estandarización de la sensibilidad, los gustos y los referentes vitales. Así, sigue afirmando Enkvist: “se socializa el gusto según una norma comercial”. El miedo a una cultura homogeneizante llevó a que en los colegios se desechara el uniforme, en cuanto que elemento represor de la individualidad. Pero con los años, en Estados Unidos, se ha reabierto el debate de la necesidad de volver al uniforme escolar. En 2002, veía la luz el libro Uniforms, de Paul Fussell. Se sorprendía el autor de que un Presidente como Clinton abogase por el retorno de los uniformes a la escuela norteamericana. El ala progresista de la política norteamericana había descubierto que la ausencia de uniformes había provocado “un desmesurado aumento del consumismo”. No sólo eso, sino que también había aumentado la violencia escolar como consecuencia de luchas de estatus. Los jóvenes se enzarzaban en luchas sin cuartel por ostentar marcar comerciales. Fussell realiza una divertida distinción entre uniformes y “disfraces estandarizados”. Una vez han desaparecido los uniformes en las escuelas, las calles de las ciudades se han poblado de jóvenes “disfrazados” de forma homogénea.

El miedo a una cultura homogeneizante llevó a que en los colegios se desechara el uniforme, en cuanto que elemento represor de la individualidad.

edu2La escuela ha dejado de ser una institución fuerte y los resortes educativos apenas pueden frenar el futuro no deseado: la aparición del consumidor compulsivo. Desde edades muy tempranas ciertas pedagogías centradas en la dispersión y la distracción modelan los gustos de los infantes. Estos, desde las primeras edades, se acostumbran “a ser distraídos” y perciben que todos el mundo está para entretenerles. Por eso, cada vez más, los jóvenes buscan afanosamente formas de consumo en cuanto que distracción vital. Con la conquista por parte del mercado de este nuevo segmento de población, las empresas han encontrado su dorado y no escatiman medios para incentivar el consumo.

En 1989, las empresas norteamericanas dedicaron 600 millones de dólares en publicidad para jóvenes. En el 2000, esa cantidad había ascendido a 12.000 millones de dólares. El esfuerzo vale la pena. La IV Conferencia Anual de Publicidad y Promociones, celebrada en 2001 en Estados Unidos, calculaba que las empresas arrancaban a los padres 300.000 millones de dólares en productos sólo para niños.

 

3 comentarios en “El consumidor consumido: La crisis en la educación (3)

  1. Pingback: El consumidor consumido: niños consumistas, jóvenes (4) | Anotaciones de Javier Barraycoa

  2. Pingback: El consumidor consumido: la rebeldía institucionalizada (5) | Anotaciones de Javier Barraycoa

  3. Pingback: El consumidor consumido: Consumir o Consumar la vida (y 6) | Anotaciones de Javier Barraycoa

Deja un comentario