El 6 de diciembre de 1977, Jordi Solé-Turá, siendo todavía militante del PSUC y miembro de la ponencia constitucional, dictó una conferencia en el Club Siglo XXI, titulada: La falsa dialéctica entre unitarismo y separatismo, grave peligro a superar. En ella se intentaba explicitar, desde la izquierda, cuál debía ser el papel y límites de las autonomías. Solé Tura manifestó que la Constitución trataba de crear un sistema de autonomías flexible delimitando las competencias y conminando la iniciativa y el control de las instituciones centrales con la iniciativa y el control de los diversos pueblos. Entre los peligros autonómicos preveía que se impidiera superar la lucha contra los desequilibrios entre la España desarrollada y la España subdesarrollada; las posibles discriminaciones entre los funcionarios y, en general, las limitaciones en la libre circulación de las personas y las cosas y la posible superposición de administraciones paralelas que aumenten el burocratismo y encarezcan la labor administrativa; la posible disparidad entre las prestaciones de la Seguridad Social y, en general, entre las prestaciones públicas; la disparidad de la administración fiscal; la mala articulación de las culturas y las lenguas.
Se trataba, según el constitucionalista, de superar los citados peligros y articular las instituciones políticas de otra manera que, más libre, más aceptada y más abierta para hacer una España más solidaria, más independiente y más fuerte. Por otro lado, apuntaba un programa político que a lo mejor se cumplirá cuarenta años más tarde. Para él, el Estado federal era un punto de llegada y por el momento se trata de no crear obstáculos institucionales que impidieran avanzar hacia él. En palabras que hoy escandalizarían a los separatistas, decía que el concepto de nacionalidades y regiones era una forma de entender la unidad de manera creadora y acorde con las aspiraciones de los pueblos que forman España.
Jordi Solé-Turá, siendo todavía militante del PSUC intentaba explicitar, desde la izquierda, cuál debía ser el papel y límites de las autonomías.
El diseño de las autonomías, durante la transición, tiene defensores a muerte y detractores sin par. El caso es que casi todos están de acuerdo que no se esperaban semejante deriva. Incluso hombres clave de la transición y de la preparación del Estado de las Autonomías, se asustaron ante las iniciativas que se estaban tomando. A mediados de enero de 1981, Tarradellas concedió una entrevista al periodista Francisco Mora, que publicó Diario 16 en portada con un titular resonante: «Hemos corrido demasiado». Mora contó los pormenores de la exclusiva en un libro: El elefante blanco (sobre el 23-F). Tarradellas le llamó el viernes 9 para pactar la entrevista, con la condición de que se publicase no en El Correo Catalán sino en Diario 16, para que tuviese «difusión en toda España». La entrevista se realizó en el domicilio particular del expresidente de la Generalitat. Por aquél entonces el director del Diario 16 era Pedro J. Ramírez que dio orden de que fuera publicada inmediatamente. Según Mora, Tarradellas le dijo que la entrevista iba dirigida «solamente a dos personas»: Adolfo Suárez y el Rey. El exdirigente de ERC quería hablar con ellos, pero no le recibían gracias a las intrigas de alguien, en el Principado (Jordi Pujol, evidentemente) que estaba haciendo todo lo posible e imposible para impedirlo. «Hay mucha pequeñez en algunos políticos», dijo.
Al periodista le declaró: “Tengo cosas que decirles. Y debe ser cuanto antes, porque el país está muy raro, están pasando cosas que me tienen intranquilo.” Tarradellas señalaba que el proceso autonómico podía “desencuadernar España” por su coste económico («decenas de millares de funcionarios y tres o cuatro mil cargos políticos», que iluso). He aquí algunas de sus declaraciones que no tienen desperdicio: “Hemos corrido demasiado y las cosas no marchan como debieran. (…) que nadie crea que cuando yo hablo de golpe de timón pienso en un hecho traumático, en un golpe de estado, ni nada por el estilo. Yo creo que el país necesita una fuerte sacudida que devuelva la confianza a los españoles en que las cosas que se les dicen se van a hacer de verdad: no se puede vivir en un estado permanente de desconfianza y desilusión (…) Si no hay unidad en España, en Cataluña, en el País Vasco, en todo el país, no nos salvamos (…) Soy un ciudadano catalán y español apasionadamente preocupado por el país”. Gracias a esa entrevista, Tarradellas consiguió ser recibido por el Rey, el presidente del Gobierno (Suárez dimitió unos días después, el 29 de enero) y el ministro de Interior, Rodolfo Martín Villa, como cuenta el periodista Jesús Conte en Tarradellas, testigo de España.
Tarradellas señalaba que el proceso autonómico podía “desencuadernar España” por su coste económico
A mediados de marzo de 1981 Tarradellas remitió a La Zarzuela una carta para el Rey, de veintisiete folios de extensión, que reproduce parcialmente Conte en su libro: “No hace falta que enumere los problemas (…), pero principalmente hay uno que, en mi opinión, es vital y que si no se resuelve o no lo reconsideramos desde el principio será muy difícil conseguir estabilidad alguna en el país. (…) Es el problema de las autonomías [vasca y catalana].”. Hoy estas palabras sonarían a traición para muchos de los separatistas que florecen por doquier en tierras catalanas. Al final, pedía –sorprendentemente- una «medida generosa» para los etarras y los golpistas militares, cuyo juicio empezaría en febrero de 1982. Para estos últimos solicitó un indulto en 1983 y adujo como ejemplo lo ocurrido en Francia con los militares implicados en actos políticos contra los Gobiernos de Charles de Gaulle. El 11 de abril de 1981 mandó una carta a Leopoldo Calvo-Sotelo, Felipe González, Manuel Fraga y Santiago Carrillo en la que afirmaba que «los problemas de la lengua y de la escuela» se debían al Gobierno de Pujol. La carta la publicó La Vanguardia ese mismo mes. Es más que significativo que fuera el mismísimo Tarradellas, el representante del catalanismo “puro y antifranquista” el que sospechara que Pujol iba a llevar a España a la ruina política.
El domingo 20 de octubre del 2002, coincidiendo con el 25 aniversario de la “Operación Tarradellas”, La Vanguardia publicaba una entrevista a Salvador Sánchez Terán, gobernador civil de Barcelona en aquel primer momento de la democracia y estrecho colaborador de Suárez. La mayoría alcanzada por los partidos de izquierdas en Catalunya en las primeras elecciones del 15 de junio de 1977 influyó poderosamente en preparar el regreso de Tarradellas: “En aquel momento preocupó hondamente que Catalunya fuera regida por un gobierno de mayoría socialista-comunista. Eso hubiera creado tensiones tremendas en España, tensiones con Estados Unidos y con Europa, y hubiera cambiado la historia de Catalunya, previsiblemente”. A una nueva pregunta del periodista, José María Brunet, Sánchez Terán todavía fue más explícito: “La opción estaba entre una mayoría socialcomunista para gobernar Catalunya, o el presidente Tarradellas con un gobierno de coalición, o de concentración, que es la palabra que a él le gustaba. Y entendimos que lo mejor para Catalunya y para España era esta segunda solución”. La operación fue un éxito y permitía vislumbrar un futuro con una Cataluña autonómica moderada, ni revolucionaria ni excesivamente nacionalista. Pero nadie contaba con que uno de los políticos más sibilinos de la historia reciente de España fuera capaz de engañar a todos. Bueno a todos no, pues Tarradellas enseguida le vio venir e intentó avisar a todo al mundo del peligro que representaba. Los años le han acabado dando la razón.
Es más que significativo que fuera el mismísimo Tarradellas, el representante del catalanismo “puro y antifranquista” el que sospechara que Pujol iba a llevar a España a la ruina política.
Según Manuel Ortínez, conseller del Govern Tarradellas y hombre de confianza del presidente republicano, publicaba: “Cuando fui a ver a Adolfo Suárez, en 1976, para proponerle la operación retorno de Tarradellas, Suárez no sabía que existiera la Generalitat y todavía menos el señor Tarradellas”. En pocos meses, el hombre que había mantenido el nombre de la Generalitat en el exilio se convirtió en una pieza fundamental de la transición. El Govern de la Generalitat provisional tenía poquísimas competencias, pero un capital simbólico enorme. El primer párrafo del real decreto de restablecimiento dice esto: “La Generalidad de Catalunya es una institución secular, en la que el pueblo catalán ha visto el símbolo y el reconocimiento de su personalidad histórica dentro de la unidad de España”.
Con el regreso de Tarradellas, todo el mundo ganaba: ganaba Tarradellas, que veía reconocido su cargo con toda dignidad y podía volver a casa por la puerta grande. Ganaba la oposición democrática, que había luchado por la recuperación de las instituciones de autogobierno. Ganaba el catalanismo, que veía como uno de sus símbolos volvía a estar en el centro de la vida política. Ganaba el Gobierno Suárez, que frenaba con Tarradellas el peso y el protagonismo de socialistas y comunistas, así como de los líderes emergentes. Ganaban las élites económicas, que encontraban una figura que compensaba el impulso de las izquierdas catalanas. Ganaba la multitud menos politizada, que veía en Tarradellas una especie de abuelo providencial que transmitía calma y tranquilidad. Todo el mundo ganaba menos Pujol.
Cuando Pujol consiguió desembarazarse de Tarradellas, al lograr la presidencia del primer gobierno autonómico, iniciaría un lento pero demoledor camino hacia el independentismo.
Cuando éste último consiguió desembarazarse de Tarradellas, al lograr la presidencia del primer gobierno autonómico, iniciaría un lento pero demoledor camino hacia el independentismo. Imposible sería ahora adentrarse en los 30 años de autonomía catalana, pero los resultados están a la vista. El que fuera proclamado por el ABC como “español del año”, ahora se declara independentista. Sus sucesivos gobiernos autonómicos supieron arrebatar competencias y prebendas al Estado, no buscando el bien común de los catalanes, sino para preparar un proyecto independentista. Las constantes subvenciones a los grupos y movimientos separatistas, la ideologización masiva en un verdadero éxito de ingeniaría social, han convertido la Cataluña de Tarradellas en algo que él viejo Presidente aborrecería sin lugar a dudas.
Javier Barraycoa en Doble Abdicación