A la primera peregrinación de Nuestra Señora de la Cristiandad no pude asistir. Eso pasa cuando te meten en un hospital y te dicen que tienes covid. Esta segunda edición no podía perdérmela. Es difícil explicar en palabras lo que significa verte acompañado de un millar de peregrinos con tus mismas aspiraciones, con el mismo sentir de la fe y de la Iglesia. O encontrarte con medio centenar de sacerdotes que aman y respetan la liturgia tal y como la tradición de la Iglesia la fue forjando.

No fue una peregrinación cualquiera. Todo lo que se vivió fue una eclosión de amor patrio ordenado a Dios y de amor a la Iglesia como madre y maestra. Erróneamente se nos ha querido inculcar que quien desea asistir a la Santa Misa en rito tridentino, está alejado de la Iglesia, ¡qué gran error! Antes bien la liturgia, la lex orandi, nos acerca más íntimamente a la Iglesia, al esplendor del cuerpo místico, al sacrificio de la Cruz celebrado como Él quiere que sea celebrado.

Tras muchos años viendo como se han ido derribando las resistencias de la fortaleza que es la Iglesia, en esta peregrinación se ha visto una luz de esperanza fundada. Hoy no es momento de alargarse y prefiero mostrar algunas fotos de estos días gloriosos. Y, claro, agradecer todos los esfuerzos de los organizadores y cooperadores que nos han permitido disfrutar de algo … repetible, pues es lo que más deseo, volver el año que viene. El año pasado fueron 400 los peregrinos y este fuimos un millar. He salido con la convicción de que este movimiento de verdadera renovación litúrgica ya es imparable. ¡Deus ut Vult!